No. 75 / Diciembre 2014-Enero 2015



Acción poética por la liberación de los detenidos
el 20 de noviembre, México



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Claudina Domingo

Grissel Gómez Estrada
Leticia Luna
Luis Ernesto González
José Manuel Recillas
Ricardo Yáñez
Roxana Elvridge-Thomas


 


 


Claudina Domingo
(Ciudad de México, 1982)


Trepidaciones*

persevera en el instante y no es nostalgia        (añicos de acetatos) los cabellos lacios de un petróleo sideral bajo el sol nuevo       (verde esmeralda) no se resiste a la expulsión del muro  ventanas 3 y 4 ausentes (las otras encaje de azúcar)        subeibajas oxidados
              (persevera) el desmantelamiento de un día en sus horas imposibles

dices (impávido) “el día salió de la madrugada como una rata reventada”    (averiada) la naturaleza arrebató su impuesto a la ciudad        “ni tiempo te dio de sacar tus chivas”

            no crees a los ojos hasta que el perfume a muerto (o gas) crece con los días
(luego susurras) “cientoveinte segundos contra la ciudad”       (hoy nada quieres saber de sus trepidaciones)        apilaron a los muertos “en esta esquina”       intentaron la resucitación más adelante       entre varillas (viguetas) plafones tuberías         buscaron lo que no había digerido la devoradora       “cualquier pendejada y se nos viene todo encima”      tropezaron con los restos de la muchacha (que amaneció bajo un cielo de cascajo)

       tela de araña (el portal) Gran Hotel o clínica     una resbaladilla sostenida sobre tres piedras       el jilguero estropeado de un columpio      (vigas de madera) “nunca más”   (nunca más) 151-49-30 la herida del fresno (franca)        el templo socavado (antes de que el metro desaparezca en la entraña épica de la ciudad)        amasijo (naturaleza atropellada)       apilar escombros (no son lo que parecen) fragmentos de una constelación que no volverá a alinearse        decir “una ciudad no se levanta por sí misma” (se derrumba por sí sola)    “sólo al nombrarla es que se erige”

pausa (rebobina)        a la modernidad le gusta hacerse esperar         (sabe que te la saboreas como esos dulces que tenían un cubierta de papel y pistaches en lo blanco)        mientras buscas en la fayuca un disco de pink floyd que todavía no llega (generosa) te pone en las manos un día que nunca se parezca a otro        el “no puede ser” que tendrá que convertirse en leyenda

una falla (toda la ciudad pendiente de una falla)         pero es “break” no “wrong” y la han traducido mal       “un quiebre” “un rompimiento” un tirón en el tendón de Aquiles de la ciudad
       fractura y desgarre (destripe de ladrillos y azulejos)     aprender a vivir en su cadáver (es necesario)        aprender a vivir con su cadáver (de su cadáver)         cables que llevan luz a ninguna parte     un datsun con hologramas chinos (encallado hace veinte años)     la Tránsito asentada en los baldíos de la memoria      te fuiste de cotorreo (y regresabas)       lo cuentas cada que te ponen este rosario en las manos    (dices) “el destino tiene esta cara”          la cara que puse cuando vi que donde hubo casa la ruina se mecía sobre sus garfios de gárgola
                 jueves (cascajo) ¿cuál forense?       “ya así a la delegación”

(te chingaron) princesa ¿o te chingaste?        tendrás que esperar otro par de decenios para ver caer la trabe que entonces solo flaqueó (se inclinó un poco) y se acodó en una rampa
        suponer las ruinas (entrar bajo sus columnas trituradas que les dan estatura de santas) aquilatar los residuos de colores carteles historietas       luego aventarse como siempre a la posibilidad de lo posible        llegará un día en que no tengas que esperar dos años para ver las películas       una semana (¿un jueves?) quizá un año llegue y diga “vine a resarcirme”
         mientras tanto (el miedo) no se va (se niega) se asoma a cada rato y musita “ahorita regreso”       (nunca más) confiarás en su corazón de cisterna vacía     (a veces) te detendrás con el pulso en desbandada        hasta asegurarte que es sólo un torton (el que pasa)
                            mientras tanto ¿por qué la falta de fe en el futuro?



* “Trepidaciones” aparece en Tránsito (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2011), que obtuvo el Premio Hispanoamericano de Poesía para Obra Publicada Carlos Pellicer 2012.

