No. 75 / Diciembre 2014-Enero 2015
|
|
|
|
Claudina Domingo (Ciudad de México, 1982) Trepidaciones* persevera en el instante y no es nostalgia (añicos de acetatos) los cabellos lacios de un petróleo sideral bajo el sol nuevo (verde esmeralda) no se resiste a la expulsión del muro ventanas 3 y 4 ausentes (las otras encaje de azúcar) subeibajas oxidados (persevera) el desmantelamiento de un día en sus horas imposibles dices (impávido) “el día salió de la madrugada como una rata reventada” (averiada) la naturaleza arrebató su impuesto a la ciudad “ni tiempo te dio de sacar tus chivas” no crees a los ojos hasta que el perfume a muerto (o gas) crece con los días (luego susurras) “cientoveinte segundos contra la ciudad” (hoy nada quieres saber de sus trepidaciones) apilaron a los muertos “en esta esquina” intentaron la resucitación más adelante entre varillas (viguetas) plafones tuberías buscaron lo que no había digerido la devoradora “cualquier pendejada y se nos viene todo encima” tropezaron con los restos de la muchacha (que amaneció bajo un cielo de cascajo) tela de araña (el portal) Gran Hotel o clínica una resbaladilla sostenida sobre tres piedras el jilguero estropeado de un columpio (vigas de madera) “nunca más” (nunca más) 151-49-30 la herida del fresno (franca) el templo socavado (antes de que el metro desaparezca en la entraña épica de la ciudad) amasijo (naturaleza atropellada) apilar escombros (no son lo que parecen) fragmentos de una constelación que no volverá a alinearse decir “una ciudad no se levanta por sí misma” (se derrumba por sí sola) “sólo al nombrarla es que se erige” pausa (rebobina) a la modernidad le gusta hacerse esperar (sabe que te la saboreas como esos dulces que tenían un cubierta de papel y pistaches en lo blanco) mientras buscas en la fayuca un disco de pink floyd que todavía no llega (generosa) te pone en las manos un día que nunca se parezca a otro el “no puede ser” que tendrá que convertirse en leyenda una falla (toda la ciudad pendiente de una falla) pero es “break” no “wrong” y la han traducido mal “un quiebre” “un rompimiento” un tirón en el tendón de Aquiles de la ciudad fractura y desgarre (destripe de ladrillos y azulejos) aprender a vivir en su cadáver (es necesario) aprender a vivir con su cadáver (de su cadáver) cables que llevan luz a ninguna parte un datsun con hologramas chinos (encallado hace veinte años) la Tránsito asentada en los baldíos de la memoria te fuiste de cotorreo (y regresabas) lo cuentas cada que te ponen este rosario en las manos (dices) “el destino tiene esta cara” la cara que puse cuando vi que donde hubo casa la ruina se mecía sobre sus garfios de gárgola jueves (cascajo) ¿cuál forense? “ya así a la delegación” (te chingaron) princesa ¿o te chingaste? tendrás que esperar otro par de decenios para ver caer la trabe que entonces solo flaqueó (se inclinó un poco) y se acodó en una rampa suponer las ruinas (entrar bajo sus columnas trituradas que les dan estatura de santas) aquilatar los residuos de colores carteles historietas luego aventarse como siempre a la posibilidad de lo posible llegará un día en que no tengas que esperar dos años para ver las películas una semana (¿un jueves?) quizá un año llegue y diga “vine a resarcirme” mientras tanto (el miedo) no se va (se niega) se asoma a cada rato y musita “ahorita regreso” (nunca más) confiarás en su corazón de cisterna vacía (a veces) te detendrás con el pulso en desbandada hasta asegurarte que es sólo un torton (el que pasa) mientras tanto ¿por qué la falta de fe en el futuro? |
* “Trepidaciones” aparece en Tránsito (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2011), que obtuvo el Premio Hispanoamericano de Poesía para Obra Publicada Carlos Pellicer 2012. |
