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No. 77/Marzo 2015 |
Fuera de sitio Imagina que el tiempo sólo es lo que amas: unas pocas palabras, unos seres exactos, unas horas muy lisas, una playa (quizá) donde el daño no acecha. Imagina la vida como no lo es ahora, no quiero decir como algo perfecto, sino un resplandor, cierto abril de muy lejos, un tributo al azar sin otro destino que el confín fugitivo de un eco sin rostro. Y después cualquier cosa. Con qué precisión va la edad hilvanando el espino. Y qué extraña la urgencia de ir en pie hasta la ola, celebrar lentamente que aniquile mi huella, mi escritura de hombre, mi certeza de surco, ser la alta misión de lo que nunca concluye como no cierra el mar su recado en la orilla. Pero no es estar quieto la razón ni la meta, sino un querer más pequeño, una conquista más clara: ver la vida llegar de su noche a tu noche en un cuerpo ajeno, pronunciar su silencio, abrazar su alambrada, desear su vacío, delirar sin camino, sin mapa, sin fuego, hasta el tiempo sin tiempo del país que no haremos. 37 años En qué siglo suceden las cosas de ahora mismo. Dime: porqué tanto silencio cobarde en la avenida. Dónde los gritos, los abrazos, las caducas consignas, la imposible soberbia de las revoluciones. Qué ha quedado del comercio en furia de lo joven, del afán de ocupar las tierras sin promesa, del fulgor de apurar la noche porque nunca bastó la luz para un solo amor ni para hundir galeones. Y ahora qué. Regresa el látigo del frío buscando imperio nuevo en ojos nuevos. Y qué poco importa todo. El día de mis 37. El día de mis 37 volvieron a la casa lobos de silencio. Mi cansancio y sus nortes de río. Mi ceniza de hombre y su cruda deriva. Esa luna que para nadie emerge, canción de cielo y de promesas. Del otro lado de mi sangre, de mi fragor orgánico, de las partículas remotas que me enlazan como hombre, queda un dolor a tientas que es más claro que la vida. Que dura más que ella. Y eso lo he entendido ahora, cuando ya no cuento en tu cetrería de manos, y he vuelto a la leyenda insostenible del día que se apaga a todas horas con este andar mío tan despacio. Prometí no traicionarme y aquí estoy. El día de mis 37. Y ya nunca se hará tarde. Y nunca más tan solo como ahora, fingiendo celebrar el tiempo cuando quise decir nada, como si fuera la primera vez, como los animales. Ante el mar Detrás de tanta noche hereditaria un hombre mira el mar de espaldas a lo vivo. Confía en la aventura de no tener delante más párpado que el agua. Es alguien asomado a su extremo más mortal, donde todo se libera de sentido. Un hombre ya sin gozo ni trofeo. Un hombre con la voz desordenada, con la piel de muchos años como un alcohol fingido. Está mirando el mar donde el mundo no merece más pretexto. Es uno de nosotros, visible en lo invisible. Un cuerpo con sus glóbulos, su prodigio, su sonido, con su verdad que llega a oírse. Un hombre sabiéndose irreal cuándo aún se siente cierto. Un hombre ya implacable, con su estatura de fiebre, con su atlas de espumas, con la vida un poco aparte y derramando olvido. Es exactamente así: Pues cuando un hombre observa el mar amplía la nostalgia de sí mismo. Noctámbulos Sabemos que la noche existe porque nunca conquistamos sus afueras. Sabemos que la noche existe porque es prehistoria de la luz, portada del origen, y no cabe en su asfalto una verdad tajante, ni el lujo malvendido de las indecisiones. Sabemos que la noche existe porque la tarde cayó al suelo, porque toda risa es previa a la cordura y hay restos de niño bajo la piel de los charcos, y un agua de vida en las manos del ciego. Sabemos que la noche existe porque en ella el amor es predicado, un tóxico cualquiera, y van todas las bocas hambrientas sin saberlo, cerrando cicatrices, trazando sin temor un atlas agonía, despeñando entre los nombres su deseo. Sabemos que sabemos de la noche porque a cierta hora uno acepta que sólo puede ser el último eslabón de la pureza o el sol de la derrota de sí mismo. Estar solo Contigo he descubierto que puede ser la ausencia un manso amarre. He visto teñirse de desván la noche conmigo dentro. Escapar vaso arriba con un doble vapor de ginebras. Pues nada termina donde acaba su extremo, donde parece estar el calculado fin de las cosas. Hay un silencio que vive de ser quemadura en lo que ya no está cerca. Un daño que deja su agravio implacable en los nombres, en los guantes vacíos, en la almohada de escarcha, en el ensayo de un hombre consumido despacio. Estar solo es fingir cuanto ya se ha ido. Sentarse y desgranar un orden que no existe. Buscar de una promesa su espejo enterrado. Sostener la mirada en lo infinito del muro, en el reloj de pared que es molino de sombras. Estar solo es pensar un latido a destiempo. Dar noticia de nadie. Vivir sin saber, interrumpir todo eco, si acaso inventar una frase de escarnio, una esperanza de timbre sonando, un tenso aparejo de luz en el cuarto de al lado. Y nada por dentro. |
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