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No. 69 / Mayo 2014 |
* Hanna tenía el pelo negro y ondulado y aquella noche lo llevaba abrochado con alfileres largos y dorados. Me preguntó si de verdad yo había estado mirándola toda la velada y le respondí que sí, que claro. Tenía ensayo con la filarmónica pero pensaba faltar porque había tomado demasiado bourbon. Abrió su monedero y me preparé para ver aquel espectáculo que me encantaba: sus dedos finos se pusieron a hurgar entre los billetes y los papeles. Era un baile lento. El baile lento de sus dedos. Y nunca tenía apuro. Yo encontré una ficha en el bolsillo de mi saco y la deposité sobre al mesa pero ella no me hizo caso. Siguió buscando no se sabía qué. Yo la amaba y supongo que también ella se amaba en ese momento/ * yo soy tu bestialidad tu juguete enaltecido por el orgullo canto en tus sueños yo espero en la menta dramática de tu cielo soy el traidor principal la música de los hot dogs y las escupidas tú me evocas esqueletos siameses porque también eres terrible * le expliqué a mi amigo que no se puede estar en paz ni sobrevivir a la urgencia del esqueleto pero había muchos representantes y era invierno y a pesar del renacimiento del sentimiento ultrapoético de la vida no me creyó y siguió intentando con la aguja en el baño * Fui un niño lunático, con un género nuevo de lunatismo. Una Hermosa niñez fotogénica. Los 15 años fueron detestables: empecé a ver que siempre sería un espectador. Aislado en la fiesta o al menos lo que yo creía que era la fiesta. Ese núcleo, ese centro que atraía todas las cosas hacia sí, las niñas hermosas, la luz, los perfumes y el sonido. Nunca una silla para mí cuando se alzaba el telón. Todo estaba lejos, muy lejos, como cuando de una cama a otra cama, en la noche, en una habitación de mala muerte, uno escucha que el otro se remueve y apenas se queja. Pero una noche, caminando sin rumbo, descubro una rugiente bola de fuego, una estrella de sueño definitivo en el cielo angustiado. Y ese centro de vida, de movimiento de relojería y de cascada, esa estrella, me acompaña hasta mi casa, que esa noche es un pabellón dorado. Me arrojo contra la oscuridad y la transcurro, la derroto y entro a mi habitación con las sienes en llamas porque esa estrella, desde el fondo de mi ser, me ha incendiado. |
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