Dossier Octavio Paz / Marzo - abril 2014


El joven Paz


Por Víctor Manuel Mendiola

 

En el número 261, homenaje fúnebre que rindió la revista Vuelta a Octavio Paz, apareció un texto agudo de Gabriel Zaid sobre la personalidad del poeta mexicano. En esa edición conclusiva y póstuma, Zaid señaló que lo que más le sorprendía de Octavio Paz era su capacidad para aprender. Mencionaba que el autor de Piedra de sol y El mono gramático no sólo había acumulado grandes conocimientos a lo largo de su vida, sino que, al final de su existencia, el escritor de Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe aprendió muchas cosas nuevas. Definitivamente, de acuerdo con la penetrante observación de Zaid, una de las cualidades más sorprendentes de Paz era su hambre de conocimiento. Cuando un escritor hablaba con él —aunque éste fuera un joven poeta imberbe—, inmediatamente saltaba ala vista esta sed que se traducía en un tiroteo de preguntas:“¿Qué está haciendo?”, “¿Qué está publicando?”, “¿Qué opina de la nueva poesía?”, “¿Cómo va su editorial?”, ¿Por qué publicó a ese autor?”. O, bajo la forma de la improvisación de un pequeño discurso, la pregunta directa a quemarropa, “¿Qué piensa usted?”. Ese “¿Qué piensa usted?” era un vacío, un abismo, un acantilado, ya que ponerse a discutir con el gran ensayista y poeta sobre el libro Alemania de Heine o El rayo que no cesa de Miguel Hernández destemplaba con frecuencia al joven interlocutor, pero si éste lograba repantigarse en su asiento y erguir la espalda con rebeldía y contestaba su opinión no sólo con inteligencia sino con atrevimiento, Paz se animaba y quería entrar en discusión. No le importaba que la persona que tenía enfrente fuese un novato, realizando sus primeros trabajos. Como un escritor joven en discusión con otro joven, Paz disparaba pensamientos sobre Heine o los versos de Hernández y azuzaba a su oyente –como si fuera un par– para que éste entrara en un diálogo recio y vivaz. La rebeldía inveterada de Paz hunde sus raíces, desde luego, en sus convicciones sociales, en la historia de su militancia juvenil en la izquierda ortodoxa y, sobre todo, en su gran simpatía por el Surrealismo, pero más que nada proviene de su inconsumible rebeldía adolescente. En Paz, como dijo Gabriel Zaid, nos asombraba la capacidad de aprender, pero también nos dejaba anonadados la animosidad de muchacho que deseaba expresar sus opiniones directamente y con vehemencia. En muchos cocteles en los que encontré a Octavio Paz, siempre me llamaba la atención cómo él buscaba la oportunidad para desplazarse al grupo de los jóvenes y lanzar algunos dardos, sonrisas y, a veces, disgustos y molestias. Exactamente igual que un joven. Ser siempre joven puede ser una maldición, puede significar la metamorfosis horrible de haberse convertido en un viejo rabo verde. En Paz era un privilegio concedido por el cada vez más escaso —en los tiempos que vivimos— erotismo del pensamiento y la pasión intelectual.