No. 76 / Febrero 2015


Homenaje a Luis Rius

Pilar Rius
Graciela Cándano
Eduardo Casar
Luis Ernesto González




Mi primo Luis
Cantos, juegos y poesía
Pilar Rius

En el patio del Palacio de los Duques de Riánsares, en Tarancón, donde nuestro abuelo José había establecido el colegio de la familia Ruis, yo jugaba con mis primos Luis y Elisa por las tardes, después de merendar. Eran los años 30, los de la 2ª República Española.

El abuelo había muerto y mi padre lo sustituyó durante algunos años al frente del colegio. Los niños del pueblo venían a aprender a leer, con ellos cantábamos las canciones de los labradores:

Ya se murió el burro
Que leveba la vinagre
Se lo llevó dios
De este mundo miserable
Que turururú…

Luisito, que era el más pequeño de los tres −Elisa le llevaba 4 años y yo dos−, tenía que avenirse a las preferencias de las dos niñas  de la familia; el diábolo, la comba, y con una pelota que lanzábamos a la pared.
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Muchos años después, en México, era yo la que jugaba con él a juegos de muchachos: las canicas y el futbol de corcholatas. Coleccionábamos cromos de futbolistas famosos del ‘Asturias’ y del ‘España’ y también de cuadros clásicos que venían en las cajas de cerillas y que nos jugábamos en “tapados” con sus amigos. Recuerdo a los Bujeda y Alberto Gironella, con quienes Luis conservó una entrañable amistad hasta su muerte.

En el año 36, la guerra civil aniquiló la infancia de todos los niños españoles; a nosotros nos llevaron a una aldea francesa donde nuestro tío juan y su familia tenían un internado de señoritas. Yo salí de España, con mi madre embarazada de 8 meses y mi muñeca de celuloide. Tenía 7 años.

A los niños nos ocultaban la tragedia que estábamos viviendo; por las noches, en el internado de Tourlaville, con mi padre al piano, cantábamos canciones populares y leíamos el reciente romancero de García Lorca:

La luna vino a la fragua
Con su polisón de nardos
El niño la mira mira…

No entendíamos algunos de los versos, pero sabíamos que esos poemas eran importantes para que siguiéramos siendo nosotros. Y, desde luego, estaban las canciones, sobre todo las canciones:

Molinero molineró
No vengas de noche a vermé
Que estoy sola en el molinó
Y murmurará la gente

Jugábamos en los áticos del internado y enredábamos con los gatos y los conejos; por increíble que pueda parecer, fuimos niños felices en el exilio de Normandía.

Para compensar el gasto que representaban las dos familias en el internado, mi madre y mi tía se ocupaban de la cocina; se hacía mantequilla casera y mermelada de ruibarbo, lo demás era bastante incomible, hasta que nuestras madres introdujeron la tortilla de patata y las croquetas en el menú.

A mediados del 37, ya en París, mientras en España las tropas de Franco ganaban terreno y la aviación alemana inauguraba la masacre de la población civil, en Guernika, los tres primos jugábamos en el bosque de Bolonia, visitábamos los museos y los zoológicos, y representábamos, con la tía María, escenas de la zapatera prodigiosa.

Ese año nos llevaron a la feria mundial. En el pabellón de España ondeaba la bandera de la  República, la de la España que se perdió, para mal de todos los españoles; la que recuperaremos algún día.

Había, también un surtidor de mercurio. A la entrada, en primer plano, el Guernica de Picasso, con la pintura aun fresca, sobrecogía de espanto.

En el Colegio de París, mis primos y yo aprendemos el francés, a sumar quebrados y los ríos y las montañas de Europa, leíamos a Moliere y recitábamos los versos de Racine y de Ronsard.
También nos enseñaron que:

La prise de la bastille marque la victoire de pueple et la fin de la toutepuissance du roi.

Años después, a los franceses se les olvido eso de la “victoire du peuple.”... Y dejaron solos al pueblo español.

…y perdimos la guerra y embarcamos hacia México, donde iniciamos otra etapa del destierro, “mientras las grandes potencias ganaban la guerra y expulsaban al general asesino.” Poco a poco se fueron muriendo las esperanzas de los exiliados; volveremos cuando ganen la guerra los aliados, volveremos cuando la ONU desconozca la dictadura,  volveremos cuando el mundo sepa de los crímenes del franquismo… volveremos… hasta que nos convencimos de que no íbamos a volver.

En la poesía de Luis está la reiterada expresión del dolor del destierro.

La noche sin estrellas.
El silencio sin lágrimas.
Enorme y silenciosa,
Por los parajes últimos de España,
Es la oscura sierpe del destierro
Que en la noche se arrastra.

Pero había algo más que dolor en ese dolor de ausencia; la convicción de que éramos exiliados porque nuestros padres fueron republicanos, y lo fueron porque creyeron en la igualdad y la justicia entre los hombres, y defendieron sus creencias contra el fanatismo, la intolerancia y la fuerza bruta. Nuestra familia participó en el proyecto monumental de la institución libre de enseñanza, en los años 30. De nuestros padres y nuestro abuelo heredamos la vocación docente y asumimos el destierro como una consecuencia de la vocación democrática que también heredamos.

A pocos meses de nuestra llegada a México, nuestros padres nos arreglaron unas clases de literatura española con el Sr. Calleja.

Mosa tan fermosa
Non vi en la frontera
Como una vaquera
De la finojosa

El Romancero del Cid y, ¡claro!, Platero. También teníamos clases de guitarra y canciones mexicanas, para cantarlas cuando volviésemos… si volvíamos. Con Luis a la guitarra y Elisa, aprendí el ‘Chacha domingo voy’

Chacha el domingo voy
A que me des el sí
Chacha no digas no
Porque muero por ti

En el año 40 nos inscribieron en la Academia Hispano Mexicana, fundada con el auspicio de mexicanos generosos (Cosío Villegas, Silva Herzog, Sanz, Obregón Santacilia, Villaseñor, Pedrero, seguramente muchos otros que no recuerdo) y algunos fondos de la República.

En la Academia se aprendía dentro y fuera de las aulas, con métodos de la institución libre de enseñanza.

En la parte mexicana, el Sr. Arnaiz y el profesor De la Maza representaban corrientes culturales de vanguardia en el país; también Don Raúl Cordero Amador que nos enseñó de los contemporáneos, de Juan Rulfo y de Sor Juana.

En la Academia aprendimos −y Luis no lo olvidó nunca en su intensa carrera académica−, el significado de la enseñanza en la libertad.

Los profesores de la Academia procedían de universidades y de centros de educación superior de la España republicana en la que se había impulsado de manera importante la investigación en ciencias y humanidades. Aunque habían perdido casi todo, aquellos profesores conservaban la voz, la dignidad y la excelencia académica que sustentó, por muchos años, una docencia con calidad difícil de igualar.

En el claustro de la Academia se aprendía a valorar el decoro y la decencia; la integridad y esa dignidad, reservada en el Sr. Landa, solemne en el Sr. Vinós: "es menester que en la enseñanza, cada paso sea una meta sin dejar de ser un paso"; y la picaresca en Don Martín Navarro: "yo de los Rius me Riu". En la academia nos enseñaron, además de la temática de los cursos, que lo blanco era blanco, lo negro, negro y la vileza y el oportunismo eran eso, vileza y oportunismo, no diplomacia y concertación.

