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resena-kamikaze.jpg Kamikaze
Josué Vega López
Sedeculta
El Tucán de Virginia
2013.

 
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No. 72 / Septiembre 2014


 

1
(kamikaze)


a
como una hoja de afeitar
la luna
nos degüella la noche


b
Basho el samurai entra a escena. Está agazapado afuera de la biblioteca pública municipal. La noche se corta los dedos en el sable con que el guerrero viola la cerradura (la luz hace un guiño).
Entra. Los libros forman una espesa nata en la oscuridad. Con pasos agiles, Basho se dirige al estante de la literatura universal. Saca el arma de la funda y comienza a partir los libros por la mitad.
De sus labios se descuelgan otros filos diminutos: "¡demasiadas palabras, demasiadas palabras!"
En el colmo de la fiebre, recita haikús de extremidades entrecortadas.
¿Para qué sirve la maleza en un paisaje árido, seco?
El arte breve, lo absolutamente indispensable. No más. Nunca el juego del rodeo, el tropiezo.
El corazón es una síntesis, no los brazos, la nuca, el muslo apretado; la angustia del todo y sus partes.
La misión suicida se detiene: no ha quedado ningún libro.
En las letras dislocadas se lee, sin embargo, otra literatura (terrorismo poético, paso evolutivo). Las practicas caníbales, homicidas, piratas, ladronas son las preguntas que machacaba Basho antes del harakiri que cierra el episodio:


c
(harakiri)

Filo de sable:
La angustia en mi poesía,
hondo se encaja


2
(harakiri)

a
Un manga abre las piernas. Una vena le palpita entre los labios húmedos. El deseo, diálogo al revés que acaricia su cuerpo: trazos temblando, pezones despiertos al tacto. La noche es una lámpara de gas que se rompe.
Es entonces cuando el olfato desenfunda su sable, penetra las páginas más oscuras en una lluvia de tonos grisáceos, de sudores brillantes.
Unas ganas terribles de consumar el acto.
Sentir el filo de la página en blanco soltar amarras para venir a enredarse en mi cuello. Ahora voy a colgarme en esa cuerda de luz, bragueta que degüella las ganas como frutos maduros que tendrían que caer del árbol.
Harakiri.


b
Postal japonesa:
El tren bala apunta directamente a la cabeza.
Clava sus pezuñas en el metal que le ha oxidado la entraña al asfalto.
Repara. Bufa. Llegado el momento, lanza cuerpo y furia
al blanco móvil que lo espera en la siguiente estación.
Por la ventana de un edificio, un niño cierra la libreta y contempla a la bestia embestir el aire espeso del Japón.
Imagina sus brazos conteniendo del pescuezo aquella potencia desquiciada.
Sudar su agitación insomne junto a ese motor,
Partirle la yugular en un tajo samurai.
Pero el gusano montado en su vía es demasiado veloz
y el pequeño de ojos rasgados
solo tiene tiempo de sentir el impacto a medio cráneo.
Un tren a los once años es siempre demasiado.




7
(ahogo)

La superficie brillaba con el corazón de la luz
(…)
entonces pasó una nube, y el estanque quedó vacío.
Ve, dijo el pájaro, pues las hojas estaban llenas de niños,
bulliciosamente escondidos, conteniendo la risa.

T. S. Eliot


en la superficie incrústanse
cristales del trueno

río de cola trenzada
el borbotón del ojo mira una pausa
en su movimiento imperceptible

el silencio redobla su angustia
catarata rápido y no ser mar de pronto

algo roto
amargo el algodón de dulce
en las formas abiertas
planeadores nubareda ola del cielo

la mano rota del aire
despeina en planos concéntricos
esta página
en que ocurre
un contener apretar la válvula de la risa
en el pulmón
y los niños envejecen
envejecen
mientras miro cómo sus juegos
arrugan la piel entre los ojos

 
 

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