Ciencia y poesía
 
 
Vocabularios expandidos

Por Carlos López Beltrán
 
 
 
"En vez de considerar a las fronteras como una pesadilla, hay que acercarse a ellas y ver por qué surgieron, porque generalmente tenemos un premio detrás de esa línea arbitraria, siempre nos encontraremos con una explicación atractiva." El médico y escritor chileno Beltrán Mena hace este apunte al reflexionar sobre el continuo trajín entre fronteras físicas, sociales y mentales en el que vive quien aspira a comprender la vida uniendo experiencias afincadas en territorios diferentes, ya sea geográficos, ya sea disciplinares. Las fronteras pueden combatirse y hasta eliminarse, afirma, pero siempre "vuelven a surgir fronteras distintas" pues la diversidad humana, la inevitable y proteica diversidad de talantes y talentos, culturales y regionales, las produce y reproduce continuamente. Fijémonos en las fronteras que surgen y aprendamos de ellas, sin fetichizarlas ni demonizarlas de antemano. Asediar las fronteras es necesario. Quitarlas puede serlo o no. Conocerlas es preciso, tanto en su dinámica íntima y su efectos expansivos (las fronteras son campos que ordenan los territorios) como en sus flujos y devenires. Y aquí ya soy yo extendiendo hebras y recorridos a partir de la incitación de Beltrán Mena.
 

No. 72/ Septiembre 2014


Ciencia y poesía
 

Vocabularios expandidos


Por Carlos López Beltrán
 

"En vez de considerar a las fronteras como una pesadilla, hay que acercarse a ellas y ver por qué surgieron, porque generalmente tenemos un premio detrás de esa línea arbitraria, siempre nos encontraremos con una explicación atractiva." El médico y escritor chileno Beltrán Mena hace este apunte al reflexionar sobre el continuo trajín entre fronteras físicas, sociales y mentales en el que vive quien aspira a comprender la vida uniendo experiencias afincadas en territorios diferentes, ya sea geográficos, ya sea disciplinares. Las fronteras pueden combatirse y hasta eliminarse, afirma, pero siempre "vuelven a surgir fronteras distintas" pues la diversidad humana, la inevitable y proteica diversidad de talantes y talentos, culturales y regionales, las produce y reproduce continuamente. Fijémonos en las fronteras que surgen y aprendamos de ellas, sin fetichizarlas ni demonizarlas de antemano. Asediar las fronteras es necesario. Quitarlas puede serlo o no. Conocerlas es preciso, tanto en su dinámica íntima y su efectos expansivos (las fronteras son campos que ordenan los territorios) como en sus flujos y devenires. Y aquí ya soy yo extendiendo hebras y recorridos a partir de la incitación de Beltrán Mena.

El lenguaje es una frontera por antonomasia. Todo el que sale de su barrio, viaja y se intenta comunicar con sus palabras habituales lo sabe. También el que ha hecho suyo un vocabulario y una gramática más o menos especializada en torno a un oficio, a un pasatiempo, a un vicio, a una actividad cualquiera que requiere compartir acción y referencias. Quien no sabe pedir las cosas a un operario o un dependiente se excluye del juego de lenguaje que permite la eficacia. Quien no sabe nombrar un instrumento, una acción o una entidad abstracta pertinente para la comprensión de un gesto comunicativo, se inutilizar y exilia, al menos por ese momento, de un espacio de participación. Un modo eficaz de vigilar ciertas fronteras es atender la competencia léxica y lingüística de los hablantes. Entre gitanas no se leen la suerte y se saben reconocer por el palabreo y los giros. Los bioquímicos en el laboratorio usan una jerga que se extiende a menudo a la cafetería o al antro, e impregna sus chistes y descripciones cotidianas. Todos podemos dar ejemplos de esas fronteras y de esas contaminaciones.

