No. 71 / Julio-agosto 2014

 
¿Leer/ver/operar? Interacciones con la poesía en soportes alternativos


Poéticas visuales
Por María Andrea Giovine
 

Obra y espectador son dos caras de una misma moneda, un binomio inseparable. Para que una obra de arte exista, o por lo menos para que su existencia tenga sentido, debe haber un espectador que la perciba, decodifique y reconfigure, es decir, debe haber un sujeto que interactúe con el objeto artístico. A la par de las muchas transformaciones por las que ha pasado el concepto de obra de arte, también se ha transformado el concepto de espectador, al punto que en la actualidad, este término ya no logra abarcar todo lo que representa interactuar con una obra de arte contemporáneo. En muchos casos, ya no se trata simplemente de estar expectante y observar, sino de actuar, reaccionar y tomar decisiones frente a una obra que nos confronta. Así pues, relacionarse con la obra no consiste en ser un sujeto pasivo que recibe una experiencia estética, consiste en participar en la construcción de la propia experiencia estética. En este sentido, el arte ha incorporado la acción del público, la interacción y la intervención como elementos fundamentales.

Toda obra de arte exige establecer una relación de interacción. Sin embargo, “arte interactivo” es una categoría empleada para designar las prácticas artísticas en las que el perceptor participa de modo directo en la realización de la obra, dejando de lado el papel tradicional de receptor o contemplador. Se trata de una corriente artística fundamentada en la acción. Desde sus inicios, ha constituido un medio de acercamiento entre el público y el artista, dos entidades que estuvieron alejadas en etapas anteriores de la historia del arte. Así pues, el arte interactivo genera un nuevo tipo de espectador mucho más involucrado en los diversos componentes de la experiencia estética.
El gran auge de los medios masivos de comunicación (televisión, radio, cine, video, videojuegos) y un público cada vez más habituado a este tipo de lenguajes, a partir de la segunda mitad del siglo XX, dieron lugar a la creación de obras artísticas interactivas en las que se emplean sensores, sistemas de grabación y reproducción de audio y video. Más adelante, con la llegada de Internet, las posibilidades de interacción se transformaron y aumentaron de manera exponencial.  

Con relación al término “arte interactivo”, el teórico Frank Popper señala que existe una diferencia entre los significados que hoy en día se atribuyen a los términos ‘participación’ e ‘interacción’, en lo que concierne a la actitud del público de alguna obra de arte perteneciente a un género en específico. Conviene aclarar que ambos términos se originaron en la década de los sesenta, si bien su uso ha derivado en conceptos distintos en la actualidad.

En ese entonces, se entendía por ‘participación’ al involucramiento del público en los niveles contemplativos e intelectuales de la obra. Esto difería de las actitudes tradicionales del espectador, ya que los trabajos de los artistas con frecuencia tenían fuertes implicaciones sociales y políticas. Así, por ejemplo, en los happenings se requería que el asistente al evento tomara parte en éste, ya fuera de manera directa o indirecta, ya que todas sus reacciones contribuían a la realización de la obra. Sin embargo, en la actualidad, este vocablo alude exclusivamente a la relación que establece un espectador con una obra que ya existe, es decir, cuya materialidad está definida y es incapaz de ser modificada por la participación del público, sin importar la cantidad o variedad de interpretaciones que puedan hacerse; es decir, si bien la obra se concibe como abierta a la contemplación intelectual por parte de los sujetos que la aprecian,
en realidad estas consideraciones son externas a ella y no la afectan de modo alguno.

En cambio, el concepto de ‘interacción’, ya desde los sesenta se concebía en relación
a obras en las que el artista fomentaba una interacción bilateral entre éstas y el espectador, con lo cual la obra se convertía en un proceso que sólo era posible a partir de los nuevos inventos tecnológicos, capaces de crear una situación en la cual las preguntas del espectador, sus planteamientos interpretativos, son resueltos de manera efectiva por la obra misma. En la actualidad, el concepto de ‘interacción’ no ha sufrido modificaciones radicales, si acaso solo se ha definido un poco más.

Es indudable que el arte siempre ha sido interacción, unión de intersubjetividades
(la del autor y la del espectador). También es indudable que la obra de arte no está en los colores de un lienzo, ni en las notas de una composición, ni en las palabras de un texto, sino en algo absolutamente intangible, individual y etéreo que es el acto mismo de percepción de la obra, su reconstrucción abstracta y el efecto que produce en la sensibilidad del perceptor. Sin embargo, lo que pone de manifiesto el arte interactivo no es simplemente que en él exista interacción obra-perceptor, sino que la interacción se encuentra potenciada y se da de nuevas maneras. El perceptor se convierte en una pieza esencial para la existencia de la obra y ésta cambia según el individuo que la perciba. De ahí que, para Roy Ascott, el espectador se convierte en un “actor” que forma parte de un espectáculo montado por el autor.

Por otro lado, al incorporar la tecnología al arte, se confiere un acceso abierto al participante por medio de diversos artefactos y dispositivos como un mouse, teclados, cámaras digitales, sensores de todo tipo, interfaces que permiten experimentar y modificar lo que se está percibiendo.

Algunas obras interactivas, para provocar una reacción, capitalizan las preocupaciones y temores del perceptor. Otras tienen la finalidad de someter al espectador a una experiencia límite que lo invita a hacer cuestionamientos y a reflexionar sobre el arte mismo1.

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Golan Levin y Greg Baltus, Opto-Isolator, 2007.



