AQUÍ DONDE DICEN
marzo al cuervo
y septiembre al centeno,
donde la nieve deja el trazo
de una guerra en pausa
y las hormonas del hielo vienen a cubrir la arena,
la costa se resiste a ser paisaje –
hace falta creer para responderle
sin forzarla a una frase,
sin buscar en la orilla
nuestro abrazo
dormido
CIENTO CINCUENTA Y DOS
parados menos
el mes de abril –
sencillos casi
de nombrar,
de saludar.
Grama en el cauce
desecado del río,
un tren maxi-combi.
Kilómetros
de partido
conservador,
de golondrino duro –
es menos árbol,
más zarza
la mimosal,
más terciario
el solar.
Una linde de tejas socarradas.
A veces
la Virgen de los azulejos.
Un outlet y otro outlet
entre los conceptuales
brotes verdes.
Es fácil llegar
con vista oscurecida,
es fácil volverse temporero,
gastando de autobús
la rabadilla,
corvando
la piel
según el plástico.
Piedra de pino
Tú y los lirios,
aunque sean falsos,
tú y los lirios.
Aquí el perro
quiere ser tu ciervo,
la luz tu guardería.
Pero nosotros
a saltos,
sin piezas
de camada.
Aquí no drena
el riñón:
comes saúco,
amansas agua.
Déjame
darte hombros, traerte vino,
deja que mi mano
camine
como tú.
Vamos, Dios.
Sube llindiando,
para en las casas.
Has de saludar
a Clelia, la del quiosco.
Has de saludar
a Manolín de Llorío.
Cría sentido.
Sé país
creciente,
mídete en mapas
como el niño en el tablón.
Sé cónyuge,
avanza
al acostarnos.
Dios, cuida
esta pupila de leica,
mis muchas lunares,
los nombres del abuelo.
|