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portada-las-categorias-de-kant.jpgLas categorías
de Kant no funcionan
en la noche
Julio César Jiménez
Editorial Celya
Col. Generación
del Vértice, 
VI Premio Internacional
de Poesía Ciudad
de Pamplona, 2012.

Por Juan Carlos Abril
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No. 72 / Septiembre 2014


La pirotecnia estética de Las categorías de Kant no funcionan en la noche es un goce para los sentidos, que se recrean de manera feliz. Libro completo, culturalista y cercano, con lenguaje directo y fragmentos líricos, Las categorías de Kant no funcionan en la noche podría considerarse el libro total, al modo de Luis Rosales, en el que se ensayan diferentes géneros o subgéneros poéticos para dar con un todo que nos conmueve a veces, nos sorprende, nos impone o nos punza, etc. Todo ello es este libro.

Nada es seguro pero ir con sueños por delante
vaticina, mal que nos pese, un trastorno degenerativo
que asegura la salud del hombre, una avaricia fértil
y aconsejable que universaliza en el mundo
signos calcados con las manos, instintos de seísmo,
desnudo integral del placer terco.
Inútil. Terco.

Quizá, por resumir, y tratándose aquí de una reseña, podríamos decir que en esto consiste esta obra, en ir con los sueños por delante y que, aunque tenga sus contras, nos asegura la salud mental, la imaginación, la fantasía. Aquella antigua dicotomía entre imaginación y fantasía aquí estaría abolida, de igual modo que las categorías kantianas también estarían anuladas. El lenguaje posee sus oquedades, sus abismos, y Julio César Jiménez nos lo transmite con dosis de humor, ironía y sarcasmo, como en “Franz Kafka asegura a Max Brod que exactamente tiene entre veinte y ochenta años”, cuando dice: “Cuando calmaron el fuego de los almacenes Kinski/ me señalaron con el dedo, y lo mismo cuando tiraron/ por la ventana al hijo ciego de la señora Friedman.” Porque no todo es lógico en este mundo, es más, hay muchas cosas ilógicas, y porque en la noche se rompe la lógica del lenguaje y dejan de tener sentido las cosas más evidentes. Para ello el poeta despliega un sano humor irónico, que de manera guadianesca aparece y desaparece, dejando constancia de esa intermitencia a la que la realidad somete a los sentidos, a lo que parece sólido y se desmorona a nuestro alrededor. Sin duda alguna que este libro entronca con el sujeto ironista de Richard Rorty, coincidiendo con una poética verbalmente florida y generosa, torrencial, como un manantial que va surgiendo a borbotones en medio del silencio o de la noche, motores o antecedentes que espolean el texto. Yolanda Castaño, en las palabras de la contracubierta, lo plantea de la siguiente manera: “Las categorías de Kant no funcionan en la noche exige un lector activo y avezado, dada la multiplicidad de entretejidos guiños literarios, referencias culturales y filosóficas que se dan cita entre sus páginas. Es un libro cargado de pensamiento, pero capaz de huir de toda pedantería al hilarlo con una fina, refrescante ironía.” En el fondo, y como no podía ser menos, cualquier poética merece ser considerada bajo el prisma de la meditación, y las reflexiones sobre la infancia, las idas y vueltas sobre el eje del pasado, marcan también de un modo u otro este libro. Infancia doblemente revisitada por los recuerdos de las experiencias propias, pero también a través de los ojos de la hija, Irene, la cual aparece en varias ocasiones en los textos (sobre todo en el magnífico “Los sueños son para los niños”), servirá de eje para asirnos a una realidad que, como hemos ya dicho, se muestra de modo fragmentario y tiende a disolverse, a desvanecerse, a deshacerse. “[…] Yo tenía doce años/ y escuchaba el mundo con los ojos.”, nos dirá en “Qué dijo Juan Bermúdez Cuatrodedos al oído de Mohamed Mohand El Kofi”, recordando las simultaneidades del sincretismo infantil. O este otro fragmento lleno de ilusión y remembranzas:

Llegó el verano del ochenta y dos
y todos queríamos ser Paolo Rossi
o Rummenigge. Por la mañana íbamos al tajo
a meter las manos donde vivían los pulpos
y por la tarde donde los topos y los murciélagos,
así que siempre llegábamos a casa
con las manos roídas y las rodillas negras.
Tal y como asegura Javier Lorenzo Candel en su “Prólogo”, habría que advertir la narratividad de estos poemas como uno de sus logros más evidentes. Ahí se encuentra un poliedro de materiales heteróclitos y convenientemente eclécticos, que el poeta usa a su antojo y según sus necesidades expresivas. Ante las fallas del lenguaje, ante los desajustes que encontramos para nombrar la realidad, que siempre es mucho más amplia que el lenguaje, el cual funciona por aproximación, el magma verbal de Las categorías de Kant no funcionan en la noche nos asegura una estabilidad, un asidero. El texto pone un punto de unión y dialoga entre el lector y el escritor. Partimos desde cero, por lo tanto, todo lo que vamos a lograr es sumar. Y es cierto: el horizonte del sujeto posmoderno no ha podido salirse de la trascendencia y de las aspiraciones por crear un arte sublime, que toque con la metafísica y que, con suerte, el poeta logre reconvertir en preocupaciones metapoéticas. Este último paso es el que podemos observar en este libro. Las referencias metaliterarias o a otras disciplinas, ya sean prácticas o de conocimiento teórico, ya sean personales y desconocidas, o a autores de las más variadas disciplinas, le dan el sabor a este poemario para convertirlo en un instrumento útil que lucha contra la oscuridad y la incertidumbre, si bien es consciente de que navegamos en la oscuridad y la incertidumbre, y que la poesía sólo puede acercarse mínimamente a frenar las tinieblas.

El individuo posmoderno está solo con su mundo de fabulación y se ha perdido el sentido de lo colectivo, pero tal y como recordara Edgar Allan Poe en “El hombre de la multitud”, en realidad todos estamos solos y formamos muchedumbres de seres solitarios. Esto nos tiene que animar a entender la naturaleza individual y social del ser humano, a pesar de las muchas razones que nos obligan y empujan a ser egoístas:

el mundo pare especímenes raros y nosotros los citamos
en revistas especializadas y manuales sobre la niebla,
de modo que la teoría queda, para entendernos,
en que la noche tiene derecho, como la ciencia,
a imponer sus condiciones y mezquindades,
y es la única y gran verdad del hombre cuando usa
su parte animal y necia, temblorosa y bella.
Hay que celebrar la honestidad del libro que nos ha entregado Julio César Jiménez, su verso emancipador y valiente, su poética definitivamente rompedora y sintética, porque hay un descaro o impudicia que dice mucho más que lo dice, presentando al texto y a las condiciones de producción a un mismo tiempo, es decir el discurso, como un resultado total. Muestra de su atrevimiento y sentido lúdico, merecería la pena recordar aquí el apartado de “Agradecimientos” de Las categorías de Kant no funcionan en la noche, un lugar común para patetismos y confesiones que no aportan nada a la construcción del texto, al conjunto de la obra, y que suelen decir mucho de la concepción teórica del autor. En este caso, no puede ser más relevante: “Agradecimientos especiales a mi Underwood Junior Portable de 1936, mi exótica navaja suiza que incluye astrolabio y cortaúñas, un pequeño ventilador marca Orbegozo de dos velocidades, Starsailor y Muse, y un misterioso escarabajo egipcio de ónice. Sin ellos no hubiera terminado de escribir este trabajo.”


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