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Polisexual 
Giancarlo Huapaya, Hipocampo editores, Lima, 2007 

Por Héctor Hernández Montecinos
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Todos sabíamos algo de este esperado libro, ya habíamos escuchado de su existencia, o sobre el autor o los mismos poemas en lecturas clandestinas en Perú, Chile o Brasil. Incluso ya se había convertido el nombre dado a Huapaya en el hermoso gesto político de llamar a los poetas como sus obras. Asumir y fulgor. Había ahí una rencilla y una apuesta ganada, pues en Polisexual el material que se trabaja es justamente el cuerpo en situación y exterioridad, es ese hacia fuera de los líquidos humanos, que también son emociones, para arrebatar al mercado y al neoliberalismo la hegemonía de lo que entendemos por deseo sexual o necesidad erótica. Es decir, sólo la literatura ha podido arrancarle a la televisión, a los totalitarismos morales, a la biología heteronormativa la propiedad y el dominio de la sexualidad como representación, y más allá, como extensión de un territorio lingüístico anómalo, enrevesado, nómada y desviado en el mejor sentido.

 

Polisexual, así lo comprueba su lenguaje, no habla sobre el deseo, sino que lo es en la intermitencia de la dicción, en el encabalgamiento de sus versos, en la rigidez y distensión de palabras que revolotean desnudas por una página que deviene cama, que es igual que decir cuna y tumba. En este corpus poético los órganos han sido trastocados y todo es piel, no sólo se palpa este libro, también se oye y se ve, no tanto por la serie de fotogramas de la película Casting 29 que están anexadas al final sino porque invita a participar del reto sexual con el hablante, con el voyeur: un lector pasivo no es un lector moderno, o mejor dicho, no llegar al libro es no venirse con él.

 

En cada uno de los textos se lenguajean ciertas conductas bellamente llamadas desviadas, que están fuera de lo "normal", son una especie de canon alternativo del goce, y desde esa extrañeza es que el poema mismo autorreflexiona por su puesta en escena como dispositivo político y estético, a la manera de un manifiesto público de las prácticas más que privadas, íntimas. Las palabras, por tal, están amarradas, mojadas, cortadas, eyaculadas, meadas, sodomizadas, en una "orgía perpetua" en el devenir horizontal donde se ubican, y es esa fruición de la lengua quizá uno de los elementos más importantes de Polisexual, pues al abrir este intersticio entre lo social y lo íntimo a través del discurso nos vuelve a preguntar por los alcances del nomadismo de la poesía latinoamericana, su hibiridez y su regocijo en fugarse de la comunicatividad y presentarse como una máquina-lengua.

 

Eso es este libro, más allá de la experimentalidad de sus recursos estilísticos y gráficos propone una "sexualidad experimental" en la inter-dicción de su poética, en los alcances de las tecnologías del yo sobre el deseo y su realización y ruptura. Quizá en el porvenir los nuevos modales de lo erótico sean asexuados, o transgenéricos o hermafroditas, y allí este libro habrá sido un precursor no sólo por la libertad que propone como subjetivación del placer sino como no lugar dentro del panorama de la poesía peruana actual, donde quizá encuentre un puente con obras tan concluyentes como queridolucia de Rafael García-Godos o un poco más allá Rehenes del tiempo de Walter Curonisy.

 

Existe en Polisexual la recopilación de una terminología técnica y profesional del sexo como industria, de cómo las casillas del capitalismo han actuado para demarcar lo que "no tiene nombre" o más bien dicho lo que no es llamado del todo, y es en ese gesto de pliegue donde esta poética se incrusta como mancha en el bien decir de la poesía. Huapaya ensucia los poemas, los retuerce y los lame, disfruta de su hedor lírico y de los fluidos sintácticos que extrae con sus manos, pies, prótesis, juguetes sexuales, y quizá en último término, todo lo dicho hasta ahora sea una completa errata y como señala el poema final del libro, “Polis sexual”, implique una carta de ciudadanía de un lugar que como señala el poeta brasileño Roberto Piva nos haga pensar eróticamente, que es lo mismo que libertariamente. Territorio y cuerpo devienen discurso del frote, o como agrega Roberto Echavarren en la contraportada del libro “una explosión gozosa, aunque no trivial ni mercenaria”.

 

Sin duda, Polisexual es uno de esos libros que debieran ser pasados por alto por quienes entienden el oficio poético como belleza-bien-verdad, pero en efecto los que creemos absolutamente lo contrario celebramos su aparición y todo lo que representa en medio de los páramos del machismo, las fobias sexuales y la conformidad. En esta escritura no existe el miedo, sí el deseo en sus múltiples rostros, y termina proponiendo una polisexualidad como lectura, es decir, dejar de leer desde la burguesía y el sedentarismo de los géneros para entregarse al devenir continuo de todo lo más escondido de nosotros, pero no por eso no deseado. Polisexual inaugura una vitalidad, una confianza en la libertad y la revuelta, pero sobre todo nos devuelve al poema como juego, como sedición y lenguaje. Una mancha que todos conocíamos pero que pocos se atrevieron a escribir tan brillantemente como el poeta peruano Giancarlo Huapaya.

 


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