En Luis Rius fueron una constante esos valores de libertad, integridad y justicia, a los que se unía una belleza interior y una delicadeza espiritual que afloran en su obra poética y que se revelan en la vida diaria, a lo largo de toda su existencia.

Qué romper de capullos, qué florido
Sucederse, minuto tras minuto
El tiempo entre mis manos…y el olvido.
¿Qué haré con tantas flores este día?

Mi tiempo llega y pasa, sin dejarme
Organizar la luz que es toda mía.

En los primeros años de la Academia, todavía niños, compartí con Luis una primicia poética: una obra de teatro de capa y espada, en unas cuartillas arrancadas de un cuaderno rayado que se perdieron, pero cuyas estrofas finales recordamos juntos, poco antes de su muerte.

¿Qué te pasa doña blanca
Que tienes cara amarilla?
Que Ciriaco y Filemón
Sean tirao por el balcón
Y se han hecho una tortilla

De mi larga carrera académica, en la que he recibido algunos reconocimientos, el honor que más atesoro, por mucho, es haber sido coautora poética de mi primo Luis.

De esa época son sus primeros poemas que yo aclamaba con entusiasmo.

“álamo, álamo blanco, álamo verde”

No me atrevo a asegurar que esa fue su primera poesía, al menos fue la primera que me leyó completa: tenía 11 años. Yo ya no seguí con la poesía, a su hermana y a mí nos mandaron a estudiar para boticarias, pero él si pudo afirmar su vocación, después de algunos intentos fallidos de complacer a su padre,  con la inscripción a la carrera de derecho o de medicina o a ambas, no me acuerdo bien. Creo que mi tío entendió el pesar que representaba para su hijo ese necesario desacato a las esperanzas paternas, y esa obstinada construcción de un estilo  de ser al que fue fiel hasta su muerte, y cedió.

Luis era un adolescente tímido, en los bailes su padre lo presionaba en vano para que bailase con las niñas, Luis tenía el arte en el alma y una profunda sensibilidad para cualquiera de sus manifestaciones, pero era un mal bailarín; nunca logró que sus pies siguieran el ritmo de la música; era descoordinado hasta para caminar: “mira, Luis es así”, yo intentaba, sin éxito, enseñarle los pasos del vals: un dos tres, un dos tres, un dos tres…

Años después se enamoró del baile en Pilar Rioja, la musa de sus poemas y el amor de su vida, según propia y reiterada declaración.

Entonces, describió con exquisita maestría todas las vertientes del arte de la danza; esbozó a Pilar en el agua, la soñó en el aire y la transfiguró en la tierra.

Podría bailar
En un tablado de agua
Sin que su pie la turbase,
Sin que lastimara al agua.
No en el aire, que al fin es
Humano el ángel que baila.
No, en el aire no podría,
Pero sí en el agua

Luis fue un enamorado muy precoz. Por supuesto, las elegidas eran mucho mayores que él y sus primeros sueños de amor estuvieron destinados al fracaso.

Después ya fue otra cosa, Luis era un seductor nato y gentil con las damas; todas las que lo conocimos lo adoramos en alguna de esas facetas que tiene el amor y que él describió con talento y sensibilidad en sus poemas.

Luz y asombro en la sombra.
La sed desparramada
Por la piel sigilosa. Delicado
Sentir. Y la impaciencia. Y la batalla.
Al anochecer era; muerto el día.
Se enamoraban.

Las carreras nos separaron un poco, después, Guanajuato y sus primeras publicaciones, Ventana, Clavileño, Segrel, el Tintero de colores.

Empezaba a ser conocido y respetado; los poderosos lo adulaban, pero él desdeñaba su favor y seguía siendo el mismo de siempre.

En una ocasión el  Presidente de la República lo invitó a una cena muy exclusiva de intelectuales, Luis se excusó por teléfono y se ausentó de la ciudad.

En cambio, siempre compartió su prestigio con sus amigos; como por casualidad, sin darle importancia, aparecía cuando era menester echar una mano en lo que fuera. Su sutil perspicacia y su habilidad política que nuca quiso reconocer, brotaban en invariable solidaridad fraterna. Nunca una reserva, todo lo suyo era de todos, todo su talento estaba a la disposición irrestricta de quienes lo necesitasen.

Cuantas veces, en alguna de mis crisis… “no pasa na, prima, no pasa na”. Fraternal y solidario, casi siempre lograba disipar mi angustia del momento.

Justo es decir que también podía ser lapidario, cuando se lo proponía.

 

  • “¡ah!, ¿es a ésto a lo que tú llamas un soneto?” Y agitaba el papel: “para  escribir poesía, primero hay que aprender a hablar”.
  • Un día, sin que yo lo supiese, una secretaria lo hizo esperar en mi oficina.
  • “me hiciste hacer 3 minutos de antesala en tu oficina y eso no se hace. La siguiente me voy”.
  • Le hacía gracia el castellano norteño de Pilar: en una ocasión dijo, de unas personas que: “se habían hecho de palabras” y Luis observó: “…Pilar hablaste como los corridos…”
  • Una vez, su padre intentó convencerlo de que escribiese una columna semanal en un periódico, creo que de temas culturales:
  • “matizas la reseña con un poco de gracia y ya tienes el artículo”.
  • “papá, es que yo no tengo gracia…”


Yo creo que sí tenía un humor y una gracia de los que no era consciente, de cualquier manera, lo suyo no era hacer reír, sino llevar a la reflexión, inducir el pensamiento profundo y sintonizar con la sensibilidad de quienes lo leímos y escuchamos.

La familia se reunía los lunes, en casa de Manolo y Elisa y en la sobremesa se hablaba, ¿cómo no?, De Tarancón y de los buenos tiempos, del tío Repichoncho y la tía Sanfasona. Se cantaban canciones, algunas compuestas por su padre, otras de zarzuelas (cuántas veces aplaudidas en la gayola de Teatro Arbeu). Su favorita era La corte del Faraón y le gustaban las entradas del casto José.

“yo soy el casto, yo soy el casto, yo soy el casto, casto José”.

Era un experto en cante hondo del que impartía una cátedra, siempre llena a reventar. Aclaraba las letras del cante y explicaba, con ejemplos, la siguiriya, los tientos, los diversos fandangos:

Pena me da si te veo
Y si no te veo doble
Que no tengo más consuelo
Que cuando miento tu nombre

En diciembre del 82 nos hicieron a los dos unos análisis de tejidos sospechosos de cáncer. Me llamó por teléfono y celebró mi resultado negativo.

“Yo, en cambio, tengo un cáncer de pulmón, me dijo, y me alegro de ser yo y no tú, porque no quiero vivir en un mundo en el que tú no estés.” Lo decía de corazón. Así era él, generoso hasta en la inminencia de la muerte.

Yo sí he tenido que vivir en un mundo en el que él no está y creo que nunca se lo he perdonado.

