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resena-77-lucas.jpg Los desengaños
Antonio Lucas
Visor,
Madrid, 2014.    

Por Juan Carlos Abril
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No. 77/Marzo 2015


 


Un libro es un estado de ánimo. Y sin duda que Los desengaños podría resumirse a partir de esta frase. Antonio Lucas nos ha entregado un libro entero, pleno de madurez poética y vital en el que se conjugan, como en sus entregas anteriores, vetas surrealistas y versos reflexivos, imágenes fulgurantes y música que nos acaricia el oído. A propósito de este surrealismo habría que decir de antemano que en esta poesía se superponen las vanguardias como la lección aprendida de la “tradición de la ruptura”, que diría Octavio Paz. Quizá la herencia surrealista sea sin duda la más reconocible de entre sus técnicas empleadas y desarrolladas, pero otras adscripciones podrían asimismo distinguirse con nitidez: futurismo, expresionismo… exploración verbal al fin y al cabo llevada de la mano de todos aquellos recursos lingüísticos que el poeta conoce y sabiamente administra.

Los desengaños toma título de una profunda meditación en torno al ser humano, signo y referente a lo largo de la mayoría de sus páginas, concebido como ser histórico y moral, y alcanzando un nivel deíctico en muchos poemas, en concreto en “El hombre”. Este análisis radical, o sea desde la raíz, nos sitúa en una problemática irresoluta pero que al mismo tiempo forma parte de lo que nos pertenece: el humanismo. Desde su adscripción barroca, como una reminiscencia que conecta bien con ese horror vacui característico y que la vanguardia supo “rellenar” desde los más diversos ámbitos de la vida —el sueño, el inconsciente, la superposición de imágenes, el simultaneísmo, etc.—, Antonio Lucas ha dividido este poemario en tres secciones más un poema final, a saber: “I. Asamblea de intemperies”, “II. Paisaje de lo incierto”, “III. Estar solo”, y “IV. Coda”. Secciones numeradas ya que en ese orden la estructura del libro va decantándose, en argumentos y contraargumentos, pero en diálogo inconcluso. Porque la realidad que se debate nunca podrá resolverse, lo cual no quiere decir que el poeta deje de preguntarse por ella. Y este cuestionamiento del estado se realiza a base de un asedio constante y fluido, consciente y firme, de aquellos absolutos que nos rodean y atosigan, como si se tratase de los fines últimos por los que aún pervive alguna utopía cercana en sus proposiciones.

El poeta mira hacia el interior para buscar el exterior desde el primer texto, “Lo que somos”, en una relación dialéctica que tiene más de descubrimiento que de búsqueda: “Lo que tus ojos ven dentro de ti, / los números y leyes de la sangre, / el frío lentamente entre tus bienes / y aquello que la edad ha generado, / no es la vida exactamente, / ni el azúcar tortuoso del azar, / ni la horca del destino como halago”. Así inicia el libro. La vida, el hombre, la historia, la verdad, el destino, el azar.

El personaje se plantea estas grandes preguntas a partir de momentos decisivos, como en sus “37 años”, eligiendo también lugares claves para ello, como en “Ante el mar”, donde ante la inmensidad acuática se retrotrae al pasado, al tiempo que huye y nos lacera, “Pues cuando un hombre observa el mar / amplía la nostalgia de sí mismo”; que tendría continuación, entre otros, en “Altura”, ese lugar en el que el hombre empequeñece pero a la vez se siente coronándolo todo, y más un poeta: “Estás en la cumbre a solas, protegido por aquello que negabas. / Por las dudas. Por el sueño. Por el asco. Eso es todo.”; o en “Plaçe du Forum (Arles)”, poniendo sobre la mesa el sueño revolucionario de la fraternidad: “Todo hombre se cifra en sus propios despojos: / los que arden de pena, / los que son olvidados, / los errantes, los felices, / los que no cierran los ojos / ni esconden su pasión por la indigencia, / o hacen de su llanto un idioma navegable.”), y del que el subtítulo entre paréntesis de su fragmento “IV” sirve como inspiración para el título global del poemario.

Un poema que actúa como enganche de la segunda sección del libro con la tercera, y que al mismo tiempo podría representar todo el conjunto de Los desengaños, sería “Rilke”, ya que ahí se expresan a modo de epítome los conflictos del hombre y la soledad, que son los del hombre y la otredad: la relación de la individualidad con lo colectivo. Y en última instancia la escritura como refugio. La vida, una vez más, en el centro del razonamiento y todas las inquietudes. Dice así: “Imaginaos la vida como si fuera esto. Exactamente lo que veis y lo que os duele. La misma sombra muda en cada hombre. El hielo. El fulgor de un sueño y su quebranto […]”. Antonio Lucas elige estratégicamente, en algunos pasajes, una prosa poética que da cauce a una expresión incapaz de quedar contenida en el verso, que rebosa al verso, y que aparece y desaparece para contrapuntear el ritmo global. Forma y contenido nunca van separados.

“III. Estar solo”, última parte de Los desengaños, tiene mucho que ver con los tiempos que vivimos, recordándonos a “El hombre de la multitud” de Edgar Allan Poe, ya que podemos sentirnos solos en medio de la muchedumbre, y hay cosas que el hombre nunca va a aprender, por mucho que “se repita la historia”. En el fondo, una reflexión sobre el mal planea sobre Los desengaños, y más concretamente sobre esta última parte, aunque la apuesta vitalista de esta poesía trata de contrarrestar el pesimismo no con ingenuidad, sino con lucidez: Soy aquello que arde en todas direcciones. / El hombre alegre. La sonrisa azul. El eco ajeno / de lo que no he leído, de todo lo que amando / creí que me salvaba con falsa nitidez, como lo oscuro”.

Dejamos aquí por tanto estas notas, si bien podríamos seguir abundando en Los desengaños, un poemario que viene a confirmar la excelente poesía que ya conocíamos de su autor, la de Antonio Lucas, quien posee una voz firme y que indaga, que no se conforma, sacando lo mejor de sí para entregárnoslo como un regalo. Un regalo para sus lectores.

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