 






Grissel Gómez Estrada
(Ciudad de México, 1970)


43

Ruinas que crecieron sobre voces inhumadas
Apenas murmullos entre esta luna nueva
México es el sueño de un psicópata herido
Maraña enloquecida de sangre y lodo




Burbujas

Quizás hayan desaparecido:
se volvieron burbujas y estallaron.
No pudimos ni comer a gusto,
pero algún día encontraremos
aquel espacio oscuro e infinito,
madera de ojillos escondidos,
donde se va la gente perdida.
Sólo sabemos del tiempo,
mármol de despedidas
muro de lamentaciones,
adiós, adiós:
cuánta gente inocente hay en el mundo,
burbujas que llenan las planas
de periódicos color rata.





Leticia Luna
(Ciudad de México, 1965)


Declaración de otoño

Después del informe oficial acerca de cómo murieron
los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, se escribió
este poema. La versión del gobierno no fue aceptada por los padres.

 A los estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa.


Nos balacearon, nos golpearon
quemaron nuestros cuerpos
nuestras cenizas las tiraron al río San Juan

El padre Solalinde tenía razón
confirman las mentiras de la tv por la mañana
43 días después
43 jóvenes desaparecidos por el gobierno

Me vestiré de negro 43 meses
43 años   43 siglos
¿Alguien ha visto a mi hijo?
¿Alguien vio el cadáver de mi hermano?

Toda la noche llevamos en vela esperándolos
Cada día hacemos oración
tocamos a las puertas de las oficinas del gobierno corrupto
que entregó a nuestros hijos al narco para asesinarlos
pero no: ¡Deben estar vivos!
“¡Vivos se los llevaron vivos los queremos!” grita el pueblo

¡No tengo fuerza para que quepa en mí tanto llanto!
Tanta sangre calcinada por el vapor del fuego
El río San Juan fue asesinado 43 veces
43 gritos    43 voces en sus fauces
Clamores de la piel entre los cuerpos amagados

¡Malditos!

Nos tiraron al basurero como las ratas que son
nos desollaron
nos arrancaron la vida en la hez de la basura
Ni con las lágrimas de mil ríos
borrarán nuestra huella
nuestra lucha de sueños visionarios

Porque de entre los caídos nos alzaremos
como un solo corazón entre los niños
jóvenes, mujeres y hombres de este país
y danzaremos sobre las cenizas de los muertos
                          con nuestro canto de esperanza

                                                                                           7 de noviembre, de 2014.






Luis Ernesto González
(Ciudad de México, 1966)


Instante colateral

Llegó tu turno, llegará el mío, y quiero
desde esta noche elegir mi estrella.
No podré verla.
Amordazado con el nudo de mis dientes,
enceguecido a golpes que matarán mis ojos,
me sentiré acunado en la mortaja de una cinta adhesiva,
materiales sencillos de una guerra
que alguien declaró un día
delante del espejo para verse muy alto
en la feria del loco.
Me tragarán las flamas de un soplete
y no hallará mi miedo
ni el grito antiguo de otros partos de luz.
Pero taladrará la noche
la estrella que he elegido.
Perforará mi frente y,
derramada
la biblioteca de todo lo que soy,
alguien —que ni siquiera ocultará evidencias
para garantizar la perfección del crimen—
tropezará tal vez con un hilo de luz,
como aquel que llegaba en las mañanas
al jardincito de mi infancia,
alargándose, carretera de polvo
dorado, dorador de las ramas
del árbol hule y la cama del musgo.
De esa masa encefálica surgirá un luminoso
amanecer entre las vibrantes inflorescencias de los ficus.
Estrella, la he elegido esta noche. Que sea
su albo proyectil lo que rompa mi cráneo.
Porque será la Gracia, no el tiro de gracia.
Seré yo luz también.
Seremos. Ascenderé entre las ramas de mis árboles,
y los pájaros
deleitarán sus plumas con resplandores súbitos.
Te reconoceré.
No habrá dolor ni miedo.
Y tu Padre bautizará la lluvia con tus restos.





José Manuel Recillas
(Ciudad de México, 1964)

Mi nombre es “fosa”

México terrorífico y fulgurante,
que trabajar pareces con torvo empeño
en agregar un Círculo a los del Dante
(una mitad de crimen y otra de ensueño)
.

