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portada-antologia-pureza.jpgAntología de baja
pureza

Víctor Hugo Díaz
Editorial VersoDestierro
México, 2013.

Por Cristián Gómez O.

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No. 70 / Junio 2014



Díaz, Víctor Hugo: Público y privado


Si la poesía circulara de la manera que debiera, un poeta como Víctor Hugo Díaz no necesitaría mayores presentaciones. Pero heme aquí, presentándolo para un público mayor del que hasta ahora ha tenido, pero que sin embargo puede no entender todas las claves de lectura que maneja este poeta. No es extraño que ocurra así: Díaz ha publicado su primera antología, pero lo ha hecho lejos de su Chile natal, en un México que lo ha acogido como visitante asiduo y como poeta por descubrir.

Si la poesía circulara como debiera: más que añorar viejos tiempos, de los cuales tampoco estamos muy seguros de su carácter tan idílico, sí creemos que la poesía no tiene por qué estar constreñida a un puñado de poetas que escriben para ciertos profesores (muchos de ellos también poetas), ni a las estanterías del fondo en las librerías que ofrecen en sus vitrinas las últimas novedades editoriales. Me es más atractivo recordar la Plaza de la Constitución durante la noche de clausura del primer Chile Poesía, en el 2001, un encuentro de poesía que reunió a poetas como Alberto Blanco e Ida Vitale, Gonzalo Rojas y Antonio Cisneros, Nicanor Parra, Rita Dove y Amanda Berenguer. Esa noche, el colectivo de acciones de arte Casagrande, bombardeaba desde un helicóptero a las diez mil personas reunidas allí, con un cargamento de marcadores de libros donde se leían poemas de una larga lista de poetas jóvenes de Chile. Casi treinta años después del Golpe, la plaza de La Moneda con el edificio de gobierno eran bombardeadas nuevamente, solo que esta vez lo que caía desde el cielo era muy distinto.

Dentro de ese ambiente, al mismo tiempo asfixiante y democrático, me ha tocado conocer la obra de Díaz. En un principio, corto de vista, no reparé en volúmenes como La comarca de los senos caídos ni Doble vida, ambos del ochenta y siete y el ochenta y nueve respectivamente, aunque me siga pareciendo que lo mejor del autor está en sus últimas entregas, Lugares de uso (2000), No tocar (2003) y, por sobre todo, falta (2007). Más allá de los matices que pudiera haber entre ellos, lo que resalta es la voluntad de continuidad que se cierne sobre estos libros, ese hablante que despliega ante la ciudad una mirada detallista y escrutadora. Una ciudad –Santiago de Chile, para mayores antecedentes- cuyo retrato no resulta para nada complaciente sino que, lupa en mano no hace sociología ni amplios murales de clase alguna, más bien se detiene con delectación, a ratos morbosa, en los detalles que nos permiten distinguir la fisonomía ‒borrosa, en ocasiones‒ del ámbito urbano.

No sé si lo dicho hasta aquí le habrá dado o no alguna idea a los lectores acerca de Víctor Hugo y lo que él escribe. Tal vez no sería inútil imaginarse a un tipo relativamente joven
(o, si se quiere, no viejo), bueno para caminar, heterosexualmente obsesivo, excelente cocinero en los días de inspiración y perteneciente, según entiendo, a dos razas que hoy en día escasean y se confunden entre sí: la de los leales y la de los buenos amigos. También sería provechoso que el lector se diera a la tarea de imaginar un hablante post-lihniano, post-pinochetista y escrupuloso, si por escrupuloso entendemos un sujeto lírico que se da el tiempo necesario para mostrar, no con brocha gorda sino con la prolijidad que ameritan, la sutileza y la velocidad de los cambios del Chile contemporáneo.

