Lu Xun

Tigres de papel
Por Miguel Ángel Petrecca
 
 

Lu Xun es el nombre de pluma de Zhou Shuren, sin duda la figura más importante de la literatura china del siglo XX y a la vez una de las menos conocidas. Muerto tempranamente a mediados de la década del 30, víctima de tuberculosis, este escritor nacido en el pueblo de Shaoxing en 1881, ya era para el momento de su muerte, un mito sobre el cual el maoísmo construiría luego un avasallador culto oficial. Este culto multiplicó las ediciones de sus obras y desparramó sus estatuas y bustos a lo largo y ancho del país, pero tendió a disimular igualmente el carácter complejo de su pensamiento y su literatura, llenos de puntos oscuros y contradicciones. Integrante de la generación de intelectuales del 4 de mayo que promovió el abandono de la lengua clásica y la creación de una literatura escrita en la lengua de todos los días, Lu Xun ganó prestigio por su pluma satírica y sus relatos, entre los cuales tal vez el más inolvidable, sea La historia verídica de Ah Q, una novela que narra las peripecias de un desarrapado anónimo y patético en los años finales de la dinastía Qing y los comienzos de la República. Su obra poética, menos conocida, está compuesta de un puñado de poemas en lengua clásica, y sobre todo de La maleza (Yecao), un conjunto de poemas en prosa publicado a mediados de la década del 20, cuya vigencia y modernidad superan de lejos, la producción de cualquiera de sus contemporáneos. Lu Xun había nacido dentro de una familia de letrados tradicionales que llevaba varias generaciones en decadencia. Tuvo una educación confuciana, de la que renegó profundamente pero que le proporcionó una sólida formación literaria y tal vez, a pesar suyo, una ética y una idea de la función del intelectual. Como él mismo reconoció lúcidamente, vivió encabalgado entre dos mundos, entre la cultura de la China tradicional a cuya destrucción dedicó gran parte de su energía, y la China nueva a cuya construcción imaginó contribuir con su literatura. “Despedida de una sombra” y “Noche de otoño” pertenecen a La maleza. “Elogio de la noche” está extraído de Impresiones nocturnas, un libro de textos misceláneos.

No. 72 / Septiembre 2014


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Lu Xun


Por Miguel Ángel Petrecca
 

Lu Xun es el nombre de pluma de Zhou Shuren, sin duda la figura más importante de la literatura china del siglo XX y a la vez una de las menos conocidas. Muerto tempranamente a mediados de la década del 30, víctima de tuberculosis, este escritor nacido en el pueblo de Shaoxing en 1881, ya era para el momento de su muerte, un mito sobre el cual el maoísmo construiría luego un avasallador culto oficial. Este culto multiplicó las ediciones de sus obras y desparramó sus estatuas y bustos a lo largo y ancho del país, pero tendió a disimular igualmente el carácter complejo de su pensamiento y su literatura, llenos de puntos oscuros y contradicciones. Integrante de la generación de intelectuales del 4 de mayo que promovió el abandono de la lengua clásica y la creación de una literatura escrita en la lengua de todos los días, Lu Xun ganó prestigio por su pluma satírica y sus relatos, entre los cuales tal vez el más inolvidable, sea La historia verídica de Ah Q, una novela que narra las peripecias de un desarrapado anónimo y patético en los años finales de la dinastía Qing y los comienzos de la República. Su obra poética, menos conocida, está compuesta de un puñado de poemas en lengua clásica, y sobre todo de La maleza (Yecao), un conjunto de poemas en prosa publicado a mediados de la década del 20, cuya vigencia y modernidad superan de lejos, la producción de cualquiera de sus contemporáneos. Lu Xun había nacido dentro de una familia de letrados tradicionales que llevaba varias generaciones en decadencia. Tuvo una educación confuciana, de la que renegó profundamente pero que le proporcionó una sólida formación literaria y tal vez, a pesar suyo, una ética y una idea de la función del intelectual. Como él mismo reconoció lúcidamente, vivió encabalgado entre dos mundos, entre la cultura de la China tradicional a cuya destrucción dedicó gran parte de su energía, y la China nueva a cuya construcción imaginó contribuir con su literatura. “Despedida de una sombra” y “Noche de otoño” pertenecen a La maleza. “Elogio de la noche” está extraído de Impresiones nocturnas, un libro de textos misceláneos.

