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rutinero-resena-70.jpg Rutinero
Níger Madrigal
María Wernicke (ilus.)
Fondo de Cultura Económica/Fundación
para las Letras
Mexicanas,
México, 2008.

Por Daniela Grave Aragón

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No. 70 / Junio 2014



Níger Madrigal nació en Cárdenas (México) en 1962. Fue fundador y director de la revista Parva. En 1990 ganó el Premio de poesía de los VI Juegos Florales de Cunduacán, Tabasco; y en 1992, el Premio Nacional de Poesía Ramón Iván Suárez Caamal. Ha publicado los libros de poesía Amontonamientos, Tiempos de otros, La blancura imantada, Cuentasueños (o las cuatro pasiones de Xicarú) y Artificios de la memoria, entre otros. Rutinero de Níger Madrigal, e ilustrado por María Wernicke, fue ganador del Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños 2007.

Rutinero lleva por epígrafe un fragmento de Mario Benedetti, espléndidamente escogido, porque alude a los versos que un niño pueda encontrar alguna vez y que “en lugar de versos extraiga piedritas/ y socorros y alertas y caracoles”; epígrafe que se relaciona con la transformación que los niños puedan hacer de ellos y de la lectura misma.
El libro, está dividido en cuatro secciones, formadas por pequeños poemas que rara vez riman y que crean un conjunto. Dichas divisiones son:

Ruta del ámbar:
Los poemas que conforman las siete páginas de esta sección tienen trazado un camino color ámbar que acompaña la lectura y que continúa hasta el inicio del siguiente apartado. Son cinco pequeños poemas de 2 a 4 versos que tienen a la naturaleza como objeto poético –como todo el libro–, pero en este primer apartado hace referencia a los árboles, los frutos, la noche y las luciérnagas. También las estrofas cortas se mantienen como una constante a lo largo del volumen.

Hay imágenes de alto valor literario y estético como la de un beso que puede sembrarse,
del árbol que de él nazca se obtendrán sonrisas como si fueran frutos; o la de las luciérnagas como una constelación, que si bien ya es una imagen conocida, halla cabida de manera adecuada y precisa en estos poemas.

Éstos hablan desde un yo lírico que conjuga los verbos en primera persona del plural, por lo que se intuye que habla de él –un niño– y su madre, por algunas alusiones que encuentro en los textos.

En la mayoría de las páginas aparece el mismo dibujo de un niño, que bien podría ser el “protagonista” de los poemas. Los dibujos son sobrios e intentan ilustrar lo que dicen los poemas pero sin ser del todo explícitos, para dejar que el lector haga el resto de la comprensión poética.

Ruta de los siete colores
La segunda parte la inauguran unos versos de Carlos Pellicer referentes a los colores. Aquí hay siete poemas, cada uno intitulado con el nombre de un color: azul, verde, blanco, café, naranja, amarillo y rojo. Cada uno de ellos guarda relación con un animal y, a través de ella, menciona características de cada uno: así, con el azul habla del pavorreal, con el blanco de la garza y con el naranja de la mariposa. La mención al amarillo es por demás curiosa: en lugar de referir un animal, lo hace para referirse a un lápiz.

El mérito de esta sección es relacionar los colores con los animales y sus características, sin caer en lugares comunes, al igual que crear imágenes como la de una hormiga navegando con una hojita como vela, y la de una iguana atragantada de tanto verde; además, las ilustraciones que los acompañan son exquisitas...

Ruta del navegante:
Unos versos de Alberti abren esta tercera parte, acertadamente escogidos porque la introducen a la perfección al hablar de un “marinerito”. Así como la primera parte tenía un camino color ámbar, ésta tiene unas olas del mar. Cada poema lleva por título una letra de la A a la G. La temática es el ámbito marino así como los animales que lo habitan y los barcos.

El poema más corto está compuesto por un único verso en el que se compara a las olas con largos bostezos. También hay explicaciones sobre la espuma del mar o del porqué del caparazón de las tortugas.

Ruta del corazón:
Esta última parte es la que considero mejor lograda y, por tanto, mi favorita, puesto que se compone de cinco poemas de tres estrofas los primeros y de sólo una, los últimos. Parece ser que aquí la voz poética es un colibrí y cuenta la relación de éste con las flores y el viento; también se le compara con una llave. El tercer poema –mi preferido de toda la colección– es la historia de amor entre el colibrí y un tulipán, el primero es presentado como si fuera un ángel y el segundo, como un corazón.

La sobriedad con que están dispuestas las estrofas cortas (que facilitan la lectura) y las ilustraciones, representan el maridaje perfecto para este libro que pretende introducir a los niños al ámbito de la poesía. Pienso que los poemas de este volumen, Rutinero, cumplen con ese propósito porque, si bien no hay rima, sí tiene imágenes preciosas y un cierto ritmo, que puede resultar más que atractivo para los lectores que inician su camino en la literatura y la poesía.

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