Otro dato no menor en la poética de Díaz es su filiación al grupo de poetas que con mayor y menor mérito aparecieron simultáneamente en el no tan lejano mil novecientos ochenta y siete, año en que la represión en Chile volvía a recrudecer y la oposición estaba dividida entre los que pretendían promover las elecciones libres negociando con la dictadura y otros que aún soñaban con la derrota militar del régimen. Con este pantano como contexto, el grupo al que hacemos referencia comenzó a desentenderse de las demandas de la política contingente y partidista (de la que todos empezábamos a estar cansados) para hacer de la calle y del deambular, su política. Un desembozado y necesario vitalismo, no siempre con los mismos resultados a la hora de acogerse a los moldes y a la tinta negra, fue el norte del escepticismo que congregaría a estos (no tan) buenos muchachos. El “fracaso” generacional que está implícito en el desarrollo de este grupo es el fracaso de todos nosotros, e implica que su incapacidad inicial para entender (y dar cuenta de) el escenario y las complejidades de la post-dictadura (donde el afán de una crítica unívoca y voluntarista es inconducente), se ha transformado en los últimos años en un asumir poéticamente estos matices recién señalados –amargos, las más de las veces. Con esto en mente, han complejizado el poema porque han complejizado su lectura de la realidad, pero no han devenido artificialmente barrocos, sino que el marco de referencias que los guía aún puede calificarse de realista, con cable a tierra, desembocando, sobre todo en el caso de Díaz, en una relación entre ciudad y sujeto y entre poesía y mirada, que me parece podría resumirse en una frase emblemática de Enrique Lihn: “Esta ciudad no existe para mí ni yo existo para ella”.

Este verso, extraído de Pena de extrañamiento, libro que Enrique Lihn publicara en mil novecientos ochenta y seis, retrata a cabalidad esa atmósfera de los poemas de Víctor Hugo, en los que una ciudad indiferente ha ido cambiando –concertación y neoliberalismo de por medio– no en sus signos más evidentes (ahí siguen, para mayor prueba, el Metro y sus más recientes aditamentos, el Parque O'Higgins, La Moneda, el Estadio Nacional, Avenida Pajaritos, la radiografía que es La Florida), sino que lo que ha cambiado es el significado que antaño podrían haber tenido esos signos. Los cambios más palpables que ha sufrido la sociedad chilena –y, por suerte, también los más sutiles- son una especie de correlato objetivo e imprescindible para la poesía de V. H. Díaz. Esas transformaciones –que han llevado a que Chile sea no una sociedad del espectáculo, para usar el término de Guy Debord, sino una sociedad de la farándula, donde el escenario político hay que leerlo en las páginas de las revistas de variedades, y a gobernantes y parlamentarios buscarlos en un entrevero de futbolistas, cantantes y modelos de todo tipo de pasarelas–; esas transformaciones, decíamos, ocupan su lugar en versos de inusitada lucidez como en los que rezan:

Ahora que las escenas de pobreza
pasaron de moda en la poesía
que hable el que la lleva
El cuento se reduce a saber robar
si no te quedas solo.

Se aúnan aquí una voluntad política y otra poética, una figuración al mismo tiempo pública y privada que no se contradicen la una con la otra, sino que, muy por el contrario, son la única manera de entender, creo, el retrato íntegro de un poeta necesario como Víctor Hugo Díaz.

En el libro que ha publicado recientemente en México, Antología de baja pureza (2013), Díaz reúne lo más granado de lo que ha escrito hasta hoy. Visto en retrospectiva, uno se siente afortunado de haber leído una obra que hace de la fragilidad la mejor definición de la vida chilena de los últimos veinte años. Fragilidad de la democracia que se vio amenazada constantemente mientras Pinochet estuvo vivo. Fragilidad en el estatuto laboral que ha hecho de la precariedad nuestra forma de trabajo. Fragilidad de las mujeres frente a la violencia patriarcal. Fragilidad de todo aquello que, como en la última parte de esta antología mexicana, es “hechizo”, es decir artificial, remedos de aquello que no tiene el aura de lo original.

Decíamos que una mirada pública y privada, intimista y colectiva, es la única forma de entender a cabalidad la poética de Víctor Hugo Díaz. Otro camino que se podría emprender, con el mismo propósito, sería el de compartir con el autor un ceviche preparado por su propia mano, regado con un Carmenare barato pero confiable comprado en la botillería de la esquina. Pero eso, contrariamente a su poesía, puede ser privilegio de pocos.

      

Iowa, marzo, 2014

 


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