 

 

 

 

Despedida de una sombra

 

A la hora en que las personas duermen y no saben siquiera qué hora es, una sombra viene a veces a pronunciar estas palabras:

Hay algo en el cielo que no termina de conformarme, no quiero ir; hay algo en el infierno que no termina de conformarme, no quiero ir; hay algo, en esta edad de oro imaginada por ustedes, que no termina de conformarme, no quiero ir.

Sos vos, sin embargo, lo que no termina de conformarme.

Amigo, no quiero seguirte, pero no quiero quedarme.

¡No quiero!

Ay, ay, no quiero ir, prefiero quedarme dando vueltas en esta tierra de nadie.

No soy más que una sombra, tengo que despedirme y hundirme en la oscuridad. La oscuridad puede tragarme, la luz puede hacerme desaparecer. Sin embargo, deambulo finalmente entre la oscuridad y la luz. No sé si es el crepúsculo o el alba. Mis manos por ahora gris-negras hacen el gesto de levantar una copa.  Voy a irme solo, lejos de acá, en un momento que todavía ignoro.

Ay, ay. Si es la noche, seré tragado por la oscuridad. Si es el alba, me desvaneceré en la luz del día.

Amigos, el momento se acerca.
Voy a deambular, en la oscuridad, en la tierra de nadie.

Sé que pensás en lo que tengo para dejarte. ¿Pero qué puedo dejarte, salvo oscuridad o vacío? Si es oscuridad, espero sea una oscuridad que se disuelva en vos; si es vacío, que sea un vacío incapaz de ocupar tu corazón.

Deseo que ocurra así, amigo.
Me voy a ir lejos, no sólo no voy a tenerte a vos, tampoco va a haber otra sombra en la oscuridad. Una vez que me hunda en la oscuridad, el mundo me pertenecerá sólo a mí.

 

Septiembre 24, 1924

 

Hojas de invierno

Leyendo a la luz de la lámpara los poemas de Sa Dula encuentro una hoja de arce, seca, prensada entre dos páginas. Esto me hace acordar el final del otoño del año pasado. Una noche hubo mucha escarcha, más de la mitad de los árboles se quedaron sin hojas y un pequeño arce en el patio delantero se coloreó completamente de rojo. Caminé en círculos alrededor de ese árbol, mirando en detalle el color de las hojas, con una atención que nunca antes había empleado cuando el árbol estaba verde. A decir verdad, el arce no estaba enteramente rojo. La mayoría de las hojas mostraba un tenue carmesí, y algunas tenían aún anillos de un verde profundo sobre el rojo brillante. Había una con un único agujero hecho por una polilla, bordeado por una guarda color negro oscuro. Entre rayas rojas, verdes y amarillas parecía mirarlo a uno con un ojo brillante. Pensé: esto es una hoja enferma, y la arranqué, y la puse entre las hojas del libro que acababa de comprar. Quizás pensaba conservar esa hoja irisada y lista para caer, evitar que se dispersara con el resto de las hojas.

Pero esta noche la hoja está delante de mí como un pedazo de cera, y su ojo ya no es tan brillante como el año pasado. En unos años el color va a terminar por desaparecer de mi memoria, y temo que ni siquiera voy a saber cuál fue la razón por la que la conservé entre las páginas de un libro. El brillo y el color de una hoja seca y enferma son, al aparecer, un placer fugaz, como en una hoja de primavera. Miro por la ventana hacia afuera, los árboles más resistentes al frío se han quedado pelados hace rato, el arce mucho antes que ellos. Al final de este otoño tal vez haya habido alguna hoja parecida. Lástima que este año estuve demasiado ocupado para disfrutar del otoño.

