Dossier Octavio Paz / Marzo - abril 2014


Octavio Paz y los escritores españoles (Esbozos en el recuerdo)


Por José Ramón Ripoll

 

La presencia de Octavio Paz entre los escritores españoles no ha sido demasiado abrumadora. Pienso que mucho más escasa que en los lectores, pues mientras estos últimos se han mostrado abiertos y permeables a las nuevas corrientes que han ido llegando a la península desde otros lugares  y a través de vías comerciales o culturales, los primeros han permanecido fieles a la tradición que, como una abuela autoritaria, les ha mantenido atados en corto y con las anteojeras bien puestas, para que sus miradas no se desviaran más de la cuenta de la senda marcada. Al lado de la mayoría, sin embargo,  sí que hay un buen grupo de poetas, ensayistas y narradores que no han podido ni deseado permanecer al margen de uno de los más grandes talentos de nuestra lengua. A la insistencia de Juan Goytisolo y al desaparecido Jose Miguel Ullán principalmente, debemos la constante antorcha que nos señalaba al poeta como la viva fuente del pensamiento y la expresión contemporánea. A ellos hay que añadir los nombres de Andrés Sánchez Robayna, Pere Gimferrer, Juan Malpartida, Jaume Pont, Olvido García Valdés y muchos otros que han propagado la huella de Paz, no sólo como buenos lectores, sino  como continuadores agradecidos de su palabra desde sus respectivas obras personales.

Octavio Paz, sin embargo, sí que estuvo atento a cuanto sucedía en España, antes y después del franquismo. Los viajes a Madrid y Barcelona durante el último periodo de su vida le ofrecieron la posibilidad de tomar contacto con los más jóvenes escritores y las nuevas tendencias literarias. Durante varias ediciones fue presidente del jurado del Premio de Poesía Loewe, pero su olfato le llevaba a buscar otras voces más allá de los títulos seleccionados, a sabiendas de que afuera la palabra tenía que ser mucho más indómita y fulgurante que la  domesticada por la tradición y la engañosa moda al uso. A él le debemos los españoles la insumisión frente a un lenguaje gastado por su monótona melodía, el descubrimiento del verbo más allá de su envoltura retórica y la palabra desnuda, como piedra parlante frente al sol. Yo particularmente le debo el haberme desviado del “buen camino” en un buen momento de mi vida. Soy consciente que a partir de su lectura emprendí un trayecto sin regreso y casi en solitario. A él le adeudo también el descubrimiento de unos de mis poetas de cabecera. Lo llamé para invitarlo a participar en un curso de aproximación a la literatura iberoamericana en Cádiz, pero le fue imposible acudir a causa de los compromisos adquiridos con anterioridad para las fechas de su celebración. Me dijo que Cádiz era uno de sus rincones pendientes, pues la familia materna –los Paz- procedía directamente de Medina Sidonia, pero aunque nunca llegó a visitarlo, me sugirió en su lugar a Tomás Segovia, “un gran poeta hispano-mexicano, casi desconocido entre sus compatriotas de nacimiento y que ha trabajado conmigo en la revista Vuelta”. A Tomás, que por aquel entonces vivía en el mediodía francés, le extrañó esa recomendación, pero lo cierto es que viajó a Cádiz a hablar de su experiencia mexicana y a encandilar a un grupo de jóvenes poetas con sus versos.

No creo ser irrespetuoso ni malintencionado por contar una anécdota que se me viene al pensamiento al escribir estas líneas de recuerdo. Una tarde de primavera de 1991 deposité en la recepción del madrileño Hotel Palace un ejemplar a su nombre del primer número de RevistAtlántica de poesía, que acababa de salir a la luz. Al llegar a casa ya tarde, mi hija, aún adolescente, me dijo que había telefoneado “un tal Octavio”. Al día siguiente lo localicé a primera hora en la habitación del hotel y me mostró su apoyo por la incipiente publicación. Me acuerdo de sus generosos piropos, alentándome a seguir hacia adelante con un proyecto -según sus palabras- necesario para la poesía americana y española. De pronto se detuvo y expresó su extrañeza ante la publicación en esa entrega de un poeta mexicano y, a continuación, me lo dejó claro: “Mire Ripoll,  cada vez que usted quiera que entre sus páginas figure un buen representante de la poesía mexicana, consúlteme personalmente, que yo le indicaré el mejor. “ Interpreté aquel consejo como una gentil colaboración, pero no le hice todo el caso que probablemente se merecía.

Al año siguiente tuve la oportunidad de organizar junto al poeta José Méndez –también paciano- unas tribunas internacionales de poesía en la Residencia de Estudiantes, por la que pasaron –entre otros muchos-, el inglés Charles Tomlinson y el italiano Edoardo Sanguineti. La celebración de estas jornadas poéticas coincidió con una estancia y lectura de Octavio Paz en la Residencia. Las confluencias astrales propiciaron que tres de las cuatro estrellas que, en 1960 se reunieron en un sótano de París para escribir colectivamente Renga, cada uno en su lengua natal, volvieran a coincidir después de más de una treintena de años. Faltaba Jacques Roubaud, pero en su lugar estaba nada menos que Philippe Jaccottet. Los cuatro poetas hablaron, se reunieron y casi proyectaron volver a escribir otro poema entre todos, que quizás se escribiera en el aire, y ese fuera el secreto. Octavio Paz ofreció durante esos días un recital de poemas comentados en el mismo salón donde Lorca tocaba el piano sesenta y cinco años atrás, rodeado de los artistas y escritores de su generación. Naturalmente el local se lleno a tope, pero de lectores y estudiantes, gente muy joven obnubilada por la voz del maestro. Los escritores españoles asistentes se podían contar con los dedos de una mano. Creo que casi todos habían acudido a la presentación de un libro de un poeta local. ¡A quién se le ocurriría semejante coincidencia!

Todavía me pregunto si Octavio Paz sigue siendo entre mis colegas españoles un pariente lejano, y creo que, en muchos casos, tal lejanía se acrecienta conforme pasa el tiempo. Un orden provinciano y modal conduce a perdonarle la vida y escuchar todavía que fue mejor ensayista que poeta, que su figura política estaba por encima de la literaria, que su poesía pertenece al mundo de las vanguardias y demás tópicos que evidencian la falta de empatía, conocimiento y perseverancia  con una obra que se genera a sí misma cada día y nos invita cada minuto a regenerarnos.