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portada-antes-del-eclipse.jpg Antes del eclipse 
Rafael José Díaz, Pre-Textos, Valencia, 2007
 

Por Julio Trujillo
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No será exagerado decir que algunas obras y algunos autores están relacionados para siempre con una imagen emblemática. Un hombre que monologa mientras sostiene un cráneo en la mano, es Hamlet, y Hamlet es Shakespeare. Keats es una urna griega y Poe, sin duda alguna, un cuervo. A mi parecer, Góngora es un gigante con un solo ojo y Eliot una ciudad espectral y babélica. Apollinaire siempre me hace pensar en la Torre Eiffel, pastora de hombres; Paz en un calendario de piedra y Lautreamont en unas uñas que crecen más allá de la muerte. Un paisaje lunar, en fin, es lo que yo veo, irremediablemente, al leer y releer este libro de Rafael-José Díaz. Digo “irremediablemente” porque el libro apunta también hacia otras imágenes y escenarios, sabe ofrecer un perfil diurno, pero la fuerza de atracción de la luna que emana una luz mate, de blancura desfallecida, triunfa siempre para ofrecer al lector una bella, descarnada devastación.

Desde el primer poema, en el que el autor nos habla de una cama deshecha donde no se compartió el deseo, de unas sábanas como estandartes de la soledad, yo lo que veo es un “jardín lunar” (me apropio de una de sus imágenes) una postal luminosa, algo distante y algo fría, donde los sentimientos se debaten sin asidero ni salida. El correlato plástico de esta escritura pueden ser los escenarios soñados por Giorgio de Chirico o Paul Delvaux.

Ese reiterado contexto no es gratuito, por supuesto, sino una recurrencia deliberada del autor: el libro abunda en lunas y luces nocturnas. Aunque no pocos poemas suceden de día, ésta parece ser sólo una estación transitoria de su definitiva iluminación. Estamos, pues, ante una conseguida nocturnalia, ante una especie de lunario sentimental en blanco y negro, con poca gente y cuya movilidad reside en las gradaciones de la mirada y en los devaneos del yo.

No se piense que Antes del eclipse ha sido vaciado de toda vida y carnalidad, de toda temperatura. Al contrario, la poesía es viva y deseante y en no pocos momentos hace un contacto nítido con su destinatario, pero siempre, o casi siempre, a manera de anticipación o de evocación: lo que tenemos es el paisaje antes o después de la batalla. No el hecho concreto sino sus orillas. En ese sentido, las tres palabras que conforman el título de este libro son de una clara elocuencia: no estamos frente a una anunciada ausencia de luz, sino antes, en la luz misma y en la pura anticipación (no sobrará añadir que el eclipse del que se habla es un eclipse de luna).

Rafael-José Díaz cree, pues así nos lo hace saber en reiteradas ocasiones, en esos momentos aparentemente anodinos que, bien mirados, salvan constantemente al mundo. Son pura fugacidad: unas nubes que pasan y que la luz de la luna contornea, unas golondrinas velocísimas, el recuerdo de un rostro entrañable, una silueta en la cama, momentos que ya sucedieron (o que en algunos casos están por suceder) y que nos devuelven a nosotros mismos, en soledad, transformados ya en pensamiento, en un pensamiento que es el auténtico teatro de las representaciones. ¿Y qué le queda al testigo, es decir, al poeta que se ha quedado consigo mismo? Le queda el poder de restitución de las palabras. Contra el olvido y la muerte, la resistencia de la poesía.

Ese juego sutil entre lo que es, lo que fue y lo que será, ese constante desmoronamiento de lo tangible se logra con una sintaxis de gran pulcritud y sobriedad, con una bien administrada combinación de metros nones que le otorga a los poemas la articulación necesaria para ir y venir con sutileza, para ofrecer y luego retraerse, para recordar la comunión desde la ausencia.
Están también los poemas en prosa, que van al ritmo de un pensamiento ordenado y progresivo y que desembocan en un punto final. Quiero decir que la escritura como tal, como lenguaje que pretende erguirse, es de una consumada normalidad. Si toda poesía verdadera involucra una búsqueda, Rafael-José Díaz ha llevado esa exploración al terreno de los significados.

He mencionado en más de una ocasión la palabra deseo y no considero caprichoso asociar esta poesía con su ascendiente cernudiano. En ambas propuestas, el deseo es fijado en moldes sintácticamente mansos, no deseantes, si se me permite la expresión. En Lorca, por poner un ejemplo contrastante, la voluptuosidad también está en el lenguaje y todo quiere tirar de nosotros con urgencia. Cernuda, que también sabe arder, prefiere un soporte más llano para escenificar y contener, las cinco letras del deseo. Y en este libro de Rafael-José Díaz el deseo, la voluntad de contacto, es evocado con un refinado patetismo y una escritura dúctil y temperada.

Incluso en los encabalgamientos más abruptos, esta poesía parece evolucionar sin esfuerzo, como una respiración. Que de ese trabajo no se noten las costuras es uno de los mayores elogios que podemos hacerle.

Yo reconozco a otro poeta tutelar detrás de Antes del eclipse. Como todos sabemos, no es necesario que el poeta sea consciente de una presencia para que ésta se manifieste con toda claridad, y yo veo la delgada silueta de Xavier Villaurrutia recortada en el fondo de muchos de estos poemas. Hablo del Xavier Villaurrutia de Nostalgia de la muerte y de los “nocturnos”. Hablo del autor de estas líneas:

Electivas o no encuentro afinidades notables y genealogías que se dibujan hacia atrás y hacia adelante. El vacío que se establece cuando los cuerpos se separan, es la muerte, Villaurrutia lo sabe, Rafael-José Díaz también. Quedan las palabras y la resistencia que puedan ofrecer, queda la salvación de la poesía, y este libro es una de sus píldoras.


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