Efraín Huerta / Junio 2014


Efraín en las columnas del Periquillo


Por Luis Cardoza y Aragón*

 

Ese hombre, reidor, jovial, escondía, de tan elegante su alma, su angustia y sus preocupaciones. Ese hombre fue mi amigo y fue un poeta. Diría que un gran amigo y un gran poeta.

Su angustia que se esparce por toda su obra es la clásica por la condición humana. Sus preocupaciones fueron las de participar con profundidad, constancia y lucidez, en las luchas libertadoras de nuestro pueblo.

Lo conocí por los años finales de los treinta. Trabajamos juntos en El Nacional en donde tuve otros encuentros felices: Héctor Pérez Martínez, Carmen Báez, Elvira Vargas, Rafael Sánchez de Ocaña, Raúl Ortiz Ávila, Francisco Martínez de la Vega.

De entonces nace mi amistad ininterrumpida con Fernando Benítez. Efraín Huerta redactaba para el suplemento dominical Columnas de Periquillo, que eran informaciones culturales con donosura, picardía y humorismo. A mí me estuvieron encomendados los suplementos, no sé bien cuantos años. Y digo encomendados porque en verdad los coordinaba; no los dirigía propiamente. Mis gustos literarios, artísticos, mi criterio acerca de lo que debían ser los suplementos no eran semejantes a los de mi amigo Raúl Noriega, director de El Nacional.

Efraín Huerta contaba poco más de veinte años cuando nos conocimos. Comenzaba su poesía, que fue intensa y fructífera. Como lo fue su vida toda. La deslumbrante trinidad del amor, la libertad y la poesía, fue la pasión de su vida. Una sola luz son esas tres vertientes inseparables. Son una sola. Una sola, en la cual estamos por las mismas razones y sentimientos, con la suma intensidad de arrebatados por un destino.

Efraín Huerta sirvió ese destino con altura, fervor y felicidad. En 1937, Efraín Huerta cuestionaba a fondo a la generación anterior, los Contemporáneos. Lo hace con clara exigencia, que lo dibuja: "Los jóvenes, la nueva generación, reclamamos algo más. Ni tan siquiera les pedimos cuentas a esos poetas. No les instamos a salir de donde se hallan emboscados. No les exigimos que intervengan en un conflicto moral y social que a lo mejor ignoran. No ansiamos su firma al pie de un manifiesto condenando los actos bárbaros de los brutos desbocados. En cambio, sí les queremos aclarar que sus escasos discípulos y defensores no son lo mejor de la juventud mexicana, sino los desechos únicamente, la jeunesse dorée de la poesía: que los jóvenes estamos bien prevenidos contra los engaños y los plagios; que no intentamos poetizar "repitiendo las consignas del general Miaja" —como torpemente imagina Rafael Solana— ni mucho menos colocando en líneas como versos determinada orden del día del Partido Comunista —según la ingenuidad de Gorostiza—; que todos los poetas españoles, Guillén, el desaparecido Gutiérrez Cruz, Louis Aragón, Eluard, y muchísimos más continental o mundialmente conocidos, son nuestros verdaderos maestros, porque son vitales, humanos; es decir, hombres capaces de una labor revolucionaria: que no esperen de nosotros una revisión total de su labor poética, porque les consideramos históricamente liquidados; que no insistan".

Aprecia Efraín Huerta a José Gorostiza, en virtud de que "afirmó la verdad de la crisis en forma rotunda, pronunciándose por una inmediata rectificación". A Carlos Pellicer lo sitúa aparte. Este ensayo delinea el perfil del joven poeta con tonta hondura que fija los rasgos esenciales de toda su vida hermosa.

Al morir Efraín Huerta el mejor homenaje fue el que le hizo un guerrillero salvadoreño: puso sobre el ataúd una rosa roja y una bala.



* Homenaje a Efraín Huerta 1914-1982, coordinador: Emmanuel Carballo, tomado de El Gallo Ilustrado, suplemento cultural de El Día, núm. 1030, 14 marzo 1982, p. 10