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Dos furias, dos silencios. René Char y Samuel Beckett

Traducción y nota de Eduardo  Uribe




René Char

Argumento

¿Cómo vivir sin enigma frente a sí?
     Los hombres de hoy quieren que el poema sea a imagen de su vida, hecha con tan poca consideración, con tan poco espacio y consumida de intolerancia.
     Porque ya no les es lícito actuar supremamente, en esta preocupación fatal de destruirse mediante su semejante, porque su inerte riqueza los encadena y frena, los hombres de hoy, con debilitado instinto, conservándose vivos, pierden hasta el polvo de su nombre.
    
Nacido del llamado del devenir y de la angustia de la retención, elevándose de su pozo de fango y estrellas, el poema, casi silenciosamente, declarará que no era en sí nada que no existiese de verdad en otra parte, en este rebelde y solitario mundo de las contradicciones.


¡HICISTE BIEN EN IRTE, ARTHUR RIMBAUD!

¡Hiciste bien en irte, Arthur Rimbaud! Tus dieciocho años refractarios a la amistad, a la malevolencia, a la estupidez de los poetas de París, así como al ronroneo de abeja estéril de tu familia provinciana algo loca, hiciste bien en dispersarlos en los vientos de alta mar, en echarlos bajo el cuchillo de su precoz guillotina. Tuviste razón en cambiar el bulevar de los perezosos, los cafesuchos de los mea-liras, por el infierno de los tontos, por el trato de los mañosos y el saludo de los simples.

Este arrebato absurdo del cuerpo y el alma, esta bala de cañón que alcanza su objetivo haciéndolo estallar, ¡sí, es, en realidad, la vida de un hombre! No podemos, al salir de la infancia, estrangular indefinidamente a nuestro prójimo. Si los volcanes cambian poco de lugar, su lava recorre el gran vacío del mundo y le entrega virtudes que cantan en sus llagas.

¡Hiciste bien en irte, Arthur Rimbaud! Somos unos cuantos los que creen sin pruebas en la felicidad posible contigo.



Samuel Beckett

“qué haría sin este mundo sin rostro sin inquietudes…”

qué haría sin este mundo sin rostro sin inquietudes
donde ser no dura más que un instante donde cada instante
acaba en el vacío en el olvido de haber sido
sin esta ola en que al final
cuerpo y sombra juntos se devoran
qué haría sin este silencio donde mueren los murmullos
jadeantes furiosos hacia el socorro hacia el amor
sin este cielo que se eleva
sobre el polvo de sus lastres

qué haría haría como ayer como hoy
mirando por mi ventanilla buscando a alguien más
errando y girando lejos de toda vida
en un espacio convulsivo
sin voz entre las voces
que me habitan



Allá

ir allá donde nunca antes
no más allá allá siempre
qué importa dónde si nunca antes
no más allá allá siempre

                                               para James Knowlson

 


Nota:

Siempre escribimos con palabras de otros, que vienen de más lejos y que apenas podemos apropiarnos por un instante. En Pequeños equívocos sin importancia, Antonio Tabucchi decía que le hubiera encantado que dos relatos suyos hubieran salido de la pluma de Henry James y Kipling, pero que afirmaba eso menos como un remordimiento de su escritura que como una queja por lo que nunca podría leer. Desde la primera vez que la leí, esta sentencia me pareció un gesto de reconocimiento, un homenaje y una poética. Poética que bien puede aplicarse a ciertos momentos de la escritura y, por qué no, de la traducción: decir en mi lengua algo que nunca podré leer porque no nació en ella. Ante la carencia, el intento, la apropiación.

Los dos primeros poemas son de René Char: “Argumento” es una especie de nota introductoria a El poema pulverizado; “¡Hiciste bien en irte, Arthur Rimbaud!” pertenece a La fuente narrativa. Ambas colecciones son de 1947. En cuanto a los textos de Beckett debo hacer una confesión: al leer la minuciosa Guía crítica de la poesía de Samuel Beckett (1929-1989), de Pablo Sigg, quedé fascinado por las versiones, las divergencias y los aciertos que el irlandés provocaba en sus textos al pasarlos del inglés al francés, o viceversa. Así, tomé un poema de 1948 y una tonada de 1987 dedicada a su biógrafo, para ver si en español podía arriesgar, apostar por un decir.

No está demás aventurar que, aunque completamente distintos, los cuatro poemas se corresponden de una manera íntima, por sus búsquedas, sus anhelos, su furia y su asombro. En su conjunto, los textos tienen ecos y reverberaciones insospechados. Hacer aquí esta pretensiosa labor de ensamblaje, este acomodo de teselas que no se ajustan, es, sin duda, una queja por algo que nunca podré leer —y menos aún, escribir.

Eduardo Uribe

 


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