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resena-71-barbara.jpg Bárbara dice:/ Barbara dit:
Susana Szwarc
Abra Pampa editions Buenos Aires, 2005.

Por Susana Romano Sued
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No. 71 / Julio-agosto 2014


La escena descarnada de la vida

En su libro sobre los epitafios, Luis Gusmán recuerda un relato de Maupassant en el cual tiene lugar una ceremonia bárbara de tradición antigua: un hombre reducido a su esencia irreductible quiere inscribir con un hueso un rasgo de escritura en la piedra, algo que haga diferencia con la piedra y que, por ese mismo acto, lo vuelva humano, le otorgue identidad –es decir, una diferencia. De esta manera la inscripción se nos vuelve acto primordial de la experiencia humana. Esta experiencia es la que nos acerca Susana Szwarc con su libro Bárbara dice.

Conjunto dramático y retórico, el libro pone en marcha la circulación de la palabra como bien común y del gesto que, según lo señala Agamben, no produce, ni actúa, sino que se asume y se soporta, abriendo la dimensión del ethos como esfera propia por excelencia del ser humano. Aunque la voz suene y resuene desde dentro de las máscaras de Bárbara y las otras, mujeres, busconas, prostitutas, carne de todos y de ninguno, como las damas del amor cortés, la poesía de Susana Szwarc nos arroja a la escena descarnada de la vida, sin concesiones.

Cuatro capítulos componen el trayecto que va desde la intemperie de un cielo al descubierto, hasta la culminación adicta, en la que se mezclan el decir con la sujeción inexorable a la palabra, como un poderoso atractor vicioso. Al medio, la noche bella va de la carne viva a la carne muerta, hecha pasar por los envoltorios desvelados del poema. Es así que Szwarc establece un suelo para el tránsito y el trueque entre palabra y cuerpo, un canje, un desorden de límites.

En el advenimiento al mundo, este decir poético irrumpe y suspende la vocinglería, para hacerse una voz que enuncia por cada una, cada uno, y hace decir, a Bárbara, nombre que es ya una onomatopeya y un índice. Bárbara que se une a una danza, a una coreografía de nombres, de hablas, de lugares, un desierto, una estepa, trenes, trenzas, tópicos severos de la escritura de Susana Swzarc que ha acuñado una poética propia. Como en sus libros anteriores, la voz enunciadora, el tono en su singularidad de acto y potencia de acto, tejen el lazo que nos anuda la mirada y el oído, la respiración y la lectura, la fisiología y la letra.

Las damas de los poemas, inexistentes, podrían provenir del acervo del amor cortés, hechas de puro lenguaje: Bárbara, Luva, Sheila, y tantas otras, prostitutas que dan a cambio, de chafalonías, de palabras, para que haya poema y que circule, como un don.

Matriz y patriarca, meretriz y padre, amo y sierva, allí están, en el verse verse, pues retorna así la mirada arrojada, entornada de ojos. Las mujeres entran en la nómina, civil y literaria, aferradas al nombre que nunca se pierde, ni muerto, y que entra con sangre de libro, en donde el dueño del vocabulario corteja, hace la corte, corta, muestra para la ceguera, y desangra con la palabra asesina.

El arcón de las citas, esas ambiguas indicaciones que da el lenguaje del encuentro con alguien, encuentro amoroso, o prostituido, en la casa de citas y en el verso, aloja la dialéctica , la escena, y la escenografía de lo que va a consumarse, como el contrapunto de la barbarie y la cultura, en este documento poético, que es Bárbara dice.

“Bárbara”:

¡Ah!, es exactamente igual / que ofrezca Bárbara su carne /

–de verdad, de mentira– / para mí.

Su nombre acerca a mi memoria / el poema de Prevert / aunque ella insista: “mirá, también me llamo Sonia / y no hay en mis manos ni crimen ni castigo”.

[...] ella está allí quitándose siempre / su ropa dorada, justamente para llevarnos al olvido / y su cuerpo es un mapa perfecto, / un territorio para abrazar, / arrojar monedas / atrasar relojes.

Decir de un libro, que no es mera cifra en el catálogo de obras que circulan en la escena poética, sino que marca una entrega, letra, que nos entrega a las constelaciones del verbo y de la bella noche.

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