Ya muy enfermo, fuimos al restaurante de Pedro Ávila, cantó, jaleó y acompañó con palmas las canciones de Pedro, como si nada, como si no se estuviese muriendo.

Fue la última vez que lo vi como cuando estaba sano, como cuando nos daban las madrugadas en su casa, como cuando leía poemas en Radio Universidad, como cuando presentaba esos maravillosos espectáculos con Pilar y Aurora Molina, −Teoría y juego del duende y, luego, Viaje alrededor de una mesa− como tantas y tantas veces en las que desbordábamos alegría.

Todavía vivió con Pilar unos días felices, los demás éramos espectadores de la naturalidad con la que aceptaba la muerte y atesoraba, a la vez, los pocos días que, mezquina, le concedía. Días de serenidad y sosiego en los momentos en los que el dolor le daba tregua.

(No pasa na, prima, no pasa na) y extendía sus manos, hermosas todavía pero ya muy demacradas, esas manos que daban expresión a su discurso, firmeza a sus argumentos y elegancia a su ademán…“¡no pasa na!”

¡Cómo no iba a pasar!, pasó todo, nos quedamos sin él y el mundo fue mas inhóspito, más desolador, más árido. Más frío.

Un mundo sin Luis.

Llegó aquí y ha muerto
Un día cualquiera,
En cualquier momento,
Antes o después,
Pero no a su tiempo.
Él iba a otro mundo.
Lo desvió el viento

 


Expresión popular de Tarancón.

 




10 de noviembre de 2014
LUIS RIUS, MAESTRO Y POETA
Graciela Cándano Fierro


Crece la tierra, crece…
Es más grande la tierra esta mañana
(Canciones de amor y  sombra)


Lograr que Luis Rius hable sobre su poesía es tarea imposible, porque el gozo de este poeta radica en recordar siempre a los poetas que ha conocido en su vida.

Hay, pues, que conformarse con que Luis se refiera a la poesía, aunque no sea la escrita por él, que es a quien, a fin de cuentas, tenemos presente. A Luis Rius –como a todo poeta- hay que tenerlo enfrente para conocerlo; afinando el oído para escuchar el relato de sus vivencias con artistas que sólo él conoció como lo hizo, ya fuera por escrito o por experiencia vivencial.

Y cuando Luis Rius se dispone a hablar de poesía, es ineludible –cuestión de principio- traer a la memoria (cuando la realidad nos lo niega) la imagen literaria del gran poeta leyendo, del lector encarnando la poesía, del médium que tras la mesa sostiene en la mano un libro pequeño o una voluminosa antología –según sea el caso- para conferir carta de presencia al autor de las páginas elegidas para la lectura. Con la otra mano marca el ritmo, señala la pausa, dibuja la cadencia. Entonces, la cara, el gesto de Luis muestran el rastro que dejó el verso, y sus ojos –encaramados segundos antes en lo alto- vuelven a fijarse en la palabra escrita y torna a pronunciarla, a defenderla.

- Yo no soy mal lector de poesía. Y lo único que me tiene contento en esta vida es precisamente eso, que soy una persona que, a su manera, -no quiero decir que sea la única- entiende de poesía.

No soy mal lector de poesía, por eso creo que leer bien poesía es entender poesía. Si no, vuelve a oír a Neruda, que aparentemente lee mal, porque es monótono, tedioso. Pues es mentira, es un gran lector. Óyelo otra vez. En esa monotonía que engaña tiene una pausa en un momento dado, un acento, que, claro, no lo ve más que el propio Neruda; él ha notado y subrayado dónde está toda la intensidad del verso.

Pregunto a Luis si es así como recita él sus poemas, marcando en el momento preciso toda la intensidad guardada en la pausa, o en el acento de esa palabra, cuyo sentido nos es misterioso.

- No sólo eso, también leo mis poemas con otra intención. A la manera de Lorca.

Recordarás que cuando Guillén le preguntaba: “¿Por qué te empeñas en recitar los poemas siempre, Federico?”, Lorca respondía: “Yo, para defenderlos”. La defensa de García Lorca consistía en dar la intención requerida a tal verbo, adjetivo o cadencia.

especiales-rius.jpgLuis hace una pausa para sugerir un paréntesis, quiere hablar “un poquillo” del adjetivo en la poesía (¡maestro al fin!):

- Acabo de recordar a Machado ahora que hablamos en defensa de la poesía. Creo que la buena cualificación es otra manera de proteger, de defender el verso. Cuando Machado dice que hay dos tipos de adjetivos: el definidor y el cualificador, recordarás, lo dice muy bien. El adjetivo cualificador es el que individualiza, que es la función de la poeta: individualizar la intención, la emoción. Y esa es la maravilla.

Cuando Calderón dice –sigue recordando a Machado- ‘la noche fría’, el adjetivo ‘fría’ vale para todas las noches, es una abstracción, cuestión de lógica, adjetivo definidor. Y ahí viene Machado a decir que es superfluo. Manuel, su hermano, que era uno de los grandes adjetivadores, nos dejó: ‘y de sus ojos el azul cobarde’. He aquí un ejemplo de adjetivo cualificador, el que individualiza, lo que da una idea de la visión propia de la realidad  de la que se hable.

Pienso, cada vez más, que el adjetivo es lo fundamental. Pero el adjetivo siempre ha sido relegado, incluso está la frase hecha de “eso es adjetivo”, que quiere decir “eso no es lo fundamental”, “eso es anecdótico”. Eso se oye.

Pido a Luis que recite algún verso suyo, donde adjetive, donde individualice:

…Y después de esta espera, de esta larga,
corta espera diaria, de este nuevo
más viejo despertar de cada día,
¿para qué habrá servido (¡qué alto!) el cielo?
(Canciones de amor y sombra).

-O cuando logro definir en parte a Pilar como “mujer de agua”.

Pero Luis rehúye el tema.

- Esta es la entrevista de Machado. Otro día te hago la de Ángel González.

Muchas veces nos acercó Luis Rius a otros poetas, nos mostró a Alberti, a un Quevedo, a Berceo: “¿Te acuerdas de que la eternidad de sus versos la han descubierto los poetas, no los eruditos?” –recuerda Luis- “Afortunado Gonzalo de Berceo. Ése ha sido el mejor premio a su dulce humildad”.

Muchas veces Luis ha manifestado que ama lo que recita; cuántas veces hemos amado lo que él ama recitando: una copla escuchada por allí, algún romance, en la memoria, un recuerdo de Pellicer.

Luis Rius siempre ha desbocado un amor particular en la lectura de sus preferidos, porque siente la poesía como cosa vivida, porque la transmite como posible vivencia para quien lo escucha.

