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Celia y la mariposa

El coyote y su hijo

Los consejos de la rata

José Joaquín Fernández de Lizardi

 

Fábula X

CELIA Y LA MARIPOSA

celia-y-la-mariposa.jpgEstaba Celia hermosa
una noche leyendo entretenida,
cuando una mariposa
entró, vido la luz e, inadvertida,
en torno de ella tantas vueltas daba,
que alguna vez las alas se quemaba.
La ve Celia y la dice:
—Mariposilla incauta, considera
que víctima infelice
morirás en la llama lisonjera
que tanto te apasiona y te provoca.
Desengáñate, pues, y no seas loca.
No te acerques, detente;
huye la cierta ruina que prepara
a tu vida inocente
esa llama brillante, esa luz clara,
entre cuyos ardientes resplandores
no hallarás sino sustos y dolores.
Esa llama es un fuego
inclemente, voraz, violento y duro;
mas tu apetito ciego
te la hace concebir un bien seguro;
y creyendo gozar de mil placeres,
entregarte a la muerte sólo quieres.
Es como amor la llama.
Huye, Mariposilla, su presencia.
Advierte que Celia ama
y te habla con muchísima experiencia.
Amor y fuego lejos disimulan
su veneno, de cerca ya no adulan.
Huye, pues, los voraces
incendios que delicias consideras.
Huye antes que te abrases:
admite mi consejo antes que mueras.

¡Oh, cuántas mariposas racionales
deben aprovechar avisos tales!


 

Fábula XXXIII

EL COYOTE Y SU HIJO

el-coyote-y-su-hijo.jpgCon mucha formalidad
decía un Coyote1 a su hijo:
—No aprendas a robar; mira
que es muy insolente vicio.
Jamás robes