Cuando estudié biología incorporé a mi vocabulario un racimo de palabras floridas: Tegumento. Plancton. Gástrula. Homocigoto... Y varios otros vocablos se me deformaron dramáticamente: Proteico. Enlace. Membrana. Intersticio… Con mis amigos biólogos metaforizamos la vida cotidiana a partir de procesos y categorizaciones científicas, de un modo parecido a como lo hacen, más bellamente, los beisbolistas con las situaciones del juego y de la vida. Por la misma época me empecé a tomar más en serio la escritura de poemas, y de un modo ligero y diletante empecé a usar en mis poemas expresiones, metáforas y elucubraciones infectadas por mis fantasías con las células, las moléculas, la evolución, las fuerzas físicas y químicas. Ante las severas críticas de algunos de mis compañeros de generación, poetas en ciernes, aprendí que debía vigilar la frontera que sin cuidado violaba a cada rato y solo usar mis terminajos biológicos cuando "realmente aportaran algo al poema". Claro que ese aporte debía permanecer indefinido y misterioso, accesible a los iniciados.

Durante 30 años he cambiado varias veces de opinión sobre el papel del poderoso y a menudo llamativo lenguaje científico en el territorio estético que llamamos poesía. Creo que la principal inquietud que me ha hecho pensar y repensar las cosas viene del hecho de que no sé si una mejor cultura científica en nuestro entorno podría hacer menos artificial y abstruso usar coloidal, sinapsis o celoma en un poema. Nunca he dudado de la fecundidad de la imaginación científica y de los hechos y procesos que devela la ciencia (la ósmosis, por decir algo) en la capacidad de abordar y describir literal o analógicamente otras fenomenologías. Acudir para ello a un vocabulario esotérico es lo que me hace titubear, pues requiere complicidades que no muchos lectores están dispuestos todavía a asumir, y un control de los trasvases semánticos realmente difícil de tener. Normalmente, la carga de la prueba está en el pretencioso que usa terminajos. Y no en la incultura de quien no los comprende ni literal ni metafóricamente. Esto que digo sobre la ciencia se puede ampliar a otros terrenos de saberes especializados, pero no todos: nadie le reclama al poeta que menciona eruditamente a un personaje de Ovidio, aunque eso lo mande a wikipedia.

Si de algo me he llegado a convencer es de que, cuando se logra implantar el vocabulario de las ciencias, y con éste sus iridiscencias semánticas, en un buen verso la fecundación que resulta viaja en dos sentidos. La porosidad de las fronteras culturales, disciplinares y lingüísticas, permite emanaciones osmóticas hacia ambos lados de la membrana. Las palabras acuñadas en la ciencia, raras o no, feas o no, pueden no solo preñar estéticamente un poema, sino a su vez quedar preñadas de nueva vida y de nueva chispa semántica al habitar, en la buena poesía, terrenos más densos y abigarrados, más imbuidos de emotividad. Cuando Gerardo Deniz inicia un poema con el verso "Los tranvías trasnochados luciendo su celoma deslumbrante y vacío" la imagen que nos regala es contundente y hermosa. El sustantivo celoma refiere a algo íntimo y cercano para los seres vivos similares a nosotros, y nos da acceso a hechos biológicos profundos teóricamente y a la vez sensuales. Celoma es el nombre de la cavidad tubular en torno a la que se desarrolla el cuerpo de los animales. Con orificios de entrada y de salida el celoma es el exterior que se adentra en la carne viva. La metáfora funciona de maravilla para la cabina solitaria y encendida del tranvía nocturno. Celoma debería ser parte de nuestro idioma natural, mas no lo es. Al ponérselo de adorno a un tranvía vacío Deniz transforma nuestra imaginación y también el aura expresiva de celoma. Su fuerza como voz común crece; importa que mande al diccionario a algunos.

Dice Gabriel Zaid en el Laberinto de hoy (23/08/14) que Deniz en su poesía “rescata palabras inusitadas y tecnicismos raros” y a menudo usa referencias “científicas, como de un especialista que se dirige a otro y no al un lector profano (que se las arregla como puede)”. Deniz, nos dice también Zaid, “es un sabio que hace observaciones de laboratorio sobre la vida”. Creo que el acento en la rareza de Deniz y en su exótico uso de un vocabulario sumamente expandido por su erudición científica desorienta; lo que hace es encajonarlo como ave rara, y excusar a los demás de realmente entender la imaginación preñada por la ciencia; impide explorar el mundo enriquecido por la sensualidad y los saberes que se despliegan en la poesía de Deniz, y en la de muchos otros.