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portada-el-tiempo-menos-solo.jpg El tiempo menos solo
Abraham Gragera
Pre-Textos
Valencia, 2012.

Por Juan Carlos Abril

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No. 70/ Junio 2014


Un poeta virtuoso


Con Adiós a la época de los grandes caracteres, publicado en 2005 en Pre-Textos, Abraham Gragera (Madrid, 1973, aunque criado en Extremadura) levantó grandes expectativas.
Un gran primer libro que había dado a la imprenta a los 32 años, si bien no era lo primero que escribía, y que ahora, con El tiempo menos solo, aparecido a finales de 2012, confirma lo que ya se anticipó allí: estamos ante una voz indiscutible en la poesía española contemporánea. Nos hallamos ante una consolidación, unas expectativas confirmadas y una poesía de alto voltaje estético y gran exigencia estilística. Si su ópera prima nos descubrió a un poeta importante, ahora con esta segunda obra se nos muestra un autor ya necesario.

Antes que nada hay que decir que concebimos la obra de arte como una estructura en la noción bajtiniana del término, ensamblando forma y contenido en un engranaje conectado. No se puede hablar de una sin repercusión en el otro, ni de otras características ajenas a otros niveles. Cualquier cambio se puede detectar en un análisis genético. Por tanto, cuando hablamos de forma queremos también hacer extensivas nuestras consideraciones al contenido, si bien es cierto que necesitaríamos de más espacio para explicar sus claves, que en algún caso vamos también dejando apuntadas: el calado filosófico o la intensidad lírica, fruto de ciertos guiños elegiacos, y la complejidad o riqueza del conjunto, la variedad temática o despliegue verbal... Esperamos no obstante que resulte explicativa esta visión de El tiempo menos solo que necesitará una lectura ulterior que revise estos planteamientos liminares con lupa.

Sea como fuere, la formación integral de Gragera, licenciado en Bellas Artes, que a la vez de poeta es pintor, músico, dibujante, diseñador, escultor, etcétera, nos pone delante a un artista humanista que en sus poemas muestra amplios saberes sobre los tratados de retórica, la historia de la literatura, las cualidades fonéticas de un verso, o sobre los trasvases y simbiosis dimensionales de la obra artística. De hecho, quizá la primera impresión del libro sea esa, la de un virtuosismo técnico poco usual hoy día. El tiempo menos solo plantea desde su título una preocupación temporal que tiene mucho que ver con una inquietud existencial, la del hombre frente al tiempo, la eternidad o universalidad del mundo. “Porque en nuestro futuro no hay memoria/ y somos el futuro de todo lo que está a nuestras espaldas” (p. 12), nos dirá en dos versos con los que concluye Los años mudos (pp. 11-12), el poema inicial.

El título aparece en La poesía (pp. 16-17): “si esta nostalgia de los propios rasgos,/ que enciende el aire del amanecer,/ hace al tiempo sentirse menos solo” (p. 17). Un espléndido poema en cuartetos blancos, en el que se desdobla el amor a la poesía en un diálogo con un tú amoroso en el que no se sabe bien, ni se pretende, qué o quién es el objeto amado.
Ese “nosotros” resultante será una constante importante en el poemario, y podemos rastrearlo en Diciembre (pp. 14-15), el ya citado Los años mudos, Nuestros nombres
(pp. 21-22), y otros muchos. Este “nosotros” es una presencia con todos sus ángulos y connotaciones. Tú y yo que “se reconocen en la duda/ de reencontrarse en la desnuda/ verdad del otro […]” (p. 47), creando un espacio de encuentro dialógico, una fusión o crisol, un refugio frente al tiempo o, mejor dicho, acompañándole. Al disolverse en el amor de las individualidades se accede a un sentido de lo colectivo. Pero sin ingenuidades, ya que esos dos cuerpos que dialogan en el amor, disolviéndose en uno solo, recuerdan a “los que desaparecen en la niebla” (p. 50). La preocupación temporal unida al recuerdo, el cual solo se concibe como imaginario y conciencia colectiva, en tanto que memoria (pero también nostalgia y melancolía) estarán también muy presentes: “Leo de noche a los grandes poetas que escribieron desde el después de cualquier cosa/ para dormirme pensando que al abrir los ojos las cosas nos recordarán” (de Obedecí, p. 34). Estar después significa estar en la creación, el poeta concentrado en su tarea de desentrañar del mundo un puñado de verdades —poéticamente hablando.

Al examinar poemas como La novia judía (Rembrandt) (pp. 46-47), un ejercicio de malabares en torno a la décima espinela, con cinco décimas en las que se juega con las asonancias para, en la última estrofa, dejarnos una nota “discordante”: en vez de rimar el verso en -dad, acaba en -dez (en vez de «calidez» podría haber escrito, obviamente, «calidad»). Pero no es un descuido y es, por supuesto, una nota de maestría en la que el autor exhibe las cartas de su praxis retórica y métrica en libertad, jugando sabiamente con un conocimiento riguroso de la tradición. Por otro lado, Los insomnes (pp. 49-50), el poema con el que acaba el libro, es una sextina.

Sin ser exhaustivos a la hora de citar y analizar todos los poemas, la perfección formal de las estructuras ensayadas, desde los versículos brillantes con influencia de Ashbery, que tanto nos habían impresionado en su anterior libro, de Los años mudos, Diciembre, Nuestros nombres, Viejas plegarias atenienses (pp. 35-36), y Remoto figurado (pp. 42-44), hasta las nueve estrofas de nueve versos de La oveja (pp. 25-33), pasando por las rimas asonantes de Albada (p. 48), que imitan la canción medieval, u otras estrofas creadas para la ocasión, adaptadas a las necesidades del poeta, que hace y deshace a su antojo, podemos observar cómo durante El tiempo menos solo se alterna con criterio ejemplar el diálogo entre tradición y vanguardia. Muchas veces, como en Diciembre o en A la altura, a medida (p. 38), se encubren adrede los versos medidos, las estrofas, en una disposición típica del poema en prosa, y que funciona eficazmente, ya que le da sentido al texto al margen de la verticalidad versal. El lenguaje coloquial, por cierto, se actualiza en el ínterin de una prosodia milimetrada, con referencias culturalistas de diversas estirpes y procedencias, junto a esa percepción compositiva, densa y global que adquieren los textos, en una muy estudiada y calculada ritmia, obligándonos a la relectura para detectar así toda su riqueza. No por casualidad en este libro el poeta prescinde de puntuación en algunos poemas, como en
La oveja, rompiendo con la sintaxis lógica en algunos otros casos, la transitividad o la reflexión en algunas articulaciones verbales.

Sin duda que podríamos seguir enumerando más aspectos sobresalientes de un poemario que a todas luces podemos calificar como excelente. Aspectos que hemos señalado aquí y por los que hemos tenido que dejar de lado otras cualidades del libro, textuales, pragmáticas, semánticas, hermenéuticas, epistémicas, aunque hemos apuntado algunas.
Se trata de uno de los libros más importantes de los últimos años, y a buen seguro seguirá dando que hablar.



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