No. 74/ Noviembre 2014


 
 

HÉCTOR PEDRO BLOMBERG

(1889-1955)

 

De acuerdo con las enciclopedias, Héctor Pedro Blomberg fue poeta, novelista, dramaturgo, guionista y periodista. Hijo de Ercilia López, una dama de la alta sociedad paraguaya, además de escritora, y del ingeniero noruego Pedro Blomberg, pasó su infancia en Paraguay. Luego, tal vez siguiendo un mandato familiar –su abuelo descendía de varias generaciones de marinos noruegos–, viajó por todo el mundo como marinero. Vuelto a la Argentina, se dedicó al estudio del romancero rosista y, en paralelo a escribir sus poemas incluidos en los libros de poesía La canción lejana (1912), Gaviotas perdidas (1921), Bajo la cruz del Sur (1922), Las islas de inquietud (1924), Canciones históricas (1936) y Cantos navales argentinos (1939). Sin embargo, es muy probable que hoy se lo recuerde más por los tangos, valses y canciones que escribió junto al guitarrista Enrique Maciel para su amigo Ignacio Corsini –“La pulpera de Santa Lucía” es sin duda una de sus piezas más conocidas– que por todo el resto de su abultada producción literaria. Es cuestión de leerlo.

 

CANCIÓN DE AMOR JAPONESA

 

Nagako – Kuní – San, niña de plata,
La muñeca más frágil del Japón,
Me consumo de amor por tus pupilas:
Dame tu corazón.

Ven a bailar la danza de la lluvia,
Muñeca de abanico de marfil;
Labios como el coral de un amuleto,
¿Me besarán a mí?

Por ti le rezó a Buda entre los lotos
Mientras llora la lluvia entre el bambú,
Y a Kwannón le encendí catorce lámparas
Porque me amaras tú.

Nagako – Kuní – San, dicen los dioses
Nunca tus besos para mí serán,
Y jamás reinarás en mi pagoda,
Nagako – Kuní – San…

 

LAS DOS IRLANDESAS

 

Aquí estoy con los chinos y las dos irlandesas
que llegaron a bordo del Jamaica Marú;
Maggie, la mayor, tiene ojos como turquesas
y bebe gin en este viejo bar del Dock Sur.

Nancy, la menor de ellas, parece una gitana,
pero nació en el barrio más pobre de Dublín;
arde en sus ojos negros una pasión lejana
y en su pálida frente hay una cicatriz.

De dónde las trajeron los chinos taciturnos
Maggie me habló al oído: “los conocí en Shangai...”
(En el bar se morían los murmullos nocturnos
y en los labios de Nancy se apagaba un cantar...)

El Marú había partido con rumbo a Yokohama.
Maggie me amó en las noches siniestras del Dock Sur;
me hablaba de su vida errante, y una llama
de pasión palpitaba en su mirada azul.

Nancy, junto a nosotros, cantaba dulcemente
canciones misteriosas de la China y del mar.
(Quién las llevó de Irlanda al infierno de Oriente,
y por qué las trajeron los chinos de Shangai).

Pero yo amaba a Nancy, la irlandesa morena;
los chinos, silenciosos, miraban a las dos;
las casuchas dormían bajo la luna llena
y en los negros navíos temblaba un resplandor.

¡Nancy! ¡Nancy! Una noche su canción quedó trunca;
los chinos dormitaban borrachos de chandú...
¡Pobre Maggie! Esa noche bebió más gin que nunca
y se arrojó a las aguas oscuras del Dock Sur.