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resenas-princesas.jpgLas princesas sin reino
Becky Rubinstein F.
VersodestierrO
México, 2013.

Por Einhorn López Aldana
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No. 71 / Julio-agosto 2014


Por un momento me avergoncé de traer este libro tan femenino en la mano mientras iba sentado en el metro, hasta que noté que era la única persona del vagón que traía un libro en mano y mi bochorno se desvaneció. Desde el momento en que analizas la portada comienzas a formarte una idea de qué podría tratar. Estaba apenas pasando a las primeras hojas cuando de pronto se apagaron las luces de todo el vagón mientras íbamos en el túnel. En cuanto regresó la luz, pensé: Si eres de las personas que antes de leer un poemario en orden, lo abres al azar y lees lo primero que aparece ante ti, seguramente encontrarás en Las princesas sin reino versos que te recuerdan a la literatura para niños. El poema que elegiste al azar seguramente contendrá elementos alusivos a los cuentos de hadas: magia, castillos, realeza, caballeros, etc. Seguramente reconocerás la parte de alguno de los cuentos con los que creciste.

Sucede que cada poema es la fracción, la escena o la descripción de alguno de los más famosos cuentos de hadas. Cuando comienzas a leer en orden te das cuenta de que el libro está conformado por cuatro historias que todos conocemos: La bella durmiente, Blanca Nieves, la Cenicienta y Caperucita Roja.

Lo que Becky Rubinstein hace con este poemario es volvernos a contar dichas historias pero por medio de la poesía. Replantea el ambiente, los personajes, las acciones. A pesar de que la narrativa tiene normalmente un lenguaje y una forma que pocas veces pueden paragonarse a la lírica, en Las princesas sin reino podemos disfrutar de ambos géneros, ya que los versos se van entrelazando para recrear los relatos fantásticos. El texto se enriquece de intertextualidad en varios de los poemas; simultáneamente podemos leer a los hermanos Grimm, a Perrault, podemos encontrar referencias mitológicas, bíblicas, e incluso de otros cuentos infantiles.

La perspectiva de las historias es diferente, inusual, más fatal que de costumbre pero con la cualidad de volver mundanos a los personajes; las princesas parecen vivir fuera del cuento de hadas.

En el primer poema (o recolección de poemas) la historia es la de la bella durmiente. La voz poética describe un escenario fantástico que Basile, Perrault y los hermanos Grimm ya han relatado con anterioridad, pero Becky Rubinstein nos da su versión demostrando además, que la historia tiene matices que trascienden más allá de lo que el cuento popular nos dice. Los reyes, las hadas, la gente del palacio, participan de la magia y el misticismo que contienen los versos.

Blanca Nieves juega con su propio cuento. La reina malvada se humaniza, su espejo es una prosopopeya que adquiere una importancia mayor que la de simple crítico de belleza. En esta versión el espejo es un hombre, es el amante de la reina, como podemos ver en los siguientes versos:

se le helaron los huesos
cuando el hombre de su vida
–el anclado a la pared–
se quitó la careta
y le habló un día con la verdad:
“Eras, dejaste de ser”.

Estilísticamente hablando, parece que el poema/cuento de Blanca Nieves está más cargado de simbolismo, de metáforas, de frases hechas que recuperan la tradición oral y es también el que tiene versos más extensos los cuales generan la sensación de estar leyendo en prosa.

Cenicienta es una mirada particular pero, a la vez conservadora y celosa de la historia que cuenta. Las hermanas son tal cual uno las ha visto en la película de Disney. La madrastra tiene poca participación. El príncipe sigue siendo un agente pasivo en la trama. El estilo lírico de Cenicienta se da en una poesía más alegórica, la extensión en sus versos es menor, el léxico más rebuscado, las imágenes más complejas.

Caperucita es tal vez el clímax de nuestro poemario; este tan famoso personaje se vuelve alguien de la cotidianeidad. Caperucita no es la del cuento, es más bien una parte de ella que se desconoce; un personaje que se encuentra en constante diálogo introspectivo: a veces se cree el lobo, a veces se cree Eva. Caperucita no es una niña, es una mujer, es hija, es madre, y llega a emparentar con la realidad y contemporaneidad. Es la voz de un personaje que sale de su entorno fantástico y se vuelve de la vida real.

Lo que ocurre con estos versos es que por querer encontrarle un sentido o una interpretación, te pierdes en el cuento y crees, más bien, encontrar a la autora en lugar de estar leyendo la historia poética de Caperucita. Y parece dictar, de vez en vez, máximas de vida, consejos de profeta para las jóvenes princesas.

Es muy probable que dichos cuentos, que dicho poemario, signifiquen para la escritora más de lo que para un simple lector aficionado, pero podemos dar por hecho que todos encontraremos una o más historias que nos hagan rememorar la infancia, al mismo tiempo que nos contarán detalles que jamás habíamos escuchado, versiones o fragmentos que no habíamos contemplado. Lo que resulta mágico es que las historias sean en realidad, poesía. Versos con ritmo, aliteraciones, metáforas, encabalgamientos, sinécdoques. Un montón de poesía vuelta relato, vuelta anecdotario.

Me da gusto haberme aventurado, una vez más como cuando era niño, en el universo de los cuentos de hadas, porque ahora me doy cuenta de que hay un sinfín de cosas por explorar en el mágico mundo de las princesas y de sus reinos hechos de fantasía y de realidad.

Leer poemas...