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No. 69 / Mayo 2014 |
Para permanecer saber del agua. La orquídea para vivir necesita convencerse de que puede morir ni sol directo ni agua anegadiza la media sombra asfixiante de la selva tropical la sola humedad. Desde su retiro, lejos de aguaceros la orquídea elige el resplandor, el aire denso y agua de nubes filtradas por el bosque como por un lienzo. La perfección sensible de esa vara tolera más la falta que el exceso. En la laguna de Walden, sin conocer a Thoreau, nadé entre el verde transparente de sus aguas, y en invierno con el aliento contenido recorrí la superficie helada, de orilla a orilla. Debajo del hielo los peces lentos se movían, pero yo entonces saltaba continentes. Leyendo a Thoreau, después, volvió la laguna, que había dejado atrás; los guijarros de su bosque iluminados por la Osa Mayor y el murmullo de aquellos hondos nadadores. ¿Saltarán aún, en primavera Sr. Thoreau, los peces helados? aquí emergen en la noche del Delta atraídos por los vértices de La Cruz del Sur. La misma Vía Láctea sostiene las constelaciones antípodas y estas cabañas vivientes, familiares para usted, Sr. Thoreau, donde los árboles golpean con sus ramas el techo y el fuego desde la salamandra suelta su sabia olorosa. Llueve en medio de la isla y la casa se enciende como un fósforo con los relámpagos. El agua viene en una tormenta eléctrica y su caída fértil invade los terrenos, cruza el aire como una fiesta. De esta lluvia bebo su alcohol, su incendio. En la leña seca de lo quieto, el cuerpo se descalza. |
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