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resenas-74-hasler.jpg Diario de la urraca
Rodolfo Hasler
Universidad Autónoma de Nuevo León
Monterrey, 2013.

 
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No. 74 / Noviembre 2014



Página uno: lunes. La urraca lúcida

Tengo una urraca que todo lo mira.
Aunque huidiza, ahí está, quizá un azar,
tira de la hebra, un deslizamiento al caer
sobre un montoncito de hierba de Ibirapuera.
En territorio agreste, lejos de mantener la calma
la urraca se manifiesta, insiste en un vuelo sin laberinto,
atraviesa el éter y anula el deseo yéndose por el costado,
se esfuma por el mejor lugar, su juicio en la fronda.
Repite un salto que es una línea, y abarca más,
embauca temprano a su adiestrador.
Celebran ambos la vez, bordea el refrán
siempre a punto de perder la ocasión,
hurgando en tierra mansa, sobre hojas húmedas,
un hondo sentimiento de abandono.


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Página dos: martes

La palabra urraca: la leo en el espejo.
Un liso corte en el cristal ¿qué te propone?
La imagen se va por la ranura del azogue
y corre a una boca de metro, destino Jabaquara.
La sombra estatuaria de los predios lima el cristalino,
no descubre nada, sólo extrañeza y dolor.
El graznido de un pájaro,
y un día, quizá hoy, puede que mañana, nublado,
cesa su intención ante el ritmo del universo.
 


Página tres: miércoles. La urraca ciega
 
La urraca ciega se guarece en el café Brahma.
En la esquina de Ipiranga con São João, se esparce
en la mente un paisaje infinito, un ángulo aéreo
que descansa sobre una tarja donde dice:
tão acima de nos, tão longe da terra,
recalcando el tono molesto de la escritora. La poeta adoraba a
los animales. Y yo, al salir de un templo shinto, jardincillo
de bambúes y pez rojo en el estanque, me escondo en el café,
retomo un poema de Cecília Meireles que habla de gatos,
de sombras de gatos, ¿o son sombras de urracas?
que me van nombrando por la ciudad.
Todo es revelador, serpentear una avenida desproporcionada,
fotografiar el cielo desde el Altino Arantes, reír...
Ciego frente a tanta opción, escondido en el Brahma
no hay salida, la urbe se agita, la sombra quemada que permanece,
no sé, y mientras leo, ciego como estoy, a aquellos poetas
que me dicen sí, que me dan una fina excusa para huir
hacia un recodo de cielo babélico y espantoso.
 
 

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