Yo aquí. Yo ¿aquí? ¿Por qué?
Para otro como yo dejo esta página
(Canciones de amor y de sombra)

Luis, en su lectura, en su recitar constante, es un dilecto juglar –quizá nostalgia de aquella dignísima función medieval- que destaca lo excepcional de lo común, o lo común de lo individual, en la poesía que canta.  El recurso que utiliza es su entrega al verso que pronuncia. Ésa es su manera de hacer perceptible la relación entre lo oculto y lo manifiesto:

El hoy es siempre ayer
y el ayer es eterno
(Canciones de ausencia)

Nuestra función como oyentes de Luis –para completar el ciclo- es permanecer atentos, seguir el rasgo marcado por la mano, sin descuidar ni un momento lo que emerge de esa voz mesurada que paladea el verso. Las palabras en boca de Luis resuenan como cuchillos, como campanas, como aire:

Voló mi amor, voló
a la copa del árbol;
mi amor suave, ligero
como un pájaro.
Yo aquí abajo llamándolo.
Te llevaste mis ojos,
cuervo por mí criado.
Ahora me verán ciego
mis ojos desde lo alto.
(Canciones de amor y sombra)

Luis, poeta, es también maestro.  Ha asumido su función docente como poeta.  Recupera, como poeta que es, las vivencias del aula, las intercala en su pasado, las involucra a su presente:

Siempre olvido olvidar; recuerdo siempre
por esa horrible falta de memoria
(Canciones de amor y sombra)

Logro capturar algunas palabras de Luis Rius en la grabadora. El sitio fijado para la entrevista estaba saturado de voces y ruidos que, frente al tono bajo de la voz de Luis, ganaron la batalla durante la mayor parte de la grabación. Luis habla de su experiencia como maestro, no la pasada, sino la presente, la de la semana anterior.

Luis maestro se transforma en Luis aprendiz:

- A propósito de Machado, en la última clase una chiquita, que se sienta hasta atrás, en flor de loto –por eso me llamó la atención-, me respondió a la pregunta que yo hacía acerca de la importancia que podía tener el adjetivo definidor,  que no el cualificador.  Pues resulta que esta chiquita, que ahora se sienta adelante, una chiquilla de apenas 17 años, levanta el dedo y me dice: “Maestro, yo creo que tiene la importancia equivalente –desde el punto de vista expresivo (añade en son de complicidad el maestro Rius)- a la de la repetición o el estribillo”.

Eso fue maravilloso –concluye Luis la anécdota-. Si lo tomamos como receptores de poesía, “la noche fría” o “la nave cóncava” equivalen a la repetición, al paralelismo.

Resulta difícil continuar la ilación de la entrevista.  Muchas frases perdidas. Por fortuna, Luis sube el tono de su voz:

- Se hacen las cosas por amor. Entiendo por amor el deseo de entrega. Yo siempre estoy rodeado de la corte de los milagros, y le escribo un poema a uno, hago que otro cante, a otro que salga al escenario, al tablado…

Yo fui, no soy, y mi verdad es ésta,
mi presencia conmigo, la más mía:
ser tan sólo memoria y lejanía,
jugador ya sin carta y sin apuesta.

Si ahora digo que fui, que tuve puesta
la vida en ejercicio, que vivía,
muy bien me sé que igual melancolía
me daba entonces similar respuesta.

Entonces ya también había vivido
sin vivir ni esperar un venidero
instante, un presente no cumplido.

Siempre he sido pasado. Así me muero:
no recordando ser, sino haber sido,
sin tampoco haber sido antes primero.
(Canciones de amor y sombra)

Luis continúa, volviendo al presente:

- No hay amor sin admiración. Yo he dado todo mi apoyo a Pilar por amor:

Podría bailar
en un tablado de agua
sin que su pie la turbase,
sin que lastimara al agua.
No en el aire, que al fin es
humano el ángel que baila.
No, en el aire no podría,
pero sí en el agua.
(Canciones a Pilar Rioja)

¿Crees que las fantasías habría que llevarlas a la realidad?
- Todo amor es fantasía:

Por más que me lo repitas,
¿no voy a saberlo yo?
Corazón, calla y sosiega,
no te engañes, no;
siempre será la primera
la más hermosa ilusión:
aquella que no llegaba
y que sin llegar pasó.
(Canciones de vela)

- Yo sólo tengo una realidad carnal, la mujer de agua, y lo demás… nada.

Parece que al fin Luis va a dejar de hablar de sus poetas, se vislumbra que va a hablar de su propia poesía.

- Yo soy un hombre consciente. Yo sé quién soy.

No sé siquiera si lo que he vivido
ha muerto ya del todo o todavía
vive fuera de mí, sin mí, en la tarde,
o si no ha sido aún y será un día.
Tarde de invierno casi blanca,
¿soy yo a ti o eres  tú la que me miras?
(Canciones de amor y sombra)

- Volvemos a Machado–dice-, recuerda que hoy es la entrevista de Machado, quien mejor que nadie ha aconsejado la modestia, invitando a la duda poética. El poeta es poeta no por lo que afirma, ni por lo que niega, dice Machado, sino por lo que duda. Tenía razón Machado. La duda poética es maravillosa. Ahí está Manrique, su “Qué se fizo…”. El poeta es un filósofo también; es el que pregunta. Desde que uno nace, desde que uno es, está el ¿por qué? Esa es la vida.
El que hace arte debe crear una interrogación, y no decir “esto es verdad”, “esto es mentira”. Hay una zona en el inconsciente que nos lleva a preguntarnos siempre…

…y nunca olvida nada el inconsciente,
dicen que dijo Freud, digo que dicen.
(Canciones de amor y sombra)

El único que no está en la interrogación total es Dios, Jehova, Zeus

Antes del hombre sólo mar había:
todo era cielo y agua.
Los huesos descarnados,
la carne desangrada,
los ojos y las uñas de los muertos
van haciendo la tierra.
(Canciones de amor y sombra)

Luis Rius, entendedor de poesía, disipa los enigmas en el verso. El papel que se ha impuesto a sí mismo consiste en descifrar y conferir espacio al autor que recuerda, que repite, que parafrasea. A veces sentimos que el tiempo no separa a Machado de otro gran poeta, su lector permanente, Luis Rius, quien logra unir el ayer y el hoy en el constante recuerdo…, y en la memoria permanece ese futuro que “sin llegar pasó”.

(Dicen que dijo Luis, digo que dicen) 

 






Luis Rius: Verso y prosa
Eduardo Casar

Me da mucho gusto haber convivido con mis contemporáneos. Mi zócalo es la Facultad, centro de intercambio de experiencias, conocimientos y afectividades. La Facultad aparece en mi ADN, del cual traigo una copia audiovisual para el que quiera verle los pasillos, las miradas y las conversaciones.

Aquí conocí a Ariel Contreras, Armando Pereira, Carlos Muciño, Graciela Cándano, Moisés Chávez, Rosío Obregón, Paloma Villegas, Nelson Oxman, y tomé clases con mis mejores maestros: Jaime Labastida, Héctor Valdés, Denis Rosenfield, Raúl Ávila, Francoise Perus, Laura Trejo. Y luego fui conociendo a Gonzalo Celorio y a otros muchos colegas que ya no están o que afortunadamente todavía.

especiales-rius-pilar-rioja.jpgTodos esos personajes, amigos, afinidades, sombras, delimitados por los muros que se expanden o metamorfosean, viven dentro de mí de manera constante y sonante, como una zona media y permanente dentro de los otros reinos y círculos del invierno.

