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resena-77-quintane.jpg Una americana
Nathalie Quintane
Cabeza Prusia,
Puebla, 2014.

Por Yolanda Segura
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No. 77/Marzo 2015


 


Ésta es la primera versión en español de un libro de Nathalie Quintane (París, 1964); fue compuesto hace ya catorce años pero fue revisado por la autora para ser traducido ahora por Octavio Moreno.

Mucho del trabajo con la oralidad que hace Quintane (conocida también por sus lecturas en voz alta y sus performances) se nota en Una americana: versos que se hacen con las estrategias retóricas de la poesía en voz alta, anáforas, aliteraciones, variaciones sobre un mismo asunto. El uso de la voz tiene su correlato en los juegos tipográficos, el tamaño de letra y la apropiación de toda la página como sitio para la escritura: márgenes y espacios en blanco crean una composición casi multivocal, sonorizada en algún sentido.

"—Una americana: para contar su vida, se remonta sistemáticamente al desembarco (llegada de los primeros colonos, problemas con los indios). Mi preocupación: el mundo", dice en el inicio del libro. El mundo se va presentando a partir de un punto móvil desde el cual se abren perspectivas, se desdobla como un mapa plegado suficientes veces para mostrarnos, en las huellas de esos dobleces, nuevas formas de mirar.

Quintane crea una investigación que quiere descubrir las raíces que dan origen y sentido a América. Para ello, recurre a la cartografía tanto como a la topología y la toponimia: obsesión por el sitio pero, acaso de forma más poderosa, por el nombre del sitio, por su representación imaginaria. Por eso es que su cartografía es más una esquematización en la página; ahí los lugares cobran dimensiones políticas y poéticas distintas que resaltan la violencia patente en el acto de designar, pues pronunciar o escribir el nombre del continente es ya evidenciar la imposición, recurrir a la etimología como forma de recordar la dominación de inicio.

Las anacronías lúdicas le permiten a Quintane disolverse en la configuración que dio origen a América; con su investigación lírica, ella misma termina reformando, reentendiendo: éste es el hilo que permite hilvanar una serie de secciones hechas con diferentes ritmos y estilos, algunos cercanos a la prosa poética, otros más al aforismo. El ensamble es entonces la forma de construcción del libro que no podría llamarse un poemario así, sin más: en él hay argumentación, poesía visual y juegos con el espacio; hay líneas que, marcadas por guiones, dan la idea de una conversación entre la poeta y ella misma en el presente, entre la poeta y ella misma en otro tiempo, entre la poeta y una sección de la historia; hay también mucho de ella en el Cristóbal Colón que llega América, que llama por teléfono para gestionar apoyos y quiere convencerse y convencer a los otros de que la tierra es redonda.

La lectura es fácil pero discontinua, aparecen listas y enumeraciones desordenadas que también dejan lugar para disrupciones, regresos, idas y vueltas, el ritmo es a cada momento distinto, sorpresivo, va del vértigo a la calma de un mar contemplado desde la línea punteada de la costa. La representación y, en este caso, la poetización, no vuelve más reales a las cosas pero sí más ciertas, parece decirnos Nathalie Quintane con este libro.


"—Buscando pruebas de la realidad en la realidad" va a indagar sobre lo cierto, lo verdadero y lo real, entendidos como distintos en el universo que va formándose. La política en el discurso, en el acto del nombrar, de dar sentido al tiempo que se designa algo es también, por supuesto, llenarlo de otros significados; Quintane lo sabe y por eso rodea una y otra vez el nombre del continente: una Colombia que se siente mal por no compartir la nominalización con el resto del continente, una América [del Norte] que se cree dueña de algo que le pertenece también a otros países. Para entrar al continente hay que salir de él, para entrar al nombre hay que extrañarse de él.

—Aquí, no es el pasado lo que hay que reconstituir […]
—sino el futuro, pero cómo determinar en él el lugar vacío de dos desaparecidos
—cómo hacer para engendrar esa América. 

El juego con las ausencias devuelve pues nuevos sentidos que se permiten mediante la exploración geográfica que es también exploración temporal: recorrer el sentido de la palabra América como recorriendo un mapa con un dedo, señalando puntos desde los cuales descubrir nuevamente y mostrar nuevas perspectivas, ver el mar desde la orilla no es lo mismo que ver el mar desde el mar, verlo, como Colón, con la convicción de que la tierra es redonda le otorga una redondez líquida.

Con esta poesía se instauran nuevos huecos en el entendimiento, "no un VACÍO, pues eso significaría que falta una cosa", sino un silencio rodeado de palabras, delimitado así por sustantivos propios. Mirar el dedo que señala tanto como el punto al que señala: un detalle y un conjunto que han de verse al mismo tiempo con las posibilidades abiertas por la perspectiva que el ojo de Quintane instaura. La mujer americana, la poeta americana que se pregunta por el adjetivo que la define y la hermana con millones de humanos al tiempo que la separa y la singulariza.

"¿Puedo pronunciar un enunciado válido sin sentimiento propio?", "Algunos piensan que fatigándose mucho al hablar (hablando hasta el agotamiento), una respuesta válida acaba manifestándose de golpe". La lengua usada y reusada, extrañada todo el tiempo, se voltea para encontrar el sentido en el desorden aparente, en la lengua entumecida por la coca, americanizada por la coca, suavizada: "¿La lengua adormecida es menos apta para dar la dirección del oro?" 

La experimentación de Quintane es inteligente y profunda pero nunca acartonada o pesada y, como decíamos antes, su atención al detalle adquiere sentido cuando se piensa en relación a esos otros detalles, fragmentos y focos que van formando, en conjunto, una buena exploración poética sobre lo que significa para ella la americanidad que asume.

 

 


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