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portada-mareas.jpg Últimas mareas
José Antonio
Moreno Jurado
Vaso Roto Ediciones
Barcelona, 2012.    

Por María Luisa Manero Serna
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No. 77 / Marzo 2015



Nombrar a un libro Últimas mareas, como lo hace José Antonio Moreno Jurado, plantea distintas tensiones como punto de partida del texto: el fin frente a lo eterno, el movimiento frente a lo estático, el tránsito frente a la quietud; ya que, en una operación tal vez desesperada por comprender la inmensidad del mar, asociamos su falta de límites con una vejez infinita. Hablar de mareas últimas nos remite al pensamiento inquietante del fin del tiempo. Esta obra se basa en esa angustia y en los alcances del tiempo que consideramos nuestro.

El poeta es explícito en sus procedimientos creativos, y en su introducción nos revela las claves del texto y el sentido de su estructura: nos dice que nos encontramos ante un homenaje a Odysseas Elytis, y que tanto los temas que trata como la presentación de los poemas en la materialidad del libro  (uno frente a otro, oponiendo momentos e intenciones) refieren al escritor. También nos plantea que su poemario se divide en dos partes que se entrelazan entre sí: una de índole intimista y otra histórica, en la cual retoma la voz de personajes que él admira: Constantino Paleólogo, Giordano Bruno, Copérnico, el Granado loco de Elytis, Juliano el Apóstata, su Madre (del poeta es la mayúscula), Lucrecio, Kavafis, Sócrates y 'un hombre cualquiera'.

El centro  de la obra es una imagen: una persona mirando el atardecer frente al mar. Y de ese núcleo se desenvuelven, como hojas que se abren, sus proyecciones hacia los distintos tiempos, personas y elementos. Pero el móvil de ese viaje es un siniestro presentimiento de muerte, y el momento de la muerte constituye el punto de encuentro entre los diversos personajes que tienen voz en la obra.

El poema 1 es el que marca la intensión primera de la imagen central; su ritmo es el ritmo de las olas del mar:

 

Es una tarde ahora                insanamente den-
tro       y fuera      de soledad      hundida entre
mis cejas y fundida en la savia sensible de
los árboles

Aquí y allá      y fuera y dentro     y hacia
atrás y hacia adelante
(...)

 

En esta primera parte, se hace énfasis en la relación entre persona y paisaje, que se confunden y representan mutuamente. Y como contrapunto de la composición, ocasionalmente aparece una colectividad indiferente, automática. A través de estos momentos, se va conformando la figura, en el fondo platónica, del poeta vidente en oposición a los otros, indiferenciados, ciegos.

Las voces nos repiten, insistentemente, que el último lazo del ser humano con la vida es el lazo con el cuerpo. Pues los personajes, al morir, toman conciencia de su corporalidad y comienzan a basar su percepción sensorial en lo inmediato. Esto se traduce en los poemas a través de tematizaciones; así, el dolor de Copérnico reside en el peso y la textura del libro que no podrá leer, el árbol percibe la paulatina resequedad de sus ramas, la vida de Bruno termina con la sensación de su vientre que se despliega con el fuego, el hielo y la humedad azotan la piel de Lucrecio y de Juliano. Es hasta el último fragmento que esta noción comienza a filtrarse, a través de sinestesias, como elemento determinante de la estructura del lenguaje poético; sin embargo, en esta parte la obra se debilita, específicamente por "Cicuta", ya que el poeta, en su obsesión por las referencias contextuales, olvida por completo la importancia de la sonoridad.

En el último poema, "Un hombre cualquiera", podemos ver cómo el apego a los discursos históricos fomenta la idea del intelectual vidente contrapuesto a la ceguera del resto de los hombres. Muestra a un ser humano que no ha sido rescatado por el discurso histórico y que, además, no lo ha estudiado ni conocido; y dicha persona está aún más perdida, envuelta en un mayor sinsentido. Esto representa un gesto afirmativo hacia la historia, que es tal vez aún más contundente que la afirmación a la literatura, la cual gusta de explorar todos los rincones de ese hombre cualquiera.

Un elemento que me parece pertinente rescatar es la idea de la vida humana como la vida del sol en el transcurso del día, ya que la obra hace énfasis en el anochecer como representación de la muerte. Es como si todos los días, al ver al sol salir y ponerse, el universo nos recordara nuestra finitud. Y al ambientar la llegada de la noche en la playa, el texto se vincula con la tradición literaria que presenta al mar como viaje: un viaje en la memoria que muestra a la vida como tránsito.

En ocasiones, el ritmo y la intensidad emocional se rompen a partir de adjetivaciones que alentan los versos; pero algunos poemas, especialmente por las excesivas referencias ya mencionadas, esconden un problema que me parece fundamental: la tendencia a lo explicativo. Esto, por un lado, debilita el efecto poético y, por otro, compromete una de las características imprescindibles de la poesía: la exposición de la palabra como una entidad polisémica.

Últimas mareas se maneja a través de polaridades y, como un péndulo, transita de lo íntimo a lo colectivo, de lo particular a lo general, de lo ideal a lo corpóreo. Dentro de esta estructura, el autor configura una fuerte división entre la forma y el significado (idea que se vuelve explícita en su introducción), los cuales, desde una perspectiva meramente lírica, se deberían vincular de manera más íntima. Aunque es una obra que muestra que el acto de escritura es una rebelión contra la muerte, su fuerza no está en el lenguaje mismo; más bien, su vitalidad recae en las posibilidades de apropiación de lo histórico y lo filosófico. Esto hace que nos centremos más en su función comunicativa que en el objeto poético en sí, ya que elabora un concepto de gran intensidad, que llega a superar los versos.

 

 


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