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portada-perros.jpg Los perros también se van
Verónica Yattah
Editorial Viajero Insomne, Buenos Aires, 2014.

Por Elba Serafini
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No. 72 / Septiembre 2014




Los perros también se van

Los perros… La mirada que todo lo observa, advierte que las cosas a su alrededor pueden desaparecer o que se puede alterar el estado en que se encuentran. Hasta los movimientos mínimos, imperceptibles, son captados por su lente atenta y un elemento que tiene una forma, inmediatamente después puede mutar; y además, algo siempre se pierde en esta transformación.

Lo que era ya pasó, lo que fue es evocado, y en esa evocación se puede ordenar y hasta hacer una nueva versión de los hechos, quizás aliviadora, porque se hace a la medida de la necesidad de cada uno.

En Los perros también se van aparece este devenir del tiempo, del espacio, y puede ser debido a una manipulación de los sentidos, a algo más profundo, emocional, o a una simple realidad acelerada. Al leer aparecen imágenes muy vívidas, como en un filme en donde el montaje dispuso planos y ritmos, y se generó un tempo que crea una atmósfera dinámica:

El punto se transformó en golpe seco,/ las líneas no./ Hasta detenernos las líneas blancas del costado de la ruta/ fueron suaves cintas deslizándose…/ De dormir pasaste a ese movimiento/ a esa invasión sobre el volante…

Hay un afuera que cobra protagonismo, el yo mudo observa, espera una reacción, registra la alegría y la impasividad de los demás, también la negación:

Tu mamá estaba alegre aunque miraba el techo./ yo visitaba la que había sido tu casa./ Tu papá en el pueblo/ y ella contra el silencio decía “qué viento/ no saben,/ volaron árboles hojas ramas”.

Hay un viaje en donde los perros se ofrecen como una pregunta, como un simbolismo de todo aquello que no hacemos, que miramos, imperturbables, ¿es acaso la insistencia de querer comprenderlo todo, incluso lo inabarcable? Y en línea directa el padre, los padres, el amor y sus vicisitudes:

Él pasaba después del mediodía/ mi mamá me entregaba prolija/ y yo salía con sopor./ (…) lo que era cruzar el puente arriba suyo/ y si pasaba el tren/ ver que los techos de los vagones formaban/ una línea de colores difusos

Y así como las geografías son cambiantes, también las personas suelen serlo, nunca se sabe si el momento con un otro, el sentimiento que convoca, podrá permanecer igual por un lapso estimativo o será la sorpresa de la transformación la que triunfe inesperadamente: “…Entonces suelto tu pelo y te abrazo quién sabe/ si por primera o por última vez”.

Los perros también se van enfatiza esta idea de alteración: “…En un rato esa imagen y la realidad/ van a ser cosas distintas…” La autora dice en el poema cuyo título es El verde de la piedra brilla más: “En esos días yo sabía cada cosa que quería/ con una exactitud que daba miedo…”

Esos días son el pasado cuando la certeza podía producir una seguridad rutilante; hoy todo cambió y la duda o la incertidumbre, hacen que el camino del deseo se encuentre, entre otras cosas, con la inquietud, y que ésta se transforme en el movimiento que genera poesía.

 

 


 

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