Dossier Octavio Paz / Marzo - abril 2014


Apuntes sobre Octavio Paz



Por Alberto Villanueva

 
Para eludir la nostalgia, ese peso de alas de un pasado elegido en donde hemos ubicado a alguien --sea ahora Octavio Paz--, no queda otra salida que pasar a la condición de muerto aparente. Entonces el diálogo se abre sobre una equidistancia en que el tiempo se disipa y ya no importa quién elige a quién. Así, en este espacio al margen, y en mayor error, de ese otro de cualidades extrañas, dejo mi comentario. La primera impresión ante la lectura de sus ensayos, a fines de los setenta, fue su eficacia para llegar al nudo de lo que entonces me preocupaba: la Revolución y de cómo mantener la utopía sin caer en la trampa de los socialismos reales. Por “eficacia” aclaro que me refiero a las reverberaciones invitantes que suceden cuando alguien sabe de lo que está hablando, aunque en ese momento era evidente que usted ya no estimaba a utopistas de ninguna clase en el campo político. Las ideas, o mejor: la Idea, mientras pasara por el tamiz de la crítica, quedaría en el campo artístico y uno de sus más elocuentes ejemplos es Apariencia desnuda, sobre la obra de Duchamp. Su nombre significa una red inaudita de provocaciones, desde sus ensayos a las dos instancias últimas de su capacidad de convocar de diferente manera: Plural y Vuelta. Sus poemas son prolongaciones, fragmentos a la romántica o totalidades, y la mayoría cae en ese “buen gusto cualquiera” con que prevenía sobre alguna posible proyección para la obra de Rauschenberg. Hay allí demasiada lucidez y quema “la cosa mental”, que es otra demanda que supo distinguir muy bien en los demás. El poema no está a gusto bajo la moral alerta de la crítica y sus métodos a partir de Kant, origen para usted de ese árbol genealógico del ensayo en la literatura moderna --intercalo “ensayo” en deslinde--, árbol que ha diseñado tanto para sus reflexiones como para las revistas mexicanas que su voluntad y talento extraordinarios hacen confluir hasta alcanzar un lugar único, en las dos mencionadas. Porque el poema no se subordina de ningún modo a la filosofía: hay que “subir” a una cuarta dimensión, como ya Ud. lo ha reconocido, y me parece que más allá de su indicación de la dificultad para el lector, que debe fabricarse una escala de acceso, el poema es cosa enemiga, está siempre en guerra decía Mandelstam.

Es en el ensayo donde irradia arborescente su poesía. Leo y oigo que pulveriza en mí cada hábito, cada costumbre, cada rincón de segura conformidad: a su paso todo queda transfigurado una y otra vez, porque las recaídas son reajustes del cuerpo, ese autómata orgánico, que abandono gustoso en el ejercicio de la lectura para que este diálogo exista.