No. 74 / Noviembre 2014 |
Si he de hablar por los muertos, tendré que abandonarSeguido por Bailando en Odesa: Mi secreto: a la edad de cuatro años me quedé sordo. Cuando perdí el oído, empecé a ver voces. En un tranvía lleno de gente, un hombre con solo brazo me dijo que mi vida estaría misteriosamente conectada a la historia de mi país. Y sin embargo mi país ha desaparecido; sus ciudadanos se dan cita en sueños para realizar elecciones. El hombre no describió sus caras, sólo unos pocos nombres: Roldán, Aladino, Simbad.Estos poemas presentan a Kamínsky como un poeta no común del exilio, ya que parte de una poética donde la avidez por la palabra va enfocada no exactamente al tono nostálgico ni de la evocación, sino a la reconstrucción de una tierra que permita el diálogo con los difuntos, desde los abuelos hasta Ósip Mandelstam, posible solo a través de la escritura. Tierra mágica que exige un uso del lenguaje que nos ambiente en un mundo de fantasía y, por momentos, de cuento de hadas, donde distintas realidades pueden tocarse, es decir, la del lector con la onírica del libro. Al remitir a la Odesa de la infancia, también se sentirá un tono infantil no exento de violencia, pero donde ésta no tiene el fin de retratar el dolor descarnado de una tierra atroz que obliga al exilio, sino en busca de los momentos de dicha dentro de la desgracia. Saltando del verso a la prosa, en lugar de incomodar la lectura, logra fluidez: una de las características de la obra es su extremo carácter descriptivo y narrativo y, en este aspecto, la prosa funciona a favor del ritmo de la narración. Una parte medular del libro consiste en los distintos homenajes que el autor hace a varios poetas rusos, como Tsvietáieva, Brodsky, el ya mencionado Mándelstam, o el rumano Paul Celan.“Músicos ambulantes” como los llama el poeta, en cuya obra la lectura del yo lírico se convierte en experiencia vital, pues el desarrollo de los textos responde a la influencia en el vivir más que con la literaria, y donde, a partir del exilio y la relación que éste guarda con la obra de cada poeta, la construcción de los poemas retratan la búsqueda de sobrevivencia gracias a la palabra. Todo esto sin quedarse en la pura mención, ya que dicha estructura permite el diálogo entre los finados, el sujeto lírico y el lector. De orígenes judíos, con toda una tradición mística basada en el libro, y el lenguaje detrás, Ilyá Kamínsky recupera una pequeña pero esencial porción de ésta, en la que a partir de la palabra hay la construcción y reconstrucción de una tierra donde el ser errante se termina. Tal vez eso signifique la Odesa del libro, es decir, el libro mismo. La aparición de Bailando en Odesa en las librerías mexicanas trae una propuesta diferente para los lectores, ya que no es solo una novedad más, sino un libro sobresaliente que enriquece y centra nuestro panorama de la poesía norteamericana actual ante la avasalladora cantidad de textos en la red.
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