No. 74/ Noviembre 2014


 
 

 JORGE CALVETTI
(1916-2002)

 

Nació en San Salvador de Jujuy; murió en Buenos Aires. Perteneció al grupo Tarja, de gran predicamento en el noroeste argentino desde los años 50. Fue vice-presidente de la Academia Argentina de LetrasObra poética: Fundación en el cielo (1944), Memoria terrestre (1948), Libro de homenaje (1957), Imágenes y conversaciones (1966), Sólo de muerte (1977), Memoria terrestre. Antología general (1983), Poemas conjeturales (1992) y Antología poética (1997). Otros libros: Alabanza del norte (1949), Juan Carlos Dávalos (1961), El miedo inmortal (1968) y Escrito en la tierra (1993)

LA BASURA

 

Yo saco la basura a la calle
envuelta con papel y cuidado.
Quedan allí, mezcladas, las sobras de la vida,
cáscaras del tiempo y recortes del alma.
Las dejo en la vereda con tristeza
porque son restos de fruta, de comida
y de literatura
con las cuales
uno jugó a vivir o se creyó existente.
Y también porque, acaso, sin nosotros saberlo,
alguien nos haya envuelto
con papeles de cielo, con nubes de cuidado
y estamos a la orilla del universo
y nadie nos despide.
Por eso,
yo saco la basura, la dejo en la vereda,
y le digo adiós.

 

EL GRAN GILBERT

En Barcelona
amigos generosos me mostraron el Barrio Chino,
donde el germen eterno de la vida se enardece,
donde ojos humanos tienen garras
y miran
y quieren herir la vida para siempre.
Allí, en un bodegón, vi al Gran Gilbert,
un anciano procaz, de más de ochenta años,
que empolvado y pintado,
con un gran abanico de plumas
quería imitar a una vedette.
Con esfuerzo grotesco
cantaba y ensayaba penosamente un baile
entre las carcajadas de un público dispuesto a todo,
como a la risa o al aplauso,
y que, en el colmo del escarnio,
le arrojaba flores viejas y cigarrillos encendidos
que él agradecía con inclinaciones y saludos reverentes.
Con inmensa amargura
asistí al espectáculo tristísimo
como en una sombría alucinación.
Porque detrás del abanico, entre el humo y los gritos,
yo veía a alguien que no me era extraño
y a quien reconocía vagamente.
Hoy tengo la certeza de que aquella noche,
hasta ese sótano bohemio me condujo el destino,
porque allí, como ante una ventana que diera al Otro Mundo
o a una ignorada realidad más alta,
pude entrever esta verdad:
también nuestra vieja alma, amigos,
pintarrajeada y empolvada, disimula lo que es,
y vestida de buenas intenciones
quiere mostrar una apariencia de belleza.
No la vemos,
por eso nadie ríe, ni se burla, ni aplaude,.
Pero un día, como en aquella mágica bodega,
nos veremos las almas tal cual son:
tétricos fantasmas que agradecen la vida
haciendo reverencias, solemnes reverencias,
hasta que Alguien, ¡quién sabe desde dónde!
diga basta
y haga caer el telón.


Con correcciones inéditas entregadas por el autor al antólogo.