Y uno de sus más relevantes habitantes es Luis Rius, figura siempre bella y amable, de la época dorada del cigarro, envuelto en humo y cortesía. Era el profesor titular de medieval y fue a clase unas cuantas veces, que yo recuerde.

Daba gusto tomar su clase porque leía poemas extraordinariamente bien. Y eso es vital para la literatura. ¿Cómo es posible contagiar entusiasmo por la riqueza verbal si los ejemplos anzuelo que leemos en clase los estropeamos con estática y tropiezos, con sonsonete de primaria, con bisbiseos susurrantes e ininteligibles? Después de algunas partituras preciosas pero mal ejecutadas los estudiantes tienen razón cuando comentan: -Qué mono tono, qué mono tono.

Y es que la lectura de poemas suele moverse entre la lectura actuada de los actores (puedo escribir los versos más tristes esta noche…) y la lectura casual de los locutores (puedo escribir los versos más tristes esta noche…)

Luis leía extraordinariamente bien porque no declamaba ni tenía prisa: no ponía el énfasis por afuera de las palabras, como una mascarada, un reflector o un peinado de novia, sino que, con calma y dicción exacta, recuperaba con la voz la oscilación y las leves mareas ya inscritas en las corrientes subterráneas de los propios versos. Él era la mucha cortesía y la seducción y esas cualidades las extendía a la lectura en voz alta. Hay un disco editado por “Voz viva de México”, con una magnífica presentación de Arturo Souto, donde ustedes pueden escuchar la vitalidad respetuosa e inteligente de su lectura.

(OIGÁMOSLO…)

Luis sabía que el aula es, además de un punto de encuentro intelectual, un espacio escénico atravesado por la afectividad y que, tratándose de literatura, su enseñanza debe apelar a integrar las zonas emotivas y sensibles con las intelectuales (como hace el texto literario con la calculada modulación de sus combinaciones).

Hace algunos meses leí en el suplemento Laberinto, un texto de Roberto Priego donde contaba una anécdota de Rius…si no está él aquí voy a contárselas yo…

…Pues ahí tienen que entra al salón, con la clase ya comenzada, una alumna bellísima, espectacular, con vestido vaporoso y negro…ya que ella se sienta, Rius dice:

-Señorita: ¿puede hacer el favor de salir de la clase…

(paréntesis de estupor, silencio, expectativa) …y volver a entrar?

Rius no nos dio muchas clases, para tristeza de las alumnas, pero Laura Trejo, su ayudante, nos dio un curso magnífico, para beneplácito de los alumnos.

Yo traté a Luis ya extramuros, tiempo después, en casa de Graciela Cándano, entre alcohol, cigarros, poesía y música. Mi conversación decisiva con él ocurrió en la calle, como a la una de la mañana, en el tiempo antes de los Oxxo, buscando una botella de whiskey que se había extraviado y que clamaba “Aaay: mis hiiiijos”, y nuestros pasos en esa calle resonaban en otra calle donde Luis Rius, en persona, me dio uno de los más fuertes y razonados votos de confianza para los poemas que yo escribía por entonces. Gracias, Luis, sigo diciéndole todavía.

Durante mucho tiempo me dolió que sus poemas no pudieran encontrarse en librerías. Y que la arena del tiempo fuera lijando, por esa ausencia, la presencia de un profesor que fue muchas cosas profundas en la memoria de los habitantes de esta ínsula.

Cuando encontré Verso y prosa, que publicó el Fondo de Cultura Económica, me dio mucho gusto y sentí que había llegado la justicia. Se trata de una magnífica antología y cómo no iba serlo sí la confeccionó la devotísima amistad  ejemplar de Arturo Souto.

Qué bueno que se incluyeron los textos en prosa: además de dar una clara idea de algunas de las fuentes nutricias de la obra poética de Luis Rius (el cancionero tradicional, León Felipe, etc.), aparece un texto de destacada importancia: “La poesía”, fechado en 1972, uno de los más claros y contundentes textos que puedan encontrarse sobre la naturaleza del enfoque poético del lenguaje; un texto de oro por cuya calidad y economía se demuestra que Luis Rius, además de gran poeta y dueño de la escena docente, era un pensador que podía, con inmenso poder de síntesis, hallar las vetas esenciales de una problemática en la que muchos se confunden y naufragan.

Por ejemplo: para ver el doble valor, significativo y expresivo, que comporta la palabra en poesía, dice que la palabra agua pronunciada por un profesor de química es sólo significativa, “es un signo clarísimo que nos permite ver a través de él la realidad a la cual nombra” (oigan la precisión de Rius)… su significado puede ser sustituido incluso por una fórmula: H2O, y añade: “Pero, en cambio, cuánta expresividad, cuánta  pasión, cuántos varios y aun contradictorios afectos puede llegar a tener esa palabra si la imaginamos, pongamos por caso, dicha por un hombre perdido en un desierto; en ella estará contenida la expresión de todo su miedo al dolor de la muerte que ya lo va consumiendo, toda su última esperanza, etcétera” (p.366).

Luis Rius fue muy sabio, y todavía lo sigue siendo. Con el arma de la poesía, con su complejísima urdimbre, descubrió matices de la complejísima urdimbre del amor, matices que pueden expandir nuestra educación sentimental si nos detenemos a leerlos muy detenidamente. Por ahí dice que: “Como en el amor, en la comunicación poética hay siempre un trasfondo angustioso motivado por la temporalidad puesta al descubierto, la cual para tejer su trama ha de irla simultáneamente destejiendo” (p. 376).

En esta antología puede apreciarse, además, la variedad temática de la poesía de Rius, ese poeta que, embrujado por el amor, también abarcó los azotes y las tormentas de lo social y de lo solitario:

(LEER “A veces se piensa en el mar”, p. 119).

A mí, en lo personal, me asombra el oído de Luis, en donde el ritmo nunca falla (sus poemas podrían leerse en un libro de agua, no de aire, pero sí de agua) y me maravilla su énfasis sutil. Particularmente cuando roza las orillas de lo erótico, hasta extremos textiles y casi microscópicos donde encuentro el mejor sentido de la palabra “lúbrico”. Leo mi poema favorito:

Novia mía, ojos morenos,
blancas manos, voz umbría,
lánguido andar silencioso…
No, yo no te conocía:
tus besos sólo, entreabiertos,
deslizando su miel tibia,
y el temblor de tu cintura
bajo la blusa cautiva.
Tu piel más enamorada,
tu piel más tuya y más mía,
sólo tus ropas rozaban,
sólo el agua la lamía,
y el espejo solitario
de tu alcoba la veía.
A tu soledad le dabas
tu falda ya desceñida,
tus redondos pechos libres
de su leve prisión tímida,
las medias que por tus piernas
entreabiertas se abatían
y la breve sed ansiosa
que entre tus ingles se hendía.
A mí, tu larga mirada
de virgen dulce y esquiva.

Para mí la Facultad siempre está habitada por Luis Rius. Ahora otros podrán verlo también, con su andar elegante y su cigarrillo entre los labios. Si no lo leen sólo verán el humo.
Dice en un poema:

Yo fui, no soy, y mi verdad es ésta,
mi presencia conmigo, la más mía:
ser tan sólo memoria y lejanía,
jugador ya sin carta y sin apuesta.

