No. 73 / Octubre 2014



Rafael Cadenas en Oaxaca


Por Josu Landa
 

 

espacios-oaxaca.jpgSe le dio el nombre de 'taller', pero en verdad fue algo mucho más parecido a un 'simposio', en el sentido griego del término (symposion), que muy confusamente suele traducirse como 'banquete'.

Más que un agasajo gastronómico al paladar —como, en general, se entiende entre nosotros la palabra 'banquete'— el  symposion griego es un festín de clara raigambre dionisíaca en el que el vino desempeña el papel principal. Es más bien una reunión para 'beber unos con otros', un 'con-beber' (syn-pósis), al margen de lo que hayan podido comer quienes participen en ella.

La experiencia que acabamos de tener en Oaxaca, con la poesía de Rafael Cadenas, se aviene mejor con la palabra 'simposio', entendida al modo griego, que la súper convencional voz 'taller'. No porque en la reunión de poetas a que me refiero corriera el líquido significado por el uso literal del vocablo 'vino', sino por el néctar metafórico —por lo demás, bastante seco y amargo— que rezuma esa poesía y que pudimos compartir
('con-beber'), al modo de una suerte de comunión, a lo largo de toda una semana del último mes de mayo.

Desde hace algún tiempo, la hiperactiva y vanguardista poeta mexicana Rocío Cerón dirige un taller permanente de poesía, bajo los auspicios de Centro de las Artes de San Agustín (CaSa) y el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), entidades concebidas, impulsadas y sostenidas por el eminente artista Francisco Toledo. Rocío Cerón decidió dedicar el año en curso a la poesía latinoamericana y eso propició la experiencia simposíaca cadeniana de la que vengo hablando: regresar a Los cuadernos del destierro, Derrota, Falsas maniobras, Intemperie, Memorial, Gestiones... en compañía de casi una veintena de poetas oaxaqueños, dando muestras de maravillamiento y ávidos de las más variadas noticias sobre la vida y la obra del poeta barquisimetano, así como sobre su complejo y poco apacible entorno. Algo que formalmente se llamó "Tres calas y un atisbo en la poesía de Rafael Cadenas" y que devino capilla en la que, a más de deletrear y hacer resonar sus textos, se invocó un tiempo enardecido por los aspavientos de El Techo de la Ballena, Tabla Redonda y otras logias de artistas, en pleno centro de Oaxaca, en el corazón del silencio respetuoso, hospitalario, de Cocijo, Pitao y demás dioses de Monte Albán. 

Mi idea de taller de poesía se acerca más a la de seminario (= semillero), sobre todo cuando lo que convoca a sus oficiantes es el estro de un poeta de las dimensiones de Rafael Cadenas. En eso que ya parece un cenáculo, (1) me valgo de algunas mañas dirigidas a desatar, entre varios, la palabra del poeta, (2) después de repetidas lecturas
de un poema, en voz alta, y de algunos comentarios primarios sobre aspectos de forma
y de fondo, trato de generar un diálogo abierto, lo que da ocasión a fijarse en los valores estéticos de la composición, las presencias invocadas por las palabras, las bazas específicas del silencio, las alusiones ambiguas (en fin, toda suerte de maniobras sintácticas, retóricas y prosódicas), las conexiones del texto con obras anteriores del autor y con la atmósfera poética actual... y (3) luego de una lectura final, también en voz alta, espero que advenga —o acaso debería decir 'invenga' (de invenire = acontecer del hallazgo, el descubrimiento, la invención)— algún avatar del sentido poético.

Al trasegar ese camino en los poemas de Rafael Cadenas, no pudimos llegar muy lejos —si por tal se entiende merodear sin mayor compromiso o deambular con prisa por la dilatada copia de textos poéticos compuestos por el poeta— pero sí pudimos calar bastante hondo.

En el cenáculo-semillero, brotaron cuando menos dos cursos de luz: (1) el movimiento de un yo, una voz en primera persona, hacia una negación-desaparición que no alcanza a cumplirse del todo; (2) el tránsito a los dominios de algo como la expresión pura —la identificación total entre experiencia y palabra— precedido del despojamiento gradual de toda inflación verbal por mínima que parezca, de todo paramento distractor y estorboso para quien leyere o escuchare esa poesía en constante revisión de sí. A fin de cuentas, ésa es la ruta que va desde Los cuadernos del destierro —que empieza justo con la palabra "yo"— hasta el poema "Moradas", que cierra Gestiones, cuyo último ¿versículo, párrafo? parece dar cuenta de una escueta, seca, reafirmación de la voluntad de vivir, según la intuición de "un espacio que no se entrega, donde los enemigos se reconcilian".1

En su momento todavía auroral, la poesía de Cadenas tiende a sonar como un insistente reproche contra un hábitat social, moral y político irrespirable, por no decir que aniquilador (el Valle de la Desolación, mentado por el poeta en Amante: la Venezuela de los tiempos del dictador Pérez Jiménez y de los años 60 del siglo pasado, en su avatar más inmediato).

