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Michael Hofmann

No. 68 / Marzo 2014



Michael Hofmann
Traducción de Pedro Serrano


LV

The luncheon voucher years
(the bus pass and digitized medical record
always in the insider pocket come later,
and the constant orientation to the nearest hospital).
The years of “sir” (long past “mate,” much less “deary”),
of invisibility, of woozy pacifism,
of the preemptive smile of the hard-of-hearing,

of stiff joints and the small pains
that will do me in. The ninth complement
of fresh —stale— cells, the Late Middle Years
(say 1400 AD — on the geological calendar),
the years of the incalculable spreading middle,
the years of speculative counting down,
from an unknown terminus,

because the whole long stack —
shale, vertebrae, pancakes, platelets, plates —
won’t balance anymore, and doesn’t correspond anyway
to the thing behind the eyes that says “I”
and feels uncertain green and treble
and wants its kilt as it climbs up to the lectern to blush
and read “thou didst not abhor the virgin’s womb.”

The years of taking the stairs two at a time
(though not at weekends)
a bizarre debt to Dino Buzzati’s Tartar Steppe,
the years of deliberate lightness of tread,
perceived as a nod to Franz Josef
thinking with his knees and rubber-tired Viennese Fiaker.
The years when the dead are starting to stack up.

The years of incuriosity and novarum rerum
incupidissimus, the years of cheap acquisition
and irresponsible postponement, or cheap
postponement and irresponsible acquisition,
of listlessness, of minuiaturism, of irascibility,
of being soft on myself, of being hard on myself,
and neither knowing nor specially caring which.

The years of re-reading (at arm’s length).
The fiercely objected-to professional years,
the appalling indulgent years, the years of no challenge
and comfort zones and safety within my borders.
The years of no impressions or little memory.

The years of standing in elevators
under the elevator lights in the elevator mirror,
feeling and looking like leathered frizz,
an old cheese-topped dish under an infrared hot plate

The years of one over the thirst
and another one over the hunger, of insomnia,
and sleeping in, of creases and pouches and heaviness
and the hairdresser offering to trim my eyebrows.
The years of the unbeautiful corpse in preparation.
The years to choose: sild, or flamber.
…?




LV


Los años de los vales de comida
(el pase de autobús y los análisis digitalizados
siempre en el bolsillo interior ya vendrán luego,
y la brújula apuntando constante al hospital más próximo).
Los años de “señor” (hace tanto del “mano”, ya ni hablar de “campeón”),
de invisibilidad, de baqueteado pacifismo,
de la preventiva sonrisa de quien es duro-de-oído,

de articulaciones rígidas y pequeños dolores
que acabarán conmigo. El noveno complemento
de frescas —correosas—  células, la Baja Edad Media
(digamos 1400 ac  —en el calendario geológico),
los años de la incalculable media que se extiende,
los años de especulativa cuenta regresiva,
desde una terminal desconocida,

pues todo el largo tallo
—esquisto, vértebras, panqués, plaquetas, platos—
no se tendrá ya más en equilibrio, y no se corresponde
con ese algo que al fondo de los ojos dice “yo”
y se siente inseguro y verde y tipludo
y quiere su chambrita al subir al estrado a sonrojarse
y leer “sin desdeñar vos el seno de la virgen”.

Los años de subir las escaleras de dos en dos
(nunca en fin de semana),
una excéntrica deuda con El desierto de los tártaros de Dino Buzzati,
los años de deliberada ligereza al andar,
percibida como un guiño a Franz Josef
pensando con las rodillas y Fiaker vienés con ruedas de caucho.
Los años en que empiezan a acumulársenos los muertos.

Los años de indolencia y de novarum rerum
incupidissimus, los años de baratas adquisiciones
e irresponsable aplazamiento, o de baratos
aplazamientos y adquisición irresponsable,
de apatía, de miniaturismo, de irascibilidad,
de haber sido blando con uno mismo, duro con uno mismo,
y sin entender a ninguno y sin que me importe cual.

Los años de empezar a releer (a una brazada de distancia).
Los agriamente odiados años profesionales,
los demoledores años de indulgencia, los años sin retos
y zonas de confort y a salvo en mi terreno.
Los años sin recuerdos o de rala memoria.

Los años de ir parado en los elevadores
bajo las luces del elevador en el espejo del elevador,
sintiéndome y pareciendo una fritanga chiclosa,
un plato viejo con su costra de queso bajo una plancha infrarroja

Los años de me echo ésta por la sed
y me echo ésta por el hambre, de insomnio,
de quedarse dormido, de arrugas y de lonjas, de pesadez
de la peluquera comidiéndose a recortarme las cejas.
Los años del desagraciado fiambre en preparación.
Los años de escoger: sild or flamber.
…?