Ciencia y poesía
 
Medicina alternativa

Por Pedro Poitevin
 
ciencia-medicina.jpgSea o no del todo cierto, visto con ojos de lector y paciente, no hay rama de la ciencia que se compenetre con la poesía de manera más natural que la medicina. Pese a que los médicos están principalmente interesados en resolver problemas fisiológicos, y pese a que los únicos instrumentos que la medicina considera admisibles en la práctica son aquellos cuyo funcionamiento puede ser descrito de manera precisa en términos fisiológicos, el efecto placebo –tan real como misterioso– nos sugiere que las aspiraciones curativas de la poesía, por modestas que puedan ser, no son del todo absurdas. Está claro, sin embargo, que la mayoría de los poetas no están interesados en levantar el espíritu del lector ni en replicar los efectos que pueda tener la fe en los pacientes, así que dichas aspiraciones han de ser sumamente modestas si es que existen. Eso sí, una de las funciones de la medicina es la paliación del dolor, y es ahí donde la poesía tiene aspiraciones un poco menos insignificantes.

No. 73/ Octubre 2014


Ciencia y poesía

Medicina alternativa

Por Pedro Poitevin
 


ciencia-medicina.jpgSea o no del todo cierto, visto con ojos de lector y paciente, no hay rama de la ciencia que se compenetre con la poesía de manera más natural que la medicina. Pese a que los médicos están principalmente interesados en resolver problemas fisiológicos, y pese a que los únicos instrumentos que la medicina considera admisibles en la práctica son aquellos cuyo funcionamiento puede ser descrito de manera precisa en términos fisiológicos, el efecto placebo –tan real como misterioso– nos sugiere que las aspiraciones curativas de la poesía, por modestas que puedan ser, no son del todo absurdas. Está claro, sin embargo, que la mayoría de los poetas no están interesados en levantar el espíritu del lector ni en replicar los efectos que pueda tener la fe en los pacientes, así que dichas aspiraciones han de ser sumamente modestas si es que existen. Eso sí, una de las funciones de la medicina es la paliación del dolor, y es ahí donde la poesía tiene aspiraciones un poco menos insignificantes.

En griego antiguo catarsis significa la expulsión del fluido menstrual, así que cuando Aristóteles utilizó el término –como metáfora médica– en su Poética, su sentido era purgación espiritual. Con el tiempo, el sentido de la palabra fue desprendiéndose de su origen biológico y adquirió una connotación adicional de purificación. Las dos connotaciones (purga y purificación) coexisten hoy justamente porque nuestra cultura ha hecho una asociación implícita entre una y otra: la purga, el vaciamiento espiritual, nos lleva a la purificación. El referente biológico de la metáfora funciona de una manera un tanto distinta, pero el resultado de la catarsis, en todo caso, es un estado de mayor estabilidad.

El dolor es un fenómeno fisiológica y psicológicamente complejo, pero todo tratamiento del dolor parte de la idea de que la expresión productiva de su existencia es un primer paso importante. Aunque puede ser que la plegaria, por ejemplo, con su énfasis en la experiencia colectiva, sea, para quienes la practican, un ejercicio de expresión más catártico que la escritura o lectura de la poesía, de todas las herramientas de introspección que la tradición nos ha dado, la poesía, con esa mirada concentrada y atenta a la relación entre lenguaje y experiencia subjetiva, es quizás la más adecuada para la comunicación del dolor humano.

Hace poco apareció, en el Boston Review, una interesante discusión sobre el papel de la empatía en el pensamiento público. El psicólogo Paul Bloom, de Yale University, argumenta que la empatía (entendida como el sentir lo que el otro siente), con su naturaleza angosta y caprichosa, es una guía pésima para la toma de decisiones públicas. Peter Singer, arduo practicante del rigor analítico en la investigación de problemas filosóficos, concuerda con Bloom, y apunta que el altruismo efectivo (a diferencia del altruismo guiado por el pathos de la noticia y la imagen trágica de turno) surge de una mezcla de empatía cognitiva (que no es el sentir lo que el otro siente, al que Singer llamaría empatía emocional, sino simplemente el ejercicio intelectual de ponerse en los zapatos del otro) con una cierta inclinación por el pensamiento abstracto. Simon Baron-Cohen, autor del libro Empatía Cero, entre otros, y proponente de la idea de que nuestra definición del mal debería ser refinada por el concepto de la erosión de la empatía, disiente de manera enfática. El foro entero es muy recomendable, pero el punto más interesante de la discusión tiene que ver con la medicina, que opera siempre en esa incómoda y complicada intersección entre el plano personal y el plano público. Christine Montross, en su contribución, se pregunta si, en el caso específico de los médicos, la empatía puede ser una virtud. En su ensayo, Montross admite que un exceso de empatía puede resultar abrumadora y, por ende, contraproducente, pero sugiere que un módico de empatía genuina facilita la relación médico-paciente.

ciencia-rafael-campo.jpgLa poesía sirve para el sentir lo que el otro siente, o bien para el ponerse en los zapatos del otro. Así que es un instrumento para promover la empatía, ya sea sentida o pensada. Al margen del contenido filosófico de la discusión arriba mencionada, es interesante preguntarse cuál es el efecto de tener un médico de quien estamos seguros es capaz de genuina empatía. Es el caso de Rafael Campo, ganador del primer Premio Internacional Hipócrates de Poesía y Medicina. Campo es médico en Beth Israel Medical Center, en Boston, Massachusetts. Ha escrito varios libros de poemas que exploran, desde la perspectiva de alguien que se desempeña en el campo de la medicina, esa relación entre poesía, medicina, empatía y dolor. Su último libro de poemas, publicado por Duke University Press, se titula Alternative Medicine. A continuación, uno de sus poemas.



Perdido en el Hospital

No es que a mí no me guste el hospital.
Esos ramos de flores, tan audaces.
Ese vaho de yodo. Los enfermos
absortos y genuinos en sus cuartos.
Mi amigo, el que se está muriendo, ha ido
conmigo a donde los pacientes fuman
con sus tanques de oxígeno a un costado:
un patio de esqueletos. Compartimos
un cigarrillo: una delicia corta,
demasiado. Tomé su mano y era
como asir un llavero. Fue bellísimo:
la luz del sol nos apuntaba, como
si importáramos algo. Merodeé
por un momento el hueco en sus costillas
que se abrió para mí, y junto al estruendo
del salto de su corazón, froté
mis ojos y me dije “estoy perdido”.


                                   Rafael Campo

                                   Versión del inglés de Pedro Poitevin