 

Elogio de la noche

Los amantes de la noche no son solamente los solitarios: también los indolentes, los hombres fuera de combate, los que detestan la luz. Las palabras y la conducta de las personas suelen diferir radicalmente entre el día y la noche, bajo la luz del sol o la luz de la lámpara. La noche es el vestido denso y misterioso que la naturaleza teje para el día, cubriéndonos a todos por igual, proveyéndonos calor y paz. Sin darse cuenta cada uno de nosotros se quita poco a poco la máscara y las vestimentas, se deja envolver, desnudo, en esta especie de mortaja negra y sin fin.

Aunque la noche sea una, hay grados de luz y oscuridad dentro de ella. Está la luz tenue, está la penumbra crepuscular, la oscuridad en la que no vemos siquiera nuestra mano, la negrura primordial. Los amantes de la noche deben tener oídos para escucharla y ojos para verla, para ver la oscuridad aún desde adentro de la oscuridad. Dejando atrás las luces de la calle los caballeros entran a un cuarto oscuro y elongan sus cuerpos; los amantes, dándole la espalda a la luna, penetran en el follaje oscuro, cambiando súbitamente su expresión. La noche cae y destruye todas esas palabras que los señores y hombres de letras escribieron a plena luz del día sobre el papel brillante: textos altivos, textos de iluminados, textos agitados, rutilantes: sólo queda el aliento nocturno hecho de ruegos, complacencia y mentira, engaño, jactancia y falsedad, formando como un halo brillante y dorado, similar al que se ve en algunos cuadros budistas sobre las cabezas dotadas de un saber superior.

Los amantes de la noche, por tanto, aceptan la luz que les da la noche.

La muchacha moderna que avanza bajo los postes de luz, enérgica y decidida sobre sus tacos, como si hubiera caminado sobre ellos toda su vida: sólo una gota de sudor, brillando en la punta de su nariz, la traiciona. Cuando la luz está por destruir su acto, la penumbra de una hilera de negocios cerrados la cobija; demora su carrera, respira, siente el alivio de la brisa nocturna.

Los amantes de la noche y las muchachas modernas, por ende, reciben igualmente los favores de la noche.

Cuando la noche se termina, las personas se levantan con cuidado y salen de sus casas. Los esposos tienen un rostro antes del alba y otro rostro distinto después del alba. A partir de ahí empiezan los ruidos, empieza el bullicio. Pero detrás de las altas paredes, en el centro de los grandes edificios o en un boudoir profundo, en la prisión, en el claustro de clases, en el departamento secreto de gobierno, la noche verdadera e inquietante no se disipa.

La luz y el bullicio de ahora son el decorado de esta oscuridad, la cobertura brillante sobre la lata de carne, el maquillaje que cubre por un momento la mueca. Sólo la noche es verdadera. Porque amo la noche, en medio de la noche escribo este elogio de ella.

 

影的告别

 

 人睡到不知道时候的时候,就会有影来告别,说出那些话——

有我所不乐意的在天堂里,我不愿去;有我所不乐意的在地狱里,我不愿去;有我所不乐意的在你们将来的黄金世界里,我不愿去。

然而你就是我所不乐意的。

朋友,我不想跟随你了,我不愿住。

我不愿意!