En Verso y prosa están nuevamente las cartas sobre la mesa. Les toca sus lectores hacer la apuesta, para que Luis reviva y nosotros vivamos más intensamente.

 





Soledad alta, patria compartida
Por Luis Ernesto González
Actual todavía el clásico [fray Luis],
clásico ya el actual [Luis Rius]
Ángel González1

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No lo conocí personalmente. Murió cuando yo apenas estaba eligiendo una carrera, loco de angustia y felicidad por el futuro que desde el CCH vislumbraba incierto. Sí, en cambio, sentí su enorme influencia en el momento en que decidí que no haría mi licenciatura en Letras, en C.U., sino en Periodismo, en Acatlán. Tras enterarme de su muerte, recorrer tantos kilómetros desde el municipio de Naucalpan hasta Ciudad Universitaria me parecía tarea titánica y desalentadora. Y no fue sino hasta que cursé la maestría cuando llegué felizmente a las Letras Españolas, a perseguir la ausencia del maestro en su campus y su infinita presencia en su poesía.

Graciela Cándano, a no dudarlo, me invitó a este homenaje, pues, por otras causas menos directas. Muchos de ustedes sí lo conocieron y tendrán más que decir que yo sobre su persona y su hechizo constante. Otros, los más jóvenes, tal vez aún no se han acercado a su poesía, tal vez no saben que les espera una obra mayor y tal vez esté entre nosotros quien un día organizará el homenaje por los cien años del nacimiento de nuestro querido poeta, en 2030.
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Será desde el centro de mi pasión literaria y vital desde donde les hable yo esta tarde. Soy parte de esa primera generación de sus lectores que jamás tuvo el gusto de estrechar su mano. Cuando lo veía por televisión, a los 15 años, en el programa Viaje alrededor de una mesa2, entendía sin entender que este hombre hacía casi visibles los sonidos y que en esos sonidos estaba oculto un gran secreto: una vida que valía la pena de ser vivida. Pero fue sólo hasta que leí el poema llamado “Soledad alta como un pino”3 cuando su mano de maestro, amigo y, sí, hermano, estrechó la mía y me llevó, también a mí, a mi país verdadero. Pero vamos por partes.

“La belleza es el esplendor de la verdad”, decía Platón (El banquete). Y Keats, en su “Oda a una urna griega”:

Cuando a nuestra generación destruya el tiempo
tú permanecerás, entre penas distintas
de las nuestras, amiga de los hombres, diciendo:
“La belleza es verdad y la verdad belleza”…
Nada más se sabe en esta tierra y no más hace falta.

Luis Rius, sabiéndose devorado por el transcurrir de la vida, no con la razón sino con intuición poética nombró un “absurdo gramatical” donde llevar su corazón a descansar o a consolarse de la angustia. Ese “absurdo” es un tiempo verbal que él quiso llamar “pretérito presente” (La poesía, 1972)4 . Ahí, en ese ayer actualizado siempre, halló su patria: ese lugar donde, a través del misterio de lo poético, lo temporal se eterniza. Y ese lugar (que es, claro, el mundo de la literatura, pero no de toda la literatura) se hace al tiempo de deshacerse, pero queda.

Si don Quijote clamaba: “Yo sé quién soy”, Rius, por su parte, no lo sabía: “Con lo que no soy yo voy siempre a dar”5. Y es que él fue, es, un poeta de lo verdadero, de lo bello, de lo esencial, de lo hondo, de lo incierto (y nunca, por humildad, se confesaría creador de belleza y verdad, aunque sin ellas la amargura lo vencería6); fiel y enamorado de ese instante psíquico que es como un “súbito afloramiento de un río que viniera hasta entonces corriendo subterráneo”7. Nunca escribió poesía de ocasión o por compromiso. “Poeta esencial”, lo llamó su gran amigo Arturo Souto. En propia palabra de Rius, “lo espeluznaba” la grandilocuencia, tanto en la hechura del poema como en su transmisión oral8. El artificio debía dejar el lugar a la verdad poética.

Pero, para ser capaz de escribir poemas honestos, verdades “lacerantemente humanas”9, hay que alejarse. No ir a la torre de marfil (¿qué es y dónde está la famosa torre ésa?) sino a las catacumbas del ser interior. Esos espacios que tan poco visitamos, cuya existencia en nosotros incluso desconocemos. Rius practicaba (“aun en contra suya” a veces, señala Souto)10 largos ascetismos. El oído pendiente de la vida interior. Honestidad, humildad, acompañados de un talento inmenso y de un carisma que sin duda queda corroborado por lo expuesto en las diversas presentaciones que conforman este homenaje por los 30 años de su ausencia.

Quizá a más de uno le brinquen con molestia las palabras aquí anotadas hace unas líneas, “verdadero” y “bello” (incluso “vida interior”), pues en los días de Rius y en los nuestros éstas han sido perseguidas por la amarga gana de destruir la salida del laberinto llamado Sinsentido. Somos hijos de nuestro tiempo y nuestro tiempo, está de más decirlo, valora en poco o nada la vida. A finales de los años 30 del siglo pasado, Denis de Rougemont escribió, en El amor y Occidente, que a la época la caracterizaba la gana de explicar a Nietzsche por la sífilis y a Dostoyevski por la epilepsia. No ha cambiado tanto la cosa. Y no nos metamos en berenjenales para describir la postmodernidad y lo que le siguió o seguirá, pero sí tratemos de conceder que una característica del siglo XX y, reconcentrada, de lo que va del XXI, es la falta de sentido de la vida.

Ahí donde hay belleza, hay una bien nutrida sospecha de fraude; ahí donde hay verdad, se habla de mesianismo trasnochado. Destruir es lo de hoy y el mundo sólo confía en los desconfiados. Estamos decepcionados de todo, incluso de estar vivos. Sólo es bueno el poema, decimos (dicen, pues) que no se toma en serio, que con inteligencia se devora a sí mismo. Y, parodiando los “Prologuillos” de León Felipe, podríamos agregar que “si algo queda todavía, eso será el postrecito”… tarea inexorable de los poetas-caníbales que lo leerán con furia. Rius se puso a salvo de esos escarceos, del escamoteo de virtudes, tan eternamente de moda en el mundillo literario. Evitaba la vida palaciega de la cortesanía del gremio11. Su trabajo era silencioso, melodía asordinada cuyo pentagrama sólo admitía elegancia, eufonía. Su respeto a la literatura lo convertía en un caballero de ésta12.