Grissel Gómez Estrada (Ciudad de México, 1970) 43 Ruinas que crecieron sobre voces inhumadas Apenas murmullos entre esta luna nueva México es el sueño de un psicópata herido Maraña enloquecida de sangre y lodo Burbujas Quizás hayan desaparecido: se volvieron burbujas y estallaron. No pudimos ni comer a gusto, pero algún día encontraremos aquel espacio oscuro e infinito, madera de ojillos escondidos, donde se va la gente perdida. Sólo sabemos del tiempo, mármol de despedidas muro de lamentaciones, adiós, adiós: cuánta gente inocente hay en el mundo, burbujas que llenan las planas de periódicos color rata. |
Leticia Luna (Ciudad de México, 1965) Declaración de otoño |
Después del informe oficial acerca de cómo murieron
los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, se escribió este poema. La versión del gobierno no fue aceptada por los padres. A los estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa. |
Nos balacearon, nos golpearon quemaron nuestros cuerpos nuestras cenizas las tiraron al río San Juan El padre Solalinde tenía razón confirman las mentiras de la tv por la mañana 43 días después 43 jóvenes desaparecidos por el gobierno Me vestiré de negro 43 meses 43 años 43 siglos ¿Alguien ha visto a mi hijo? ¿Alguien vio el cadáver de mi hermano? Toda la noche llevamos en vela esperándolos Cada día hacemos oración tocamos a las puertas de las oficinas del gobierno corrupto que entregó a nuestros hijos al narco para asesinarlos pero no: ¡Deben estar vivos! “¡Vivos se los llevaron vivos los queremos!” grita el pueblo ¡No tengo fuerza para que quepa en mí tanto llanto! Tanta sangre calcinada por el vapor del fuego El río San Juan fue asesinado 43 veces 43 gritos 43 voces en sus fauces Clamores de la piel entre los cuerpos amagados ¡Malditos! Nos tiraron al basurero como las ratas que son nos desollaron nos arrancaron la vida en la hez de la basura Ni con las lágrimas de mil ríos borrarán nuestra huella nuestra lucha de sueños visionarios Porque de entre los caídos nos alzaremos como un solo corazón entre los niños jóvenes, mujeres y hombres de este país y danzaremos sobre las cenizas de los muertos con nuestro canto de esperanza 7 de noviembre, de 2014. |
Luis Ernesto González (Ciudad de México, 1966) Instante colateral Llegó tu turno, llegará el mío, y quiero desde esta noche elegir mi estrella. No podré verla. Amordazado con el nudo de mis dientes, enceguecido a golpes que matarán mis ojos, me sentiré acunado en la mortaja de una cinta adhesiva, materiales sencillos de una guerra que alguien declaró un día delante del espejo para verse muy alto en la feria del loco. Me tragarán las flamas de un soplete y no hallará mi miedo ni el grito antiguo de otros partos de luz. Pero taladrará la noche la estrella que he elegido. Perforará mi frente y, derramada la biblioteca de todo lo que soy, alguien —que ni siquiera ocultará evidencias para garantizar la perfección del crimen— tropezará tal vez con un hilo de luz, como aquel que llegaba en las mañanas al jardincito de mi infancia, alargándose, carretera de polvo dorado, dorador de las ramas del árbol hule y la cama del musgo. De esa masa encefálica surgirá un luminoso amanecer entre las vibrantes inflorescencias de los ficus. Estrella, la he elegido esta noche. Que sea su albo proyectil lo que rompa mi cráneo. Porque será la Gracia, no el tiro de gracia. Seré yo luz también. Seremos. Ascenderé entre las ramas de mis árboles, y los pájaros deleitarán sus plumas con resplandores súbitos. Te reconoceré. No habrá dolor ni miedo. Y tu Padre bautizará la lluvia con tus restos. |
José Manuel Recillas (Ciudad de México, 1964) Mi nombre es “fosa” |
