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No. 68/ Abril 2014


Dora Moro


Confluencias


a Octavio Paz


Que otra manera hay de leer si no es con todo el cuerpo alerta con el lenguaje en las entrañas, desmenuzando con garras o guantes el poema, leerlo con dedicación de madre primeriza, volando.

Me estrellas PAZ, me atraganto en la foto y la ruta de tu Piedra, cuento una, dos tres, no puedo con esta avalancha de imágenes, tengo que respirar profundo en tu… Ventana, simulacro guerrero se encinde se enciende y apaga el cielo comercial de los anuncios.

Devengo suspicaciamente a un conglomerado de catódicos rayos; pasmado en clímax de apologías esquizofrénicas…son sólo imágenes de una voz que me ordena matar el tiempo con una daga ensangrentada de menstruación virgen.

Voy aplicando el intaglio en mi memoria y sumerjo los dedos en la radical sustancia vítrea de mi cerebelo…una docena de Confluencias a José Luis Cuevas me taja frontalmente con tijeras medievales y yo descanso, porque sucumbiré a la PAZ y no más imágenes de formaldehido con piezas humanas supurantes en un estanque de muerte, donde se pudren sueños atascados en el instante vívico que ha manoseado la moral y la vergüenza.

Ahí vienen, y yo deterioro, yo me pasmo de los hurtos que no podré realizar en toda una vida.

Ahí vienen, y yo entrevero las voces de mi frenia que exquisitamente me ha lanzado a los placeres de tu lectura
Ahí vienen con una cerca de malla metálica para protegerme de mi mismo.

Todo El espacio está dentro no es un edén subvertido es un latido del tiempo. Los lugares son confluencias aleteo de presencias en un espacio instantáneo.

Los afanes poéticos  son muescas de un patrón de comportamiento que es directamente proporcional a los actos de semejantes. Estamos para los demás, no escuchamos la voz interna por no desperezar los cables que nos conectan a nuestros temores, a nuestro hosco ser. Huye el hombre de encontrarse consigo mismo por que en su interior se guardan las más complejas fórmulas que no está dispuesto a resolver, todo por no llorar, todo por no sufrir, por que en el sufrimiento se descubre el color de la sangre y en la sangre, nuestras dopaminas nos juegan una trampa de equilibrio emocional, todo por no sufrir, todo por no pensar. Es más fácil pasar la vida que vivirla aún a costa de nosotros mismos. Pero tú me restriegas tus metáforas categóricas y me canso en el andar como si en una cuesta pedaleara a 50 kilómetros por hora en una bicicleta, mi entras miro cómo Creció en mi frente un árbol. Creció hacia dentro. Sus raíces son venas, nervios sus ramas…Tus miradas lo encienden y sus frutos de sombra son naranjas de sangre, son granadas de lumbre que son lanzadas en mi paseo.





Esta condición horizontal que nos ata a la cama se ha convertido en una forma de uso de la realidad.
los sueños quieren permanecer como un endémico remanso de las cosas imposibles y los resultados felices.
En seguida la temperatura de las sábanas nos acoge en un capullo donde esperamos la metamorfosis pero el salto no llega. No buscaba nada ni a nadie, buscaba todo y a todos.

El sol avanza por la pared del edificio de enfrente y nos llena de remordimientos de mediodía mientras la obra poética II se vuelve una marea, la inestable, la puntual. La marea y sus puñales, sus espadas, sus banderas desgarradas, la derrotada, la victoriosa. La marea, la baba verde.

Afuera actúa el bullicio de la gente que hace algo con su vida, mientras yo nado y pataleo entre páginas de mareas que no me ahogan pero me atragantan y me sostienen en un latido perpetuo, mientras la gente absurda que en domingo despierta temprano para atestar La Cafetería.

El día avanza y no he sido capaz de tocar la regadera, soy una manada comandada por tus elegías, un sentido común con una bola de hierro engrilletando la voluntad.

A eso de las 4 p.m. no hay nada qué hacer para evitar el miedo al lunes, cada hora es tan corta como para poderte abarcar todo y tan larga como para esconder los recelos entre tu PASADO EN CLARO.

Huyo del tiempo leyendo de día sabiendo que la depresión es un constante virus que infecta mis venas pero con la certeza de que en tu voz encontraré una palabra que bastará para sanarme.