Orfeo: sentido y sacrificio

Atanor. Notas sobre poesía
Por Francisco Segovia
 

Orfeo: Sentido y sacrificio (México, 08/09/2012) ~ Hermes guía las almas por el laberinto del infierno. No para que alcancen la salida sino al revés, para llevarlas hasta el centro. Sólo una vez dio la mano a un alma para conducirla fuera. Pero Orfeo se volvió a mirar. Desde entonces su canto es un lamento: ha visto la muerte y sabe que nadie vuelve de ella. Sólo las palabras.

¿Es esto, simplemente, la amplificación y edulcoración de una imagen? ¿Era demasiado burda y basta la imagen de la cabeza cercenada que canta flotando en el río? No lo creo. Es cierto que la historia del descenso a los infiernos y la imagen de la cabeza cercenada dicen cosas parecidas (en los dos casos las palabras nos llegan desde más allá de la muerte), pero la primera tiene al amor como motivo mientras que la segunda tiene más bien al sacrificio. Sí, puede ser que se trate de dos versiones de la misma historia en que alguien muere y el lamento permanece, pero el mito de Eurídice hace explícito algo que la imagen de la cabeza sólo implica tácitamente: que el sacrificio es el tema, sí, pero que el único sacrificio que es de veras sacrificio es el del amor. La muchedumbre consuma y celebra el sacrificio del amor —como se ve también en la historia de Cristo—, sin duda porque ve que el sacrificio es necesario para que la vida de los hombres se cumpla en su sentido.



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No. 69 / Mayo 2014


Orfeo: sentido y sacrificio

Atanor. Notas sobre poesía
Por Francisco Segovia
 

 

atanor-69.jpgOrfeo: Sentido y sacrificio (México, 08/09/2012) ~ Hermes guía las almas por el laberinto del infierno. No para que alcancen la salida sino al revés, para llevarlas hasta el centro. Sólo una vez dio la mano a un alma para conducirla fuera. Pero Orfeo se volvió a mirar. Desde entonces su canto es un lamento: ha visto la muerte y sabe que nadie vuelve de ella. Sólo las palabras.

¿Es esto, simplemente, la amplificación y edulcoración de una imagen? ¿Era demasiado burda y basta la imagen de la cabeza cercenada que canta flotando en el río? No lo creo. Es cierto que la historia del descenso a los infiernos y la imagen de la cabeza cercenada dicen cosas parecidas (en los dos casos las palabras nos llegan desde más allá de la muerte), pero la primera tiene al amor como motivo mientras que la segunda tiene más bien al sacrificio. Sí, puede ser que se trate de dos versiones de la misma historia en que alguien muere y el lamento permanece, pero el mito de Eurídice hace explícito algo que la imagen de la cabeza sólo implica tácitamente: que el sacrificio es el tema, sí, pero que el único sacrificio que es de veras sacrificio es el del amor. La muchedumbre consuma y celebra el sacrificio del amor —como se ve también en la historia de Cristo—, sin duda porque ve que el sacrificio es necesario para que la vida de los hombres se cumpla en su sentido.

Que haya algo más valioso que la vida (el amor, la libertad, la justicia) da sentido a la vida misma. No valdría la pena una vida que no se pudiera entregar a eso, o en nombre de eso. No habría dioses y no habría héroes si nadie diera su vida por algo o por alguien, si no sacrificara su vida por otra cosa... No valdría la pena una vida que no se pudiese sacrificar; es decir, una vida que no concibiese un valor más alto, al cual sacrificarse. Pero, si es la vida lo que se sacrifica, es porque ella misma constituye lo más valioso que tenemos y sólo en su nombre son valiosos el amor, la libertad y la justicia. La vida les da sentido, como ellos se lo dan a la vida. Círculo cerrado. Círculo de la significación.

El amor es un más allá, como decía Octavio Paz. Un más allá de la vida. Pero el amor necesita a la vida para encarnar y realizarse. Un amor sin vida no tiene sentido, como no tiene sentido una vida sin amor. El canto de la cabeza cercenada une amor y muerte. Sabe atar su final con su principio, como exigía Pitágoras que hiciera quien quisiera ser feliz. Cerrar el círculo. Pero para nosotros, aquí, esa felicidad no tiene tanto el sentido del regocijo como el de la inmortalidad. Ha muerto Orfeo, pero sus palabras aún cantan. Y lo que dicen es esto: “No olvidéis que en el más allá se canta a la vida. No olvidéis que el sentido de la vida está más allá de la vida”.

Regreso del infierno (Cuernavaca, 13/03/2006)~ El olvido del Leteo, el sinsentido del Tártaro... Pero es de allá, de esa ausencia, de donde viene el signo, cruzando “l’agua fría”. No hace el viaje de regreso volviendo sobre sus pasos, como si quisiera deshacer el camino que ha hecho, como si quisiera desandar el tiempo y volverlo a su origen. No sale del infierno con una Eurídice virgen. Sale al aire aturdido y decepcionado, con sólo unas palabras... Pero ¿qué palabras son éstas? ¿De dónde han salido? ¿Qué significan?... Nadie asiste a la formación de los signos, como nadie asiste a su propio nacimiento —un hecho atestiguado por otros, no por uno mismo; un hecho que no solicitó nuestra venia ni convoca nuestra memoria... Quizá por eso mismo las dos cosas (los signos, nuestro nacimiento) se nos aparecen como un destino... Tal vez por eso unos niños le decían a Piaget que el sol tiene su nombre grabado en el centro, y por eso mismo los nominalistas griegos afirmaban que a cada cosa corresponde fatalmente su nombre... Fatalmente, es decir, por designio del Fatum, del hado, del destino...

(Podría decirse que la lingüística nace históricamente del esfuerzo que ha hecho el Occidente por deshacerse de esta idea; por no confundir la palabra con el nombre (el verbo con el nombre, decían Platón y Aristóteles); por no confundir ser y significar; por remplazar el destino inamovible por la compleja noción que Saussure llamó arbitrariedad... Podría decirse que la lingüística nace de esto, pero también la filosofía...). Porque ese destino es lo contrario de la significación: es literalidad. Y sólo puede llenarse de sentido volviendo del infierno, no con Eurídice sino con sólo su imagen, con sólo las palabras que la invocan... Con sólo su invocación...

89. El no-muerto (Cuernavaca, 16/10/2006)~ En cierto sentido todos somos un no-muerto. Todos tenemos un doble invisible, un nombre invocado. Además de la vida biológica, ofrecida a los sentidos, tenemos una vida simbólica, ofrecida a los signos. En nombre de esta “otra vida” realizamos nuestros ritos. Si el rito es breve es porque ninguna de las dos caras del signo dura mucho sin la otra. Lo que al final queda es una cicatriz harto material, harto literal: una lápida con el nombre de alguien que ya no existe, pero al que invocamos. Esa cicatriz es llaga y metáfora aún mientras dura el duelo, mientras hay invocación, y es entonces cuando el signo muestra más diáfanamente su poder y dignidad.

La palabra es el rey muerto mientras el pueblo grita “¡Viva el rey!”