呜呼呜呼,我不愿意,我不如彷徨于无地。

我不过一个影,要别你而沉没在黑暗里了。然而黑暗又会吞并我,然而光明又会使我消失。

然而我不愿彷徨于明暗之间,我不如在黑暗里沉没。

然而我终于彷徨于明暗之间,我不知道是黄昏还是黎明。我姑且举灰黑的手装作喝干一杯酒,我将在不知道时候的时候独自远行。

呜呼呜呼,倘是黄昏,黑夜自然会来沉没我,否则我要被白天消失,如果现是黎明。

朋友,时候近了。

我将向黑暗里彷徨于无地。

你还想我的赠品。我能献你甚么呢?无已,则仍是黑暗和虚空而已。但是,我愿意只是黑暗,或者会消失于你的白天;我愿意只是虚空,决不占你的心地。

我愿意这样,朋友——

我独自远行,不但没有你,并且再没有别的影在黑暗里。只有我被黑暗沉没,那世界全属于我自己。

一九二四年九月二十四日。

 

腊叶

  灯下看《雁门集》,忽然翻出一片压干的枫叶来。

这使我记起去年的深秋。繁霜夜降,木叶多半凋零,庭前的一株小小的枫树也变成红色*了。我曾绕树徘徊,细看叶片的颜色*,当他青葱的时候是从没有这么注意 的。他也并非全树通红,最多的是浅绛,有几片则在绯红地上,还带着几团浓绿。一片独有一点蛀孔,镶着乌黑的花边,在红,黄和绿的斑驳中,明眸似的向人凝 视。我自念:这是病叶呵!便将他摘了下来,夹在刚才买到的《雁门集》里。大概是愿使这将坠的被蚀而斑斓的颜色*,暂得保存,不即与群叶一同飘散罢。

但今夜他却黄蜡似的躺在我的眼前,那眸子也不复似去年一般灼灼。假使再过几年,旧时的颜色*在我记忆中消去,怕连我也不知道他何以夹在书里面的原因了。 将坠的病叶的斑斓,似乎也只能在极短时中相对,更何况是葱郁的呢。看看窗外,很能耐寒的树木也早经秃尽了;枫树更何消说得。当深秋时,想来也许有和这去年 的模样相似的

 

  夜颂

    爱夜的人,也不但是孤独者,有闲者,不能战斗者,怕光明者。
人的言行,在白天和在深夜,在日下和在灯前,常常显得两样。夜是造化所织的幽玄的天衣,普覆一切人,使他们温暖,安心,不知不觉的自己渐渐脱去人造的面具和衣裳,赤条条地裹在这无边际的黑絮似的大块里。
虽然是夜,但也有明暗。有微明,有昏暗,有伸手不见掌,有漆黑一团糟。爱夜的人要有听夜的耳朵和看夜的眼睛,自在暗中,看一切暗。君子们从电灯下走入暗室中,伸开了他的懒腰;爱侣们从月光下走进树阴里,突变了他的眼色。夜的降临,抹杀了一切文人学士们当光天化日之下,写在耀眼的白纸上的超然,混然,恍然,勃然,粲然的文章,只剩下乞怜,讨好,撒谎,骗人,吹牛,捣鬼的夜气,形成一个灿烂的金色的光圈,像见于佛画上面似的,笼罩在学识不凡的头脑上。
爱夜的人于是领受了夜所给与的光明。
高跟鞋的摩登女郎在马路边的电光灯下,阁阁的走得很起劲,但鼻尖也闪烁着一点油汗,在证明她是初学的时髦,假如长在明晃晃的照耀中,将使她碰着“没落”的命运。一大排关着的店铺的昏暗助她一臂之力,使她放缓开足的马力,吐一口气,这时之觉得沁人心脾的夜里的拂拂的凉风。
爱夜的人和摩登女郎,于是同时领受了夜所给与的恩惠。
一夜已尽,人们又小心翼翼的起来,出来了;便是夫妇们,面目和五六点钟之前也何其两样。从此就是热闹,喧嚣。而高墙后面,大厦中间,深闺里,黑狱里,客室里,秘密机关里,却依然弥漫着惊人的真的大黑暗。
现在的光天化日,熙来攘往,就是这黑暗的装饰,是人肉酱缸上的金盖,是鬼脸上的雪花膏。只有夜还算是诚实的。我爱夜,在夜间作《夜颂》。
六月八日。