Efraín Huerta / Junio 2014


Efraín Huerta


Por Pablo Mora



Qué sorpresa tu solicitud y qué gusto, aunque me temo que me iré por otro lado, pues me da más gusto tu mensaje que la labor de recuperar el amable recuerdo que tengo del cocodrilo [enfermo] de involuntaria voz distorsionada hacia el final de su calle principal. Recuerdo su voz de ET adulto después de la operación y su sonrisa, con algún morral discreto de vendedor de metro como cuanto me topé con Allen Ginsberg con morral también, pero esta vez chiapaneco, al final de su vida a orillas del Potomac. Claro que me viene a la mente también ese décimo (o doceavo) piso de rectoría con Maqueo, Jorge, Javier y tú trabajando –unos más que otros, enfrascados en galeras de memorias de Cardoza y Aragón, los patéticos desafíos de sonetos diarios de Usigli; todo ello decorado con muros de madera y cortinas oblongas con nuestra explanada universitaria a los pies. Por ahí guardo todavía el manuscrito de uno de sus poemínimos de Efraín y esa portada verde del cuadernito de un transeúnte  que nos mostraba que  los versos eran cuestión de serpentinas y pepelitos bien hechos, de calles defeñas, de banquetas, de mujeres ebrias que procedían de descriptio[s] puellae. Efraín y sus albas humanas de altiplano, y ya detrás la voz aguardentosa de Max Rojas y sus “caidales de pinche extrañación”. En ambos flancos Pessoa y Vallejo, y por allá, en otra reunión en Mixcoac, el entusiasmo por aquel soneto de Ricardo Yáñez que abría con “si no amor soy entonces qué carajos…”

Efraín Huerta y la posibilidad de deambular de otra forma por esa ciudad desde camiones con sus letreros improvisados sobre el vidrio, en tinta blanca, pero visibles, improvisados todos y ocultando ese destino ineludible en México: hacia “Panteón Jardín”, como bien advertía Max. Varias reuniones oí ese rótulo a altas horas de la noche entre delicados sin filtro o esbeltos carmencitas y vasos altos de oscuro ron Castillo. Pero sobre todo esa posibilidad de soltar palabras brutalmente con el riesgo de cometer faltas fúnebres y vitalmente emocionarse porque algo latía en todo ello. O de plano traspasar a esos camposantos de afortunadas noches ebrias de amor y amistad con algunas palabras con espinas para todo gusto. Efraín desde la “pecera”  hacia el alba con imágenes desafiantes, con voces bien ancladas como “sudor y llanto molidos” o claras y llanas, pero tensas, como “sus torpes arrebatos de ternura” o bien armadas de inminente almohadón crepuscular: “su pecho suave como una mejilla con fiebre”. Y ahí queda esa continua enunciación de amores y voces con herrajes de una desenfadada tradición indispensable y necesaria, para navegar así nomás con “Eres, amor, la flor del falso nombre…”, o  “Amor mío, embellécete”… para sobrellevar nuestro cada vez más fregado altiplano… 

Vaya, pues, este breve y precipitado recuerdo para decirte, Pedro, que no podemos arrumbarlo, así no más, y menos dejar a un lado su humano e intenso amor que hay en las palabras, siempre tensas y claras como para seguir al pie de su propia hoguera de voces, “vidrio molido”, con boleto de papel arroz y amarillento hacia aquella ruta de camión, que bien inventó el propio Max, y en la que ya íbamos todos, “como huesos y aire cabalgando en el alba”, hacia, jé... Panteón Jardín…