Si el mundo exterior le había quitado la patria, si su hospitalario nuevo hogar, México, le ponía delante el espejo del hombre escindido, “fronterizo”, Rius tenía dos tareas: buscar su ser social y buscar su ser personal. En grupo forjó su primera identidad. Uno se asombra de un hombre que se siente extranjero “de todas sus horas, / de su mismo cuerpo”13 y es, al mismo tiempo, el alma de la fiesta, el más atractivo para las mujeres, el animador cultural de revistas y tertulias, el bienamado por todos. Más extranjero es uno en su propio país de origen, cuando éste se desangra violentamente, como hoy México. Pero a tal asombro, súbito aunque hondamente doloroso, se antepone el de más peso, el sanador a final de cuentas: la extranjería física se resuelve, la existencial, a veces ni se percibe… pero peor para el que no la perciba. Porque es una angustia que se debe enfrentar. Y suele hacerse a través de la religión o de la poesía (esto lo sugiere Rius en el opúsculo ya citado). Hasta donde sabemos, Luis no heredó la fe de su madre, Manolita, así que volcó su necesidad de trascendencia en la poesía… y paradójicamente guardó sus poemas sólo para unos cuantos… Lanzó, eso sí, y perdón por el cliché, su botella al mar. Porque a veces, aunque se sea de un pueblo tierra adentro, a veces se piensa en el mar. Cuando escribió la presentación de su primer libro, Canciones de vela14, confesó que ponía sus versos en manos del lector con desánimo y aliento a la vez. Eso lo pinta, de una sola pincelada, de cuerpo entero.

especiales-cuestion-de-amor.jpgLuis Rius creía en el trabajo pero también en alguna forma de la inspiración (otro concepto perseguido, pues se entiende como un momento de revelación divina… y los inspirados son una especie más que hay que extinguir cuanto antes). A decir de algunos (se lo oí a Germán Dehesa en un homenaje que llamó “El duende herido”15), al escribir, Rius se convertía en ángel, como se aduenda la danza en el gran momento de del cuerpo de la bailarina. Ese mundo de belleza y verdad, mundo tan frágil, tan arcaico para unos, tan introvertido para otros, fue la sustancia esencial del poeta. No estuvo de moda ni lo estará. Venció al tiempo. Hoy es poco leído, pero será poco leído durante siglos, si se me permite decirlo así, en lugar de ser muy leído hoy, bestseller deleznable que agota el combustible enseguida y nadie lo recuerda en algunos años. Él, que nunca creyó demasiado en su obra16, sólo en ella ponía la esperanza, pues esa otra vertiente de la vida: el erotismo, el amor, era tan fugaz y dolorosa que nada más a través del tratamiento literario le sería soportable.

Ahí vivía Luis Rius, el niño de la guerra, el joven que desesperaba pensando que debía vivir otra vida, no ésa. Su “conocimiento enamorado por la literatura”, como lo describió alguna vez Ricardo Garibay17, al exacerbarlo resolvió la dualidad de su exilio: “No aspiramos ya a ser algo tan estimado por los antiguos como lo era el hombre de una sola pieza”, escribía en 1965. Y agregaba: “Somos seres fronterizos […] Los seres fronterizos tienen que derruir los altos muros de la frontera donde habitan para utilizar las piedras en la construcción de sus casas”18. Frontera… Puente, más bien.

Luis Rius a diferencia de su amado Quijote, no perdió el seso con los libros: creó el puente entre su realidad perdida y su realidad interior19. Todo se trastoca y cae del lado de la luz (de la luz y de la bondad, opina también Souto). Hay en él una humildad que el lector, el amigo, el alumno intuyen o saben con incierta certeza y le quita el hambre antropofágica, esa necesidad de rechazar de entrada el credo tan poco contemporáneo de la revelación: Rius pronuncia las palabras verdad y belleza y, en lugar de sospechas, surge una confianza a prueba de malintencionados. Se vuelve manso a los ojos del Otro, porque se sabe que este hombre no compite ni por la fama ni por la lana, ni aspira al poder.

Pero brinca una duda: Con ese credo, ¿halló, pues, la salida del laberinto del sinsentido? Se dice que era un hombre esencialmente triste, agobiado por la extranjería existencial, por la fugacidad del tiempo… ¿cómo podía encontrar la salida del laberinto del sinsentido? Paradojas: sí la encontró, pero no; o sí pero a costa de una entrega total a esa angustia de saber que la vida es breve, se acaba, da dolor, soledad y, en su caso, sintiendo que acaso vivía una vida que no le tocaba.

[…] Extranjero
fue de sus palabras
y de sus silencios,
de todas sus horas,
de su mismo cuerpo.
Él iba a otro mundo.20

Rius hubiera tenido razones sobradas para dejarse caer en el vacío existencial o para ir en pos de los premios con que la Cultura palia la angustia de las preguntas fundamentales, esas preguntas que hoy están básicamente en manos de la ciencia, relegadas por el arte y la filosofía y casi estigmatizadas como grandilocuentes o desmedidas: quién soy, para qué existo, a dónde voy.

Buscando su identidad, ya lo vimos, Luis y su generación discutieron años y años. Ya sabían que no volverían en mucho tiempo o nunca a su España infantil. Su texto de 1965, “Sobre mi generación desterrada” es muy hondo y rico al respecto. En él cuenta la evolución de un sentimiento colectivo de sentirse incompletos, a la bifurcación de conclusiones y modos de resolver el problema. Leamos otro fragmento, donde parece (en momentos optimistas, se diría) que su dilema entre ser y no ser, ser a medias o ser no siendo, se resuelve en luz: “Nuestro trabajo, nuestra obra, nuestra calidad humana, ni los exaltará la naturaleza de desterrados que tenemos ni tampoco los mermará. Cada uno será responsable de sí mismo y de sus novelas o de sus enfermos o de sus construcciones (o de sus artículos) y de su derecha o torcida forma de actuar, pues somos tan susceptibles de ser libres como cualquier hombre”21. Rius, entonces, aceptó y amó su propio “mestizaje espiritual”.

Por ese lado, sí queda resuelto el sinsentido. La dualidad lo ha vuelto un hombre más completo. Un puente. Pero está el otro lado: lo inexorable, lo inevitable… la pérdida, el desencanto, la muerte, el fin de todo. Ahí, como todos lo estamos, Rius estuvo inerme… o casi. Vivir duele. Duele, en la danza, esa “ansia de detener su movimiento / por no ver derramarse en un momento / tan total perfección como contiene”22. Dice el poeta: “Lo que nos conmueve de un poema es percibir mediante él una emoción que históricamente pertenece al pasado, en plena vigencia, cálida todavía, palpitante, tal como el corazón del sacrificado late aún en la mano del sacerdote, que lo alza al sol”23.

Luis Rius explica que “la pretensión fundamental del poeta [es] transformar en permanente lo que de suyo es inestable, eternizar aquello que es necesariamente fugaz”. Y continúa: “[…] el arte, la poesía, nace de esa raíz humana que ya no se hinca en el linaje estrictamente biológico del cual, como especie, procedemos, la que no pertenece —que sepamos— a ningún otro ser vivo de la Tierra; de su raíz que aspira al aire, al vuelo, y que despierta en el hombre un deseo de inmortalidad”24.

El linaje biológico, lo inmanente, adquiere una nueva dimensión, por la sed de detener el tiempo: esa dimensión es lo trascendente.