Un discurso poético acedo, como el de Cadenas, en el que tanto pesan palabras y nociones como 'derrota', 'destierro', 'fracaso', 'falsas maniobras', 'combate', 'estrago', 'desolación' y afines puede invocar por contraste la inquietante situación del 'naufragio con espectador' que, en la pregnante narración de Lucrecio (De rerum natura, comienzo del libro segundo), podría resumir la relación de quien ya ha avanzado lo suficiente en la senda de la sabiduría con su entorno: el áspero yo que casi vocifera en los poemas de Los cuadernos del destierro, Falsas maniobras e Intemperie, aparte del solitario Derrota, parecería estar entre los náufragos que manotean con desesperación, tratando de mantenerse a flote en aguas procelosas y en permanente riesgo de agotarse y ser vencido por éstas. Terrible metáfora de la más primaria condición humana: la del enfrentamiento del homínido ético, feble, lábil, ignaro... con el mundo al que ha sido arrojado: la triste historia de los tumbos del pequeño ser de las ilusiones más vanas y  su ciego afán por afirmarse a toda costa.

Con el tiempo y tras un esfuerzo autocrítico en verdad ímprobo, tanto en el plano espiritual como en el artístico, el artífice de obras como Memorial, Amante y Gestiones, con proyecciones en otros modos de su poesía, como el que cuaja en sus "apuntes" sobre la mística, da muestras de haber accedido al acantilado desde el que puede observar con equilibrada compasión a quienes todavía siguen en sus grandes y pequeños hundimientos, al tiempo que siente la alegría de una mutación interior, junto con la urgencia de expresar ese nuevo estado en una poesía de conciliación y de comunión con el mundo. Es la hora de una nueva luz, por la que el "amanuense asombrado" invitado a las páginas de Gestiones sabe ya, en las de Amante, que "nada/ le pertenece,/ salvo su dependencia, /y acata, /el extraño señorío" o que, en ese reino, "todos los días se vuelven suficientes" . Eso sí: sin renunciar, por ello, a la dimensión carnal, mundana, de ese goce ínsito: la procura, cuando se precie, del "dios vivo/ que protege la cópula", invocado en Amante.

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La evolución-disyunción patente en la identidad, que en general registran los referidos poemarios de Cadenas, da pie a una especie de bifurcación entre quienes ahora, prácticamente cubiertos ya los tres primeros lustros del siglo XXI, los acogen.

El yo poético de los libros publicados en los años 60 y 70 de la centuria pasada —que, en realidad, digámoslo sin circunloquios ni concesiones a estructuralismos, es el hombre y el poeta Rafael Cadenas de aquellos tiempos— conecta con intensidad y profundidad con un público largamente habituado a beber el bilioso cáliz de la melancolía.

Aquel yo que incluso se autodescribe como "muerto" (aunque "aún andando") en Los cuadernos..., quien no obstante, es un "mí orgulloso" capaz de presentarse como "el que es" al cierre de Falsas maniobras y que, en Derrota, avisa que se levantará del suelo al que ha ido a parar "más ridículo todavía", tras una rebelde y casi rabiosa impugnación de los valores imperantes en un mundo ahíto de 'aceite de piedra' (petróleo), puede sintonizar hoy con una multitud invisible de almas sedientas de un verbo como el de Cadenas, lleno de humanidad, árida pero justa ironía y valía artística, resonando en una era signada por los más variados engendros de la vacuidad.

Esas gentes de entidad endeble e "incompleta" —como la del "monstruo" que el poeta traza tan bien en Falsas maniobras—, esos que a la postre no cuentan con otro seno existencial que "el público", las "masas" y las "redes" no tan silenciosas del presente, pueden salir de sí, desperezar sus fibras interiores, al son de unas "doctrinas" y verdades que el poema traza mejor que el teorema.

La experiencia cadeniana oaxaqueña me alienta a pensar que los náufragos sociales y morales de nuestro tiempo vibran al son de una voz poética sita en la vivencia de una zozobra de índole y raigambre sideral, aunque la circunstancia de su revelación e irrupción creativa haya sido aquella Venezuela sesentera y setentera, tan simplona, atrasada y provinciana, vista a la luz de la avasallante complejidad ultramoderna de los días que corren.

