No. 73 / Octubre 2014

 
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“Lo que los ojos no alcanzan a ver”.
Atisbos a la obra de Miriam Medrez


Por María Andrea Giovine
 

 

 

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Miriam Medrez (1958) nació en la Ciudad de México. Estudió Artes Plásticas en la UNAM y en la Universidad Concordia de Montreal, Canadá. Su trabajo escultórico dio inicio en la década de los años ochenta y, en 1985, Medrez se establece en Monterrey. Ha sido becaria del Sistema Nacional de Creadores FONCA/CONACULTA en 2010, 2011 y 2012. Su obra se ha expuesto tanto en México como en el extranjero. En www.miriammedrez.com se puede consultar su currículum en extenso y se pueden ver fotos y textos relacionados con sus exposiciones.

El instante en que tuve en mis manos Miriam Medrez. Zurciendo / Lo que los ojos no alcanzan a ver fue una revelación. El libro, regalo de mi amiga Dalia Valdéz, fue editado en septiembre de 2012 por el Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León. Durante días abrí una y otra vez las páginas de este catálogo para ver las esculturas en tela de Medrez. Todas mujeres. Todas lo suficientemente anónimas para devolvernos nuestro propio reflejo. Todas universales.

En los últimos años, Medrez se ha dedicado a proyectos escultóricos en tela, como es el caso de Zurciendo, Lo que los ojos no alcanzan a ver e Hilvanando identidades. Luego de haber trabajado principalmente con barro, los materiales que Miriam ha empleado en los últimos tiempos, desde su propia materialidad, articulan una serie de conceptos relacionados con las piezas mismas.

En cuanto vemos las obras de Medrez, queda claro que el suyo es un trabajo que pone sobre la mesa grandes temas relacionados con el universo de lo femenino, el cuerpo y la identidad.  

La hechura de las piezas en tela de Miriam, a diferencia de la escultura en otros materiales, filia la obra con el universo femenino no sólo por la temática, sino por las tareas de medir, cortar, hilvanar, zurcir, coser, que nos remiten a una labor históricamente doméstica y femenina.   

Las mujeres de Miriam nos muestran un amplio repertorio de actitudes gestuales y corporales, así como de posiciones. Mujeres de pie, mujeres acostadas, hincadas, agachadas, enconchadas… Solo vemos dos colores, el beige y el negro, como una analogía escritural a la tinta y el papel.   

Zurciendo es una serie en donde la artista reinterpreta y esculpe a mujeres de carne y hueso, mujeres de edades, oficios y proveniencias distintas que, en la tela, si bien mantienen rasgos de identidad, se homologan en su feminidad compartida. A pesar del evidente riesgo de caer en la creación de “muñecas”, de “maniquíes”, la maestría en la conceptualización y ejecución de las obras de Medrez se concreta en un repertorio de instancias del ser mujer. Así, por ejemplo, Maruja parece una mujer que conquista su propia feminidad, la propia Miriam se esculpe como una mujer generadora y en paz, Ceci parece una mujer confundida, Orly se oculta, Juany venció a la muerte, Anita consiguió la protección, Hortencia es la columna vertebral, Lumi escucha… Todas las figuras de esta serie tienen nombre, el nombre de la mujer de carne y hueso a la que representan metafóricamente.      

Lo que los ojos no alcanzan a ver es una serie más abstracta. Estas mujeres, a diferencia de las anteriores, no tienen nombre ni rasgos de identidad como el cabello o las expresiones faciales empleadas en Zurciendo. Uno de los elementos que más llaman la atención en esta serie es la postura de las figuras, que parecen en contemplación, en introspección. Sin embargo, como dice Karen Cordero, uno de los rasgos más interesantes de la obra es la incorporación de texto: “Los textos, voces de mujer, testimoniales, trágicos y en algunos casos irónicos, irrumpen la limpieza del discurso plástico con sentimientos inquietantes".1

 

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En el caso anterior, la figura está hincada absorta en la lectura del texto, el cual dice lo siguiente:

Por un momento pensé que era sólo una mujer arrodillada frente al río
inmóvil, miraba su sombra proyectada debajo del agua.
Le costaba respirar.
Sus pechos frondosos estaban agitados y sus manos descansaban sobre los muslos fuertes.
Quiso levantarse pero su espalda pesaba.
La imagen duró apenas unos instantes.
Más tarde me enteré que en ese mismo paraje habían encontrado
a una mujer acuchillada por su suerte.

El texto, parte integral de la pieza, acota nuestra interpretación. ¿Quién es ese “yo” que enuncia, que piensa, que se entera? ¿Es cada espectador que actualiza el pronombre cuando se encuentra frente a la pieza y lee ese “yo?     

La pieza nos propone un juego de desdoblamiento. La figura lee, pero el texto que lee nos habla de una mujer arrodillada frente al río inmóvil (¿el texto?), con las manos sobre los muslos. “Quiso levantarse pero su espalda pesaba”, la mujer de la figura tiene la espalda arqueada, como atravesada por cuchillos. Así, la descripción que leemos coincide con la figura hincada que lee lo que al parecer es su propia historia.    

En otra pieza (que aquí corresponde a la primera imagen, en donde vemos también a la escultora), vemos el busto de una mujer que tiene la mano en la frente como en señal de caer en cuenta de un terrible error; de su pecho brotan flores. El texto dice: Ya pequeña goteaba el amaranto, / los corazones de sol, el ausente amor que después, / cuando mujer, / se rasgó el pecho. / Ella de ojos cerrados y tan despierta, / toda ella desprendida, volando desde el agujero, saliendo de lo negro como chorro de mariposas o retoño / de ella misma. La mujer es una jaula abierta / que se sale de adentro y crece como una flor. No cabe duda de la importancia que tiene el texto para esta pieza. En este caso, incluso el texto, cosido en beige sobre negro, ocupa la mayor parte del espacio de la obra.

La obra de Medrez nos hace pensar en la palabra y en la escultura desde una nueva perspectiva. Su filiación con la poesía no es sólo a través de la inclusión explícita de material poético en las obras, sino también a través del discurso metafórico que establecen las piezas. En algunos casos, la mujer es una metonimia, un pie, una mano, un corazón. El discurso escultórico de Medrez está indudablemente vinculado a la poesía. Sus iconotextos asombran, hechizan y, a través de una propuesta sin lugar a dudas original, dan cuenta de los cuerpos y las voces de mujeres que reflexionan sobre su propia existencia. En la escultura de Medrez hay muchos rasgos poéticos, pero también es posible ver en la poesía rasgos de su propuesta artística. ¿No es acaso la poesía un zurcir, un hilvanar la palabra, el sentido? ¿La poesía no es, ante todo, lo que los ojos no alcanzan a ver? 


1 Karen Cordero, “en “Mujeres nacidas de mujer: esculturas en tela de Miriam Medrez”, en Miriam Medrez, Zurciendo. Lo que los ojos no alcanzan a ver, Conarte, 2012.