Qué romper de capullos, qué florido
sucederse, minuto tras minuto,
el tiempo entre mis manos… y el olvido.
¿Qué haré con tantas flores este día?
Mi tiempo llega y pasa, sin dejarme
organizar la luz que es toda mía.
¿No quedará un minuto floreciendo
más despacio y yo pueda
vivir dos veces lo que estoy viviendo?25

No dos veces. El poeta, gracias a su inmersión en el misterio poético, habrá vivido muchas más ese instante precioso. Y los lectores llegamos a éste y confirmamos lo dicho por él en su faceta de profesor: “La alta tensión afectiva que determinó en el poeta la creación del poema nos es transmitida por éste con idéntica intensidad, merced a la potencia de las vibraciones que suscitan sus palabras pulsadas por nuestros espíritu”26.

Si es, digamos, instintivo vivir rodeado y protegido por la manada, si las grandes preguntas que generan terror cósmico suelen ser acalladas en la mecedora de la tele, de los premios sociales, del poder, del prestigio, nuestro poeta vivió con gran valor en el filo del vacío y, así lo siento, encontró la salida del laberinto, y esta salida es, insisto, la poesía.

Arturo Souto escribió un texto (luego recogido en Verso y prosa) donde ahonda en el hecho ya mencionado de que nuestro autor daba poca importancia a su propia obra, inhibido quizá por su propia erudición académica, su enorme conocimiento de la poesía27; y, sin embargo, a treinta años, casi treinta y uno, de su muerte, podríamos comenzar, no a dudar de lo dicho por Souto (quien fue quizá su más entrañable amigo, según se deduce de testimonios de sus familiares y su gente más cercana), sino a matizarlo: en Luis Rius todo es paradójico, todo es un misterio y ahí donde el poeta intuye que su sustancia es el viento o “aun menos que un silencio”, ahí está su trascendencia y su intemporalidad. Y seguramente su íntima esperanza de ganar la inmortalidad.

“El poeta sabe también, y muy a fondo, que su vida es temporal; pero, independientemente de que sea o no religioso, de que tenga fe o no la tenga en la realidad de otra existencia, siente que hay algo en ese mundo: la vida misma, que le llama imperiosamente, instándole a buscar una cierta manera de perdurar en él. Su aspiración es dejar aquí algo suyo, lo más hondamente suyo y, sobre todo, no dejarlo como recuerdo o memoria sino como presencia absoluta, esto es, dejarlo vivo”28. Luis Rius está vivo. Lo estará en 300 años. Tiene el destino de los clásicos, profecía de Ángel González.

En angustias existenciales andaba yo a finales de mi adolescencia, sintiéndome extranjero en mi propio país y marginal de la vida que, así lo intuía, me estaba deparada, cuando cayó en mis manos “Soledad alta como un pino”.

Soledad alta como un pino.
¿Qué importa que a los lados
otros pinos un bosque estén formando
y un arroyo discurra entre los troncos?
Soledad alta.
Hombres, hombres
bajo la tierra, en minas, casco y lámpara,
sudando noche y noche.
Hombres, hombres pisando la corteza
de la Tierra; laboratorios mágicos
de vidrio y de botones
de donde salen hombres camino de la Luna
y bombas y metralla camino de los hombres.
Hombres, hombres al aire, al cielo, al infinito;
voladores vestidos con trajes submarinos
libres de gravedad, sin Tierra, sin palabras,
sin mesa de café al caer la tarde
ni amante que a la noche los espere.
Ojos, ojos sagaces o miopes,
azules o castaños,
sin miradas tranquilas,
salvo los ojos nuevos de esos niños muy tristes
que no entienden la clase ningún día.
Yo aquí. Yo ¿aquí? ¿Por qué?
Para otro como yo dejo esta página,
para otro hombre a la orilla,
al margen de su mundo.
Yo dejo esta señal.
Soledad alta.
Para cuando no queden
bosques ni árboles solos.
Soledad alta como un pino.29

El poeta extranjero de todas sus horas me dio la mano y me llevó a su casa, a mi casa, a mi patria verdadera.




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1 Prólogo a Cuestión de amor y otros poemas.
2 Transmitido por Canal 13, entonces organismo estatal, entre 1980 y 1984.
3 Cuestión de amor y otros poemas, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 1998. La edición original de este poemario es de Promexa (México, 1984). El poema pertenece a la clasificación “No recogidos en libro”, es decir, que se publicó como parte de un volumen por vez primera en la edición de Promexa.
4 La edición consultada es la publicada en Verso y prosa, México, Fondo de Cultura Económica, 2011. Su primera edición corrió a cargo de ANUIES en 1972.
5 Poema “Acta de extranjería”, en Cuestión de amor y otros poemas.
6 “Como llevando el corazón por fuera, / hasta el aire lo roza de amargura. / La calle que camino es gris y dura / como si la belleza no existiera”.
7 Así lo describe él mismo en su opúsculo didáctico ya mencionado,La poesía.
8 Programa, Noche a noche en el 8, con Félix Cortés Camarillo, entrevista con Rius y Pilar Rioja (ca. 1983). Cita de memoria.
9 La expresión “lacerantemente humanas”, es dicha por Luis Rius en el largometraje Patsy, mi amor, de Manuel Michel, México, 1969. Cita de memoria.
10 En Verso y prosa.
11 En el antedicho programa de Cortés Camarillo, Rius afirma que en el círculo social de las letras existe “mucho fariseísmo”. Cita de memoria.
12 Escribe Angelina Muñiz Huberman: “Luis se me convirtió en un personaje literario y aparece como un caballero medieval en mi novela La guerra del Unicornio, bajo el nombre de don Luis de Cuencalta. Léase “Paraíso entre dos mundos”, revista Este País”, México, enero de 2012.
13 Cuestión de amor y otros poemas.
14 México, Segrel, 1951.
15 Espectáculo-homenaje a Luis Rius, con Ofelia Guilmein y Pedro Ávila, con guión de Germán Dehesa. Presentado en el Colegio de Ciencias y Humanidades Naucalpan, febrero de 1984.
16 Souto, op. cit.: “La realidad es que, apuntando alto, hacia los clásicos (que lo son por actuales y perennes, no por antiguos), muy poca importancia le daba a su propia obra”. 
17 Temas de Garibay, transmitido por Imevisión (ca. 1992-93). Cita de memoria.
18 “Sobre mi generación desterrada” (1965), en Verso y prosa.
19 “Su vida se dividió entre la nostalgia de lo perdido y la realidad de lo encontrado. Un equilibrio melancólico que rigió su vida, que le permitió crearse un paraíso en esta entretierra difícil o nepantla. El verso y la prosa, la enseñanza y la creación fueron para él la plenitud de su ser”, Muñiz Hubermann, artículo citado.
20 Cuestión de amor y otros poemas.
21 “Sobre mi generación desterrada”.
22 Cuestión de amor y otros poemas.
23  La poesía.
24  Idem.
25  Canciones de amor y sombra (1965).
26  La poesía.
27 “La profesión académica le había impuesto una autocrítica tan dura que llegó a ser negativa […] En el caso de Rius, como en el de otros muchos escritores, se convirtió en inhibición paralizadora”. Souto, op. cit.
28 La poesía.
29 Cuestión de amor y otros poemas.