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portada-folk.jpg Folk
Fruela Fernández
Pre-Textos
Valencia, 2013.

Por Juan Carlos Abril 
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No. 69 / Mayo 2014


Folk, del asturiano Fruela Fernández, es un libro de poemas verdaderamente singular en el panorama español contemporáneo. Aunque escrito en castellano, se introducen frases en bable. La conciencia hipercrítica del autor marca el sentido perdido de una unidad quizás ansiada a través de fragmentos, aquí denominados «Injertos» (pp. 8-12) o «esquejes»
(p. 13). Precisamente en el texto se expresa así: "‒Aprendizaje por esquejes" (ibíd.), ya que se trata de una lectura fragmentaria que solo desde la conciencia del lector puede adquirir unidad o que, en último caso, ni siquiera pretende ser unitaria, aunque sí se erige como conciencia, en el sentido amplio de memoria, como diálogo con nuestro pasado: "[…] cuida / esta pupila de leica, / […] los nombres del abuelo" (p. 43), nos dirá en el verso que cierra el libro, retrotrayéndose a la historia familiar, que es la historia propia pero que también es la historia de un pueblo, el asturiano. El personaje, cuando regresa al pueblo se repite "Has de saludar/ a Clelia, la del quiosco./ Has de saludar/ a Manolín de Llorío" (ibíd.). Injertos y esquejes que simbolizan, a pesar de que se pida explícitamente "[q]ue esta vez/ nada sea simbólico" (p. 14). El paso generacional que existe entre el último verso, con el que finaliza, es decir el abuelo, y el título del primer poema del poemario, es decir el «injerto», que es el nieto, personaje del poema y del libro, o yo lírico, y que podríamos convenir ‒solo para entendernos en un nivel superficial‒ que es el propio autor.

«Folk», «volk» y «peuple» son tres nociones distintas ‒a modo de variantes‒ que permiten diferentes lecturas alrededor del mismo concepto, aunque en este poemario se superponen a propósito. De hecho no hay un solo espacio, cursiva o puntualización tipográfica que no esté milimetrado o falto de intención. Por ejemplo, en el contraste del mundo rural con el urbano, en poemas como en el ya citado Injertos, y otros, con Sótano y altillo (pp. 16-19), para «folk». En la llamada al mundo perdido de la identidad, llámese regional o nacional, en el sentido literal de «ser nacido», que se puede rastrear en la rememoración de una Asturias ‒como un paraíso perdido‒ que ya solo existe en la memoria del autor, para «volk»; y en "Ciento cincuenta y dos/ parados menos/ el mes de abril ‒" (p. 24), La Internacional (pp. 35-36), o La bolsa / El fardo (pp. 40-41), podría leerse la visión sociológica aplicada a «peuple», visión ésta que, en el caso asturiano, entronca con la tradición militante y de lucha obrera que ha caracterizado a esta región especialmente en el siglo XX.

Mito romántico subyaciendo en Folk, con fondo de una Europa de los pueblos, pero que obviamente va más allá de Europa, la reivindicación local se sacude el chauvinismo y se atribuye la adquisición de tintes objetivistas, como en: "Dios,/ pulmón de vaca,/ pezuñas traen/ curruscos de nieve. // Somos bardiales. // Traemos renegrones, aburullamos la ropa. // Somos tu parka. // Somos tu economato. // Somos nuestro día,/ un día terco,/ un día crujiente como albal. // Somos nuestro día // Suéltalo" (p. 15), donde, como vemos, se exhibe una declaración de intenciones identitarias, pero no de una manera ingenua sino urdido ‒y esto ya se puede hacer extensivo a todo el libro‒ deliberadamente a través de un verso extremadamente vanguardista y adelgazado de referentes, en que el extrañamiento es un recurso en el que se van sucediendo elipsis, modismos y localismos, giros, falsos juegos sintácticos, diálogos entrecortados, frases sueltas, prosificaciones, descripciones a pinceladas, reflexiones desde varios niveles, imágenes recortadas, metáforas chispeantes, matices irónicos, etcétera. Este uso o distancia brechtiana crea una tensión fría a la hora de leer el libro, que el lector debe compensar a través de los momentos cálidos, deliberadamente escanciados en la página, en cada poema. Una calidez que se intuye como cariño, entre líneas, en la historia de amor o desamor de Cuatro de interior (p. 13), o Playas, veletas (p. 31-34); que se dibuja en forma de ternura, en el apunte sentimental: "Tú y los lirios,/ aunque sean falsos,/ tú y los lirios" (p. 42); y que, en general, se sugiere en multitud de ocasiones.

Quizá podríamos encontrar una relación directa entre el fragmentarismo del bable y el de la técnica formal usada en el libro, ya que no concebimos forma sin contenido, y entendemos la estructura como un engranaje, un grupo. No en vano Fruela Fernández es además un excelente traductor, por lo que el bagaje lingüístico es al menos doble. Pero el fragmentarismo se presenta también como un modo de sentir la individualidad frente a una colectividad que se ha vaciado de sentido y que solo se expresa a través de "fragmentos de un discurso amoroso", al más puro estilo barthesiano, que van hilando los restos del naufragio de la modernidad en una sociedad sin esperanzas. Recomponer los trozos se plantea aquí como la tarea del lector, quien interpone su competencia a pesar de la dificultad que supone emprender un camino que nunca completaremos ‒recorreremos‒ del todo.




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