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portada-inverso.jpg Inverso
Julio Inverso
Proyecto Literal
México, 2013.

Por Emmanuel Vizcaya

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No. 69 / Mayo 2014



Llegué a la poesía de Julio Inverso un poco tarde en el tiempo pero en el momento justo de mis lecturas. El acercamiento a esta obra me dio una golpiza. Me azotó como queriendo romper un muro invisible o en el último de los casos, mi cabeza. Por fortuna lo que se rompió fue el muro, pero la sacudida sigue ahí. Una sacudida colectiva que se llevan los lectores, más trepidante aún, en esta generación que comparte varios puntos de contacto con su semántica vertiginosa, punketa y callejera. La poesía de Julio Inverso, acertadamente reunida en esta antología por el también poeta uruguayo José Manuel Barrios, es un desdoblamiento absoluto de la agonía y la armonía de un artista que vivió, como diría su casi hermano de furia, Mario Santiago Papasquiaro, “Sin timón y en el delirio”.

En esta antología se conectan siete libros: Baile de soñadores, Instant Karma, Diario de un agonizante, La fuente de la doncella, Una mañana invernal, Erika no sabe beber duro y Cuaderno con jóvenes enamorados en la tapa. Elijo la palabra ‘conectan’ porque más que un muestrario de variantes poéticas de una misma voz, este libro logra un crecimiento potencial de la escritura, la ayuda a culminar. Tal vez se piense que esto suena conocido, que cualquier otro poeta podría encajar en estas definiciones. Y sí, es posible, pero lo que hace que parezca familiar es porque la conexión que logra con el lector es una comunión totalmente humana y desnuda. Nos ponemos en los zapatos de Julio al leer sus textos o, mejor dicho, sus textos se ponen en nuestros zapatos y, como vidrio molido, nos dejan experimentar las dolorosas texturas de su realidad, por medio de la empatía. No hace falta meter vidrios en nuestros zapatos para saber qué se sentiría caminar sobre ellos. Basta empatizar con esa posibilidad abstracta. Mis percepciones íntimas, porque solo de eso puede hablarse en poesía, es que cada uno de los poemas de Inverso es la resonancia de su tormenta interior y de sus pensamientos más honestos, sin florituras.

“No me toques/ estoy endemoniado/ no puedo dormir porque los condenados incendian mi cama./ Noche tras noche/ tu infravida no podrá comprender mi éxtasis: un ángel que empuña un sueño/ un sueño que es un arma/ un arma que dispara a las tinieblas…/ No me toques/ mi luz te enceguecerá.”

El poeta agónico gira sobre sí mismo, se recrimina, termina exhausto y vuelve a comenzar.
Al mismo tiempo, consciente de su labor escritural, extiende una estética definida sobre los años venideros, que otros poetas interceptan como una bala, con el corazón abierto.
Julio no descuida ni un sólo instante pero tampoco se detiene a corregir. La poesía es el barco que navega su sangre.

Para él, esa poesía no es herramienta ni ornamento, sino consecuencia. Ocurre porque debe ocurrir, como la obvia quemadura después de jugar con fuego. Psicodelia gradual, apuntes al margen de la vida, textos que se construyen como un diario de confesiones, íntimo y sombrío. Más que hacer literatura, tiene la necesidad de rasgar la hoja desenfadadamente como si nadie fuera a leerla, pero con una profunda consciencia del ‘ser’, del ‘yo’ y de la ‘poesía’ que declara el amor, la ansiedad y el abandono. Esta antología está hecha de corazones y sangre, pero no corazones de tarjeta postal, sino corazones anatómicos, con las arterias y venas surcadas por agua salada.

“Alice es un arcoiris en movimiento/ Es una gata debajo de un paraguas/ No conozco su lógica. Sólo el perfume de su/ boca./ Y las flores que dejó./ Movía así las manos a través de la maraña/ de signos/ en el aire de la tarde./ Alice me preocupa./ Ella hace/ que me clave puñales”.

Me gusta pensar que Julio Inverso escribe con fósforos sobre un papel de pólvora. Así, en su postura más arriesgada. Es difícil hablar de la poesía, en general cuando la marca que deja en el cuerpo dura varios días o semanas abierta. Un buen libro de poesía difícilmente deja que hablen de él guardando distancia. Inverso no me permite guardar esa distancia, al menos, no todavía. Por eso, no se mire este texto como un mapa o una carta de recomendación, sino como la evidencia del arrebato que, en este caso, conlleva una lectura así de viva. Mucha de la poesía contemporánea recoge ese torrente fervoroso en la escritura y el delirio. Julio Inverso se vuelve un referente en la sombra donde para encontrarlo no hay que encender la luz sino avanzar con las manos abiertas, tanteándolo todo. El poeta transita en la hipersensibilidad de la vida, de ida y de vuelta, en el mar de su angustia, sin reconfigurar al mundo como varios escritores, sino interpretando las texturas más breves y recónditas de lo cotidiano y callejero: la experiencia inmediata.

En su poesía no hay falsas voces, nada se superpone entre el autor y el poema: ambos son extensiones de sí mismos. El poema tampoco duda pues sentencia y demuestra que “La poesía debe poseer una fuerza destructora tal, que nada vuelva a ser lo que era”. Al escribir, Julio Inverso no tiene “Ni pena ni miedo”, como dice el verso de otro gigante, Raúl Zurita. Esto se acopla como una pieza de rompecabezas, en gran parte de la poesía latinoamericana, y Julio lo representa en alta definición.

“Yo siempre estuve loco. Cuando tenía 5 años recibí los 39 azotes y vi mareas humanas llorando por mí y vi las campanas del dólar quebrándose en mi cama. Les dije a todos que yo brillaba y me saqué toda la ropa. Siempre sentí esa inmensa fuerza imparable como una quemadura ácida en la pelvis. Y vi los caballos bajando por las montañas que Baudelaire no logró mover y morí y renací y volví a morir porque se me dio la gana y yo decía todo el tiempo QUÉ LOCURA QUÉ DIVINO y me quería arrancar las orejas”.

Inverso a veces podría parecer un libro maníaco o esquizoide, en el mejor sentido de la palabra, que, volcado en la literatura, es una exposición entrañable; la expresión del desasosiego en su belleza cuando se contempla a través del cristal de la página. Dentro de esas imágenes de “mandrágoras láser” y “diamantes de tiniebla”, también habita una retórica lúgubre que Julio deja salir sin contención pero bajo una mirada sobria.

Estos siete libros se encontraban como vestigio: manuscritos, mecanografiados, fotocopiados y engrapados, y el trabajo del compilador también se parece mucho al del arqueólogo. Siempre deberíamos llevar un buen libro de poemas en la mochila o en el bolsillo de la chamarra como una bomba molotov. Inverso es esa bomba, y una bastante grande.



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