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portada-mecha-de-enebros.jpgMecha de enebros
Clayton Eshleman
(Traducción
Hugo García
Manríquez)
Conaculta/Aldus
México, 2013.

Por Jorge Betanzos
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No. 70 / Junio 2014


Existen diferentes formas de abordar la experiencia poética. En algunos casos, las intenciones del autor exigen, además de la escritura del poema, recursos visuales o prosísticos para asegurar que el canal expresivo inunde adecuadamente al lector. Esto puede interpretarse como desconfianza del texto o como una adopción legítima de la comunicación artística, que es el caso de Mecha de enebros, donde los recursos ajenos a la poesía encuentran un cauce valioso y le dan cuerpo al testimonio de una víctima del arte prehistórico.

Clayton Eshleman (Indiana, 1935), el autor, ha tenido un devenir intelectual interesante, con estudios en filosofía, en literatura inglesa, pero sobre todo con estancias prolongadas en México, Japón, Perú, Francia…; todos territorios de un sustrato nutritivo de arte, de culturas cimentadas en mantener el rito y hacer del tiempo presente algo que dé continuidad a lo sagrado. Este cúmulo de experiencias nos ofrece a un autor abierto, analítico, sensible a lo humano, a lo histórico y la trascendencia.

Mecha de enebros vio su primera edición en 2003, pero hubo de pasar una década para ser trabajado por Hugo García Manríquez, un intelectual del lenguaje que alcanzó la madurez muy rápido, y su trabajos lo demuestran: es constante, siempre encuentra el modo de alienar las texturas del español y el inglés de forma intuitiva, un valor más emparentado con el talento que con el conocimiento (que también tiene).

El que Hugo haya reconocido en sí la capacidad para traducir esta obra no es poca cosa.
Es una lectura difícil, demandante, exige voluntad lectora, y entrega a cambio imágenes y datos que suscitan la complicidad con un artista que explora lo inexplicable.

Hay puntos de la civilización en los que la ciencia no puede penetrar, y es en esas fracturas en donde el arte, como un ejercicio del intelecto, debe afirmar una postura. No es difícil imaginar, por ejemplo, a Miguel León Portilla, en un sueño donde acompaña al padre Sahagún en su pesquisa. Donde los libros no han podido ser testimonio, la imaginación es compenetración intelectual: el asombro de Sahagún solo puede ser intuido a través de la mente, no de las letras; lo mismo ocurre con Eshleman.

Atreverse a profundizar en la formación del imaginario, a desempolvar el momento en el que los hombres tuvieron memoria de lo que ocurría en su mente, suena imposible; pero el arte habla de ello. El autor fue un asiduo paseante de los sitios con pinturas rupestres y de territorio con ocupación antigua. De la afición, de ser un cautivo del arte, se convirtió en su víctima: la contemplación constante, el contacto con las atmósferas y el imaginario
le permitieron adentrarse en el misterio.

En la actualidad, el sentimiento ha sido una excusa, una especie de membrana que —supuestamente— exime a los artistas de conocer medianamente los temas que abordan, sean históricos o científicos; esto no ocurre con Mecha de enebros: el enebro, la planta encontrada en las cavernas y que se tiene por combustible de las antorchas prehistóricas,
es el fuego al que arden los textos. Los poemas arden con un amor absoluto, pero las cosas son dichas en un lenguaje especializado, que solo conoce quien está completamente inmerso. En ese sentido, las anotaciones bibliográficas se vuelven llave y respaldo en el diario de una pasión. Lo que se lee es la bitácora de treinta años, de 1973 a 2003; pertenece a un viaje arqueológico en el que se escriben poemas como testimonio espiritual. Según puede leerse, fue imposible eludir la fuerza de imágenes e imágenes potentes que sobreviven los estadios y conviven con la ciencia y la poesía.

No apegado a la poesía ni a ciencia alguna, el libro es un ejercicio ejemplar, de seriedad absoluta, y permite la colisión de dos códigos para que el lector pueda filtrarse entre las fracturas de un tiempo inaccesible. Hablar de la imaginación desde la imaginación es la fórmula y, en este ejemplo, están los argumentos.

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