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Periódico de poesía

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Gerardo Deniz empezó a publicar a los 35 años. En 1970 salió el poemario Adrede (1970), al que le sigue Gatuperio (1978). Aunque la crítica lo recibio con términos elogiosos, ocho años después, hasta 1986, publicó Enroque. En la nota autobiográfica de Material de Lectura, anotó: "Nací en Madrid, el 14 de agosto de 1934. Desde 1936 hasta 1942 estuve en Ginebra (Suiza). Llegué a México, el 24 de mayo de 1942 [...] Estudié hasta preparatoria. He trabajado para varias editoriales, en traducciones y revisiones. Tengo dos hijas (1962, 1963)".
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No. 72 / Septiembre 2014

 
Gerardo Deniz


Crónico

No entiendo por qué se meten tanto con el tiempo.
Cuando la eternidad deja la mandolina, se trasviste de señor y sale
a estirar las piernas, cada mañana, la llaman tiempo. 

Aún no la miel, todavía el aguijón: peor la roncha.
Alma, pistilos. Huesos, enjanmbre: tampoco habrá más.

¿Más de qué? ¿Y qué para mí? También de eso se trata. Grados a
     un Parnaso.
              Pardiez y rediez los parnasos. ¿Y habrá
              anagrama revelatorio? Grama, habrá.


¿Y el Auriga; el Inusitado? Oh, please. Visión, analfabeta a lo sumo.
     ¿Sumar
                qué? Visibilidad. La superpuesta sobre sí.
                Al cero. De las manadas superpuestas de
                la visibilidad ni el trascomino de un
                comino se da.

Monótono tributo del bledo arroja a los pies de la Divinidad.
     El gajo de
               pamplina al regazo del arcángel. Gloria,
               Gloria. Rosa depuesta. Magnitud de la
               hebra en el Cóncavo abastracto: ah, si al
               menos hubiera habido (qué mal suena
               eso) infracción.
Pie escala, ni por pienso (Emily): peldaños del desaire. Reflejo
     avizor (Dikinson)
               inasible, al abrir la ventana (bobolinks,
               bonnets, now shoot)
. Y por mano inerte
               sonda que de una vez trepana, zas
               deglutido.




Linde

Me veda la pared: sus cuarteaduras (helechos) me asfixian.
Ahí son el mismo obstáculo la rendija y el enjambre.
Me desalienta el hervidero galáctico, mi propio asombro.

El Libro de la Sabiduría sólo sirve para bien morir: tropiezo con
    los movimientos;
               cada vez que lo pienso (y lo pienso todo el
               tiempo) aparece otrohematoma (externo)
               pulmones socavados, intersticios a su
               repliegue de índole celular: sonámbula
               materia a Nada.

De ahí a las tinieblas, reticular: haciendo agua; oloroso a acetona;
    y la última cal
               traga blancura última, jadeo lácteo (una vía
               estelar, sin duda; y sin duda tal vez el
               el recuerdo inapreciable del pecho oriundo de
               la madre).

Aquí vienen a pacer reses mansas, siento un miedo atroz.

Nada se exterioriza, corretean gramos, la mirada remonta
    un corpúsculo, se prende
               a la piedra pómez.

Iba a mover la mano (concomitante) alzar el brazo, alcanzar
     (quizás acometer) gamos
              y rapsodas, un tenue laboreo en los oídos
              (a Virgilio parafraseo vía Borges): el
              cuerpo mental con todo su aparato interior
              a punto de azuzar (al asalto) el cuerpo,
              animarlo (hierático) a corretear (¿pero de
              dónde sacar fuerzas de flaqueza cuando no
              queda ya ni flaqueza?): echado sobre el
              viejo lecho matrimonial, sunamita,
              sunamita, no corre una gota de brisa, no
              se mueve una hoja: y las inamovibles
              tapias del mundo exterior, ya, y segrego
              trama rayana de orificios a la fronda
              (rayana) de agujeros. 

 

Periódico de poesía, núm. 6,
otoño 2003, UNAM/Conaculta-INBA, p. 48-50.