Esta obra invierte la condición de la percepción al explorar preguntas como: ¿Qué pasaría si las obras de arte pudieran saber que las estamos viendo? Y, si lo supieran, ¿cómo podrían responder a nosotros? Esta escultura consiste en un ojo mecatrónico que parpadea, el cual está hecho a escala humana. El ojo responde a la mirada de los visitantes con una amplia variedad de comportamientos de contacto visual psicosociales que al mismo tiempo resultan familiares y perturbadores. Entre otras formas de interacción, Opto-isolator mira al espectador directamente a los ojos, como si estudiara atentamente su rostro, desvía la mirada si lo observas fijamente durante mucho tiempo y parpadea exactamente un segundo después que el espectador. En http://www.flong.com/projects/optoisolator/.


El arte interactivo, en muchas ocasiones va de la mano de la improvisación, del azar del instante, y la obra depende de la confluencia de una serie de elementos que se conjugan en un momento y lugar determinados que hacen de la obra una experiencia única.

En las obras de arte interactivo, la interacción no es solo acción sino reflexión. El perceptor redescubre su capacidad de asombro y explora la obra en una actitud lúdica que no es superficial sino reflexiva.

Al relacionarse con el poema perceptual, por lo general, el perceptor interactúa con éste a través de una actitud lúdica. Hans-Georg Gadamer, en La actualidad de lo bello, diserta ampliamente sobre el papel del juego en el arte. Lo primero que señala es que el juego es una función elemental de la vida humana, hasta el punto de que la cultura humana no se puede pensar en absoluto sin un componente lúdico.

Las obras de arte interactivo que invitan al espectador a jugar con ellas están dotadas de una identidad hermenéutica distinta a la tradicional. A pesar de no estar “terminadas” plenamente por el autor, de no ser unidireccionales, de ser abiertas, fueron concebidas y creadas como obras de arte y, al crear una experiencia estética, cumplen su función en el mundo. 

El arte contemporáneo, y las propuestas actuales de poesía perceptual, comparten el hecho de ser experimentales por naturaleza. La experimentación es juego, si bien un juego racional y calibrado. Desde las vanguardias de principios del siglo pasado, el juego ha sido un elemento presente en las creaciones artísticas. Quien interactúa con una instalación o con una escultura mecánica de alguna manera “juega” con estos elementos y los explora, los mueve, los manipula.

Los artistas de principios del siglo XX proponían que el arte y la vida estuvieran unidos, buscaban llevar el arte a las masas y que éste tuviera una utilidad social. En esta tónica, trabajaron ampliamente la noción del arte para todos. En la actualidad, esta idea es reemplazada por la del arte por todos, un arte en red, un arte colaborativo.

Con la llegada del arte interactivo y con la inclusión de elementos lúdicos en la creación artística, se generó un desplazamiento en nuestras nociones de “autor”, “obra” y “espectador”. Así como el espectador-lector-perceptor ha adquirido nuevas funciones
y dimensiones, la figura del autor también ha pasado por modificaciones considerables.

Desde la incorporación de la tecnología al arte y a partir de la llegada del arte en red, el artista ya no es un ser especial a quien se rinde homenaje por su talento. Es un sujeto como cualquier otro. Evidentemente, la calidad estética de los productos artísticos es muy variable. Uno puede encontrar obras de enorme calidad junto a otras cursis, estereotípicas e, incluso, kitsch, pero esto mismo sucede en todo el arte en general.

Francisco Papas, en Vitrina: Arte de fenomenología y contra ética plantea que con las tecnologías en el arte ya no es posible pensar la creación sobre la base de una representación construida al interior del sujeto aisladamente. Somos conducidos a afirmar una especie de creación compartida, que incorpora lo tecnológico. El principio de este arte ya no es mostrar cómo un "yo interior" ha generado algo de una manera particular, ni tampoco determinar manifestaciones artísticas de los "ismos" que se suceden a lo largo de la historia. Según Roy Ascott, el único "ismo" legítimo es el basado en la conexión, en la producción y en la regeneración del conocimiento, lo que denomina "conectivismo", un crear compartido con el poder de las máquinas, que expanden nuestras capacidades de pensar y actuar, una nueva conexión entre el lector y la obra, entre el lector y otros lectores, entre el lector y el autor. 

Las diversas formas que ha asumido la poesía perceptual contemplan la interacción del perceptor-reconfigurador como un factor medular para la existencia de la obra. Es claro que no sólo leemos, vemos, escuchamos, tocamos la poesía, sino que literalmente la operamos desde su materialidad o desde su virtualidad. 

En la interacción con la poesía en soportes alternativos, quien se relaciona con ella hace las veces de lector y de espectador. Las funciones que debe llevar a cabo el sujeto que interactúa con una obra de poesía perceptual consisten en participar activamente en la percepción de la obra, a partir de la cual se lleva a cabo el proceso de reconfiguración de la misma. El perceptor-reconfigurador, como su nombre lo indica, interactúa con los diversos elementos que constituyen la obra y participa activamente en la construcción de sentido. Las decisiones que toma influyen en su percepción de la obra y en la experiencia poética en sí misma.  



1Tal es el caso de las numerosas propuestas de objetos artísticos interactivos realizados por Golan Levin. Un catálogo virtual de la obra de Levin y sus colaboradores se puede consultar en http://www.flong.com/ [última consulta 11 de mayo de 2010]. Otro ejemplo interesante de nuevos tipos de interacción entre autor, obra y perceptor es el trabajo de Marina Abramovic, el cual se desarrolla básicamente en el ámbito del performance. Como ejemplo concreto podemos mencionar la obra “The artist is present”, de 2010, presentada en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, un performance de largo aliento que consistió en que la artista, de manera ininterrumpida, estuvo durante tres meses frente a los asistentes al museo, quienes se formaban para sentarse frente a Marina y mirar a la artista a los ojos por un tiempo indefinido. Esta obra tenía la finalidad de desacralizar la figura del autor y diluir la brecha espacio-temporal entre artista y espectador.