No. 71 / Julio-agosto 2014 |
Las bellas palabras En el relato de la carne ‒mientras el año abría su espesura y apenas las copas se llenaban‒ me pareció escuchar el sonido de la lluvia. (No llovía. No escuché los jadeos.) Miré el reloj: pronto se haría medianoche. ¿Estaba más próxima de ser encontrada allí donde la versión se retorcía? Ajena, afuera, lejana (como quien entrega el único indicio que guardó a puño cerrado) (para no deshacerse) (y permanecer) (un poco más) (en el relato) habría de aguardar. ¿Alcanzaría entonces, después de otra vuelta completa (sonido de fósforos y pulseras, piedras al rozarse, desvergüenzas, alaridos, un salpicar de letras y de lenguas, inermes las bellas palabras), Quisiera enterarme Quisiera enterarme de que nada tiene forma, decías. Y acepté, hasta el fondo de la copa del árbol, de la copa del río. Ninguna de las otras (creía) se ahogaba como yo. (Me hundí.) No hay placer, dijiste mientras vaciabas al padre en la botella y mi cuerpo te servía. ¿Te habías ido? ¿Y las otras? Tuve vértigos como si alguno más se cayera del mundo. Dormida, en la noche de fiesta, alcancé a oír: ¿qué hay después? Al despertar había panes en mi cama. |
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