México terrorífico y fulgurante,
que trabajar pareces con torvo empeño en agregar un Círculo a los del Dante (una mitad de crimen y otra de ensueño). José Santos Chocano |
Mi nombre es “fosa”, “espectro”, “derramada sangre que nos condena”, “tiempo atroz de los cadáveres que no perdonan”, “amargo triunfo de la democracia”, la ruina que nos nombra y abandona en tiempo presente pluscuamperfecto. ¿A qué futuro se empeñó este tiempo de mudos sacrificios inhumanos, de dioses sanguinarios y sin nombre? Todos los cauces son un eco estigio por donde ya no corren aguas vivas, y a donde nadie quiere ya volver la dolida mirada ante el desierto, la tumba colectiva que es la nuestra, el sueño que ni Atila se atrevió a soñar. Qué nombre habremos de encontrar que no señale nuestra culpa ensangrentada sin dioses expiatorios del pasado como si sólo hubiesen cuerpos yermos, acusatorios restos desmembrados sin templos ni pirámides vacías. Tal vez en las amantes manos haya alguna forma de llenarlo todo, de darle nuevamente al corazón un tono púrpura de mito y sol, sagrada noche y flor de amanecer, una incipiente proliferación de fecundadas tierras infinitas, ¿y qué palabra iría por delante que no sea ofensa ni pobre materia humana rezagada? ¡Oh, dolor de quienes nos quedamos sin estar realmente entre nosotros, como espectros que lo han perdido todo sin remedio! ¿Qué otoño pasa con su extenso manto de tardes impasibles casi heladas dejando en los senderos la ocredad de todo lo perenne y omitido por la mirada ingenua y distraída que nada ve si mira y nada observa? Apenas cae la noche y ya se ocultan las palabras, cual ascuas temerosas de un lecho consumido y sin herencia, eterna sed sin compartir de dos que quieren uno ser, y así abrazar otro delirio que se llame noche, alquimia de los senos y los labios y un despertar que sólo lengua sea, mutilado instrumento para amar lentamente a ese azogue reflejándonos como cera en la noche enmudecida por los siglos de cuerpos entregados y voluntariamente consumidos por casi un renacer que inmoviliza, eterna sierpe entrelazada y muda que todo por decir le aguarda como la abandonada casa familiar anidada en la lengua, apenas canto, apenas lecho y lento atardecer de tantas voces reunidas en una sola noche que es tantas noches y es ninguna, amanecer de un pozo eterno, de incendiadas palabras como muslos, la deslumbrante flor de las auroras que hacen posible el beso y la palabra, el ir y navegar de la memoria como baja marea sublunar que todo dice sin bajar la voz y a todo nombre da, y se hace escuchar como una oculta luna en alto otoño, como el leve temblor que siempre es sombra apenas de lo que amado o abatido será por contingentes circunstancias. Y aunque algo entre las manos tal vez quede como arcilla sin nombre y sin destino, como un soplo el primer día en que el mundo de sí mismo se enteró como un canto, como un lento temblor de ese abandono que al final nos aguarda sin retorno, acaso alguien pregunte, sin honor, sino habrá quien cave la última fosa, si acaso un nombre habrá que nos redima, si acaso un nombre habrá que nos redima. |
Ricardo Yáñez (Guadalajara, Jalisco, 1948) Perros de qué corral me están ladrando. Oigo a lo lejos perros que me ladran, que a mí me ladran en esta noche de llovizna lenta y vidrios derrotados. Sombras a dentelladas, vahos de diverso calibre, alcance, se lanzan sobre mí como un oleaje de puro ruido y aire. Han lo suyo de fiesta, pero de rabia más. Han lo suyo de aullido, pero de rabia más. Han lo suyo de espanto, pero de rabia más. Perros de qué corral me están ladrando, me acogotan, me aturden el poema hasta volverlo solamente rabia |
Roxana Elvridge-Thomas (Ciudad de México, 1964)
|