José Santos Chocano


Mi nombre es “fosa”,
            “espectro”,
                     “derramada sangre que nos condena”,
“tiempo atroz de los cadáveres que no perdonan”,
“amargo triunfo de la democracia”,
la ruina que nos nombra y abandona
en tiempo presente pluscuamperfecto.
¿A qué futuro se empeñó este tiempo de mudos sacrificios inhumanos,
de dioses sanguinarios y sin nombre?
Todos los cauces son un eco estigio
por donde ya no corren aguas vivas,
y a donde nadie quiere ya volver
la dolida mirada ante el desierto,
la tumba colectiva que es la nuestra,
                                          el sueño que ni Atila se atrevió a soñar.
        Qué nombre habremos de encontrar que no
señale nuestra culpa ensangrentada
sin dioses expiatorios del pasado
como si sólo hubiesen cuerpos yermos,
                                                    acusatorios restos desmembrados
sin templos ni pirámides vacías.
Tal vez en las amantes manos haya
alguna forma de llenarlo todo,
de darle nuevamente al corazón
un tono púrpura de mito y sol,
             sagrada noche y flor de amanecer,
una incipiente proliferación de fecundadas tierras infinitas,
¿y qué palabra iría por delante que no sea ofensa ni pobre materia
humana rezagada?
¡Oh, dolor de quienes nos quedamos sin estar
realmente entre nosotros,
como espectros que lo han perdido todo sin remedio!
¿Qué otoño pasa con su extenso manto de tardes impasibles casi heladas
dejando en los senderos la ocredad de todo lo perenne y omitido
por la mirada ingenua y distraída que nada ve si mira y nada observa?
Apenas cae la noche
                                     y ya se ocultan las palabras,
                                                              cual ascuas temerosas
de un lecho consumido y sin herencia,
                                          eterna sed sin compartir de dos
que quieren uno ser,
y así abrazar otro delirio que se llame noche,
alquimia de los senos y los labios
                                        y un despertar que sólo lengua sea,
mutilado instrumento para amar
                                                     lentamente
                                                                          a ese azogue reflejándonos
como cera en la noche
                                     enmudecida por los siglos de cuerpos entregados
y voluntariamente consumidos por casi un renacer que inmoviliza,
eterna sierpe entrelazada y muda que todo por decir le aguarda
como la abandonada casa familiar anidada en la lengua,
      apenas canto,
                     apenas lecho
                     y lento atardecer de tantas voces reunidas
                     en una sola noche que es tantas noches y es ninguna,
amanecer de un pozo eterno,
de incendiadas palabras como muslos,
la deslumbrante flor de las auroras
que hacen posible el beso y la palabra,
el ir y navegar de la memoria
como baja marea sublunar que todo dice sin bajar la voz
y a todo nombre da,
      y se hace escuchar
como una oculta luna en alto otoño,
como el leve temblor que siempre es sombra apenas de lo que amado o abatido
será por contingentes circunstancias.
Y aunque algo entre las manos tal vez quede
como arcilla sin nombre y sin destino,
como un soplo el primer día en que el mundo
de sí mismo se enteró como un canto,
como un lento temblor de ese abandono
que al final nos aguarda sin retorno,
acaso alguien pregunte, sin honor,
                                                             sino habrá quien cave la última fosa,
                                                 si acaso un nombre habrá que nos redima,
                                                 si acaso un nombre habrá que nos redima.





Ricardo Yáñez
(Guadalajara, Jalisco, 1948)



Perros de qué corral me están ladrando.
Oigo a lo lejos perros que me ladran,
que a mí me ladran
en esta noche de llovizna lenta y vidrios derrotados.
Sombras a dentelladas, vahos
de diverso calibre, alcance,
se lanzan sobre mí como un oleaje de puro ruido y aire.
Han lo suyo de fiesta, pero de rabia más.
Han lo suyo de aullido, pero de rabia más.
Han lo suyo de espanto, pero de rabia más.
Perros de qué corral me están ladrando,
me acogotan, me aturden el poema
hasta volverlo solamente rabia






Roxana Elvridge-Thomas
(Ciudad de México, 1964)

 


¿Quién mira silencioso
           desde la orilla
de los acontecimientos?
¿Quién señala
           entre la bruma
las astillas que se incrustan
en pupilas
           y revientan
la coherencia de vivir?

Algo surgió desde la noche
algo nos envuelve desde dentro
algo nos arranca la piel
como bestias
           la arrancaron a aquel niño
dejándolo sin rostro y a la vez
siendo el rostro que denuncia
la barbarie de esa noche.
¿Dónde están sus compañeros?
¿Hacia dónde nos arrojan
           esos ojos que te arrancaron?

Negros rostros inquietantes
oscuras venas
de aquellos que salvajemente
cazaron como a ciervos,
se llevaron a esos chicos,
a esos soñadores, luchadores,
ahora cautivos
                      del encierro
                      o de la tierra
víctimas de la fiereza.
¿Quiénes somos?
¿En qué hemos convertido
nuestra sangre, nuestro ser?