José Kozer
Homenaje a Emily Dickinson
Un Dios y todo se recompone.
Aún no la miel, todavía el aguijón: peor la roncha.
Alma, pistilos. Huesos, enjanmbre: tampoco habrá más.
¿Más de qué? ¿Y qué para mí? También de eso se trata. Grados a
un Parnaso.
Pardiez y rediez los parnasos. ¿Y habrá
anagrama revelatorio? Grama, habrá.
¿Y el Auriga; el Inusitado? Oh, please. Visión, analfabeta a lo sumo.
¿Sumar
qué? Visibilidad. La superpuesta sobre sí.
Al cero. De las manadas superpuestas de
la visibilidad ni el trascomino de un
comino se da.
Monótono tributo del bledo arroja a los pies de la Divinidad.
El gajo de
pamplina al regazo del arcángel. Gloria,
Gloria. Rosa depuesta. Magnitud de la
hebra en el Cóncavo abastracto: ah, si al
menos hubiera habido (qué mal suena
eso) infracción.
Pie escala, ni por pienso (Emily): peldaños del desaire. Reflejo
avizor (Dikinson)
inasible, al abrir la ventana (bobolinks,
bonnets, now shoot). Y por mano inerte
sonda que de una vez trepana, zas
deglutido.
Linde
Me veda la pared: sus cuarteaduras (helechos) me asfixian.
Ahí son el mismo obstáculo la rendija y el enjambre.
Me desalienta el hervidero galáctico, mi propio asombro.
El Libro de la Sabiduría sólo sirve para bien morir: tropiezo con
los movimientos;
cada vez que lo pienso (y lo pienso todo el
tiempo) aparece otrohematoma (externo)
pulmones socavados, intersticios a su
repliegue de índole celular: sonámbula
materia a Nada.
De ahí a las tinieblas, reticular: haciendo agua; oloroso a acetona;
y la última cal
traga blancura última, jadeo lácteo (una vía
estelar, sin duda; y sin duda tal vez el
el recuerdo inapreciable del pecho oriundo de
la madre).
Aquí vienen a pacer reses mansas, siento un miedo atroz.
Nada se exterioriza, corretean gramos, la mirada remonta
un corpúsculo, se prende
a la piedra pómez.
Iba a mover la mano (concomitante) alzar el brazo, alcanzar
(quizás acometer) gamos
y rapsodas, un tenue laboreo en los oídos
(a Virgilio parafraseo vía Borges): el
cuerpo mental con todo su aparato interior
a punto de azuzar (al asalto) el cuerpo,
animarlo (hierático) a corretear (¿pero de
dónde sacar fuerzas de flaqueza cuando no
queda ya ni flaqueza?): echado sobre el
viejo lecho matrimonial, sunamita,
sunamita, no corre una gota de brisa, no
se mueve una hoja: y las inamovibles
tapias del mundo exterior, ya, y segrego
trama rayana de orificios a la fronda
(rayana) de agujeros.
Periódico de poesía, núm. 6,
otoño 2003, UNAM/Conaculta-INBA, p. 48-50.
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