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portada-extracomunitarios.jpg Extracomunitarios. Nueve poetas latinoamericanos en España
Benito del Pliego (ed.) Fondo de Cultura Económica, México/Madrid, 2013.

Por Mario Martín Gijón
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No. 72 / Septiembre 2014




Extracomunitarios. Nueve poetas latinoamericanos en España

Benito del Pliego (Madrid, 1970), profesor en la Appalachian State University, compagina desde hace dos décadas una importante obra de creación poética con la dedicación crítica a un grupo cada vez más crecido de poetas hispanoamericanos y españoles. Dentro de esta faceta analítica, y quizá influido por su emigración a Estados Unidos, Benito del Pliego ha dedicado especial atención a los poetas exiliados, a los dos lados del Atlántico. Su tesis doctoral versaba sobre la obra de Juan Larrea y en 2002 publicó una monografía sobre León Felipe. Poco a poco, sin embargo, su interés se ha ido centrando en autores hispanoamericanos más recientes, que compartían la extrañeza del extranjero. La antología que ahora publica el Fondo de Cultura Económica, en magnífico formato, viene precedida por una amplia labor en forma de prólogos y ediciones. Así, entre los nueve autores seleccionados, Del Pliego había cuidado, junto con Andrés Fisher, de la edición de Caballo en el umbral. Antología poética (2010) y Alcoholes y otras substancias (2012) del argentino José Viñals, había editado Voces comunes y otros poemas. Obra reunida (2012) del también argentino Mario Merlino, había traducido y editado al cubano Isel Rivero (Words are Witnesses/Las palabras son testigos, 2010 y De paso, 2011), así como prologado Fusión y Diapasón de lo inverosímil en la carne (2010), del peruano Yulino Dávila y Series (2010), la poesía reunida del chileno Andrés Fisher, a quien además une una larga historia de complicidad crítica y poética desde el colectivo Delta Nueve, fundado por Del Pliego y Fisher a principios de los noventa. 

La antología se abre con un prólogo donde el escritor madrileño apuesta por una revisión de las concepciones nacionalistas de la literatura, que inevitablemente perjudican a los poetas cuya trayectoria se ha diseminado a lo largo de países diferentes. Sin hipostasiar el exilio a una condición de la poesía, se reivindica el valor de los autores que “han hecho del éxodo un espacio propio” y que, en lugar de “glorificar una tradición”, suelen hibridar su lengua poética con aportes al margen de las corrientes mayoritarias en sus países de origen. No hay sin embargo un denominador común en las estéticas de los autores seleccionados, más allá de su originalidad individual, desde el versículo y la imagen irracional, renovadora del surrealismo en Viñals, al fragmentarismo y la combinación de lenguas de Merlino, que pretende “hacer de las sílabas guiñapos/ mélanger les mots sin miedo”. Del “decir anfibio” del peruano Yulino Dávila, hecho de neologismos y asociaciones parafónicas en textos fluidos y sincopados a la lengua más vocativa y sencilla de Magdalena Chocano, del minimalismo y la deconstrucción de Andrés Fisher a la torrencialidad de Mario Campaña. 

A la selección de cada poeta le precede una breve nota sobre su obra sin pretensión exhaustiva, más allá de “impulsos para la exploración de los poemas”, para la inmersión en obras muy distintas, entre las que sin embargo pueden reconocerse temas comunes, como la identidad y el extrañamiento del extranjero, que la argentina Ana Becciú representa en el desdoblamiento de pronombres (“Yo, a quien veces llamo ella”) y Mario Merlino en el desdo-blamiento de la voz y un fragmentarismo que refleja la escisión identitaria entre el aquí y el allá. En la peruana Magdalena Chocano es un cuestionamiento del ser y una celebración de la arista, del devenir y crearse a cada momento, con una “lengua de vidrio que no descansa/ y ordena una nueva travesía”; y en el ecuatoriano Mario Campaña una cierta épica menor que intenta transformar “el espacio vacío de la escisión” y la “patria de mi aislamiento”,
el sitio donde le tocó vivir, en un lugar reconocible. Andrés Fisher, poeta de tres patrias compartidas y en cuya obra el viaje es un motivo recurrente, elogia “la mixtura” y “el mestizaje que mantiene el movimiento”, mientras que el chileno Julio Espinosa hace del destierro la condición propia del vate (“Nadie es poeta en su tierra, ni siquiera en la de adopción”). Con todo, la lengua común, a pesar de sus divergencias, supone un vínculo compartido que suaviza la extrañeza. En estos poetas aparece pocas veces la denuncia de modo tan explícito como en Ana Becciú cuando denuncia la división entre europeos y extracomunitarios (“La eurocomunitaria cosa:/ ajenarnos”). Ello no obsta para que en todos subyazca un poso de rebeldía internacionalista e insu-misión ante las etiquetas nacionales. Sobre todo, como toda buena antología, es una incitación para adentrarse en la obra de los nueve poetas seleccionados.


 

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