El propio poeta ha reconocido —sobre todo en entrevistas— que la amplia aceptación de un poema como Derrota puede haberse debido a cierta empatía entre la depresión propia, aunada a la de una generación de poetas y artistas inmersos en la convulsa Venezuela de las postrimerías de la dictadura perezjimenista y los primeros lustros del orden político sustentado en el Pacto de Punto Fijo, y los estados depresivos de mucha gente en su entorno. Nada en el mundo actual autoriza a imaginar que ese vínculo estético-emocional tienda a debilitarse: las cosas están igual de mal (y de bien, por momentos, también hay que decirlo), ahora como entonces.

Pero, lo mismo cabe decir de la vertiente más sintética, sapiencial y filomística de la poesía de Cadenas. Ese discurso vocado al aforismo, la sentencia fulgurante, el epigrama, incluso la composición dramática y opciones por el estilo —sin menoscabo de ocasionales coexistencias con el versículo y con aluviones de expresión poética que rehuyen las trampas de la versificación—, también tiene una gran audiencia, también se aviene con las almas atosigadas de ruido, verborrea, pseudoinformación y mal gusto del siglo en curso.

Una reinvención del yo reclama cambios en la expresión, es decir: nuevos modos de conexión con los potenciales receptores del poema, que con toda probabilidad tienen algún antecedente en esas lides de reconfiguración identitaria. En el caso de Cadenas, ese largo y arduo proceso no se limita a la adopción, libre y sin fijaciones formales, de modelos expresivos como los mencionados. Igual se proyecta en operaciones en el plano de la subjetividad, por las que puede verter una voz en segunda y hasta en tercera persona, como se nota sobre todo en Amante; también en maniobras de acoso y atención, pues resulta que "la palabra se escondía" y que, a fin de cuentas, "nunca he sabido de palabras/ tanto como quise", según confesión registrada en Gestiones.

Ya en Memorial asoman los discretos frutos de una larga pelea del poeta con el Ángel de la Palabra. Amante —el libro que le sigue en el tiempo— es el registro de una victoria contundente en esa liza, con la fuerza añadida por la invocación a Eros: dios de fondo de la poesía y de toda expresión: en sí misma pulsión de acceso al Otro. Gestiones, por su parte, es una confirmación de ese ajuste de cuentas con las pretensiones de una especie de Significante absoluto, de tonalidad platonizante, que había servido de supuesta plataforma metapoética a los excesos formales de las corrientes líricas tardorrománticas y neosurrealistas, tan influyentes en la Venezuela del tercer cuarto de la centuria anterior.

Según uno de los oráculos legibles en Gestiones, "uno sólo espera de los poetas/ un óbolo que nos sirva para el trayecto". Ese viático reverberó muchas veces en el seminario-cenáculo oaxaqueño. Algunos de los oficiantes-comulgantes reconocieron de manera abierta que ya no eran los mismos que cuando no conocían la poesía de Rafael Cadenas. Puedo agregar —con perdón, por esta declinación personalista— que ese 'acontecimiento' también se dio en mí, aun cuando llevo décadas siguiendo las trazas del verbo cadeniano. Y lo que a la postre atisbamos, al toparnos con otro horizonte, luego de andar esa andadura, fue una bella e irónica derrota: una poesía que, en aras de un rigor autocrítico severo, amaga con desaparecer por retirarse a otras opciones del discurso, termina reafirmándose como una poesía más acendrada, vocada a una pureza a un tiempo invencible y humilde. El poeta verdadero lo es hasta el último resuello.

Acaso se trate de la consecuencia de los movimientos evolutivos del yo tan problemáticamente identificado con el nombre propio 'Rafael Cadenas': la pelea del poeta con esa entidad no por insustancial menos real deriva en una personalidad más sólida, firme, con la fortaleza que da cierta 'docta ignorancia': la conciencia de sus propias limitaciones. El yo que regresa de la travesía por el desierto de la autocrítica y otras ascéticas, con la fuerza renovada que le prodigan las duras nuevas certezas de sí, acrece de esa manera sus poderes intuitivos, es decir: sus dotes para penetrar en lo más radicalmente humano y para expresarlo con mayor pregnancia y justeza poéticas.

Pero, además, esa investigación de sí —en la órbita de los procederes de Heráclito— termina mostrándose como la principal garantía de la universalidad inherente a la mejor poesía, a la que se adscribe la de Rafael Cadenas. Esto se confirmó en Oaxaca, a comienzos del verano en despliegue, cuando una cofradía de avezados poetas del lugar demostraba vibrar al calar y hacer sonar poemas de las dos más eminentes etapas de la poesía cadeniana: dato ambiental que garantiza larga vida a ese enorme don de la Venezuela contemporánea.

                                                                                    Ciudad de México, agosto de 2014



1 Todas las transcripciones de la escritura cadeniana registradas en este texto proceden de la primera edición de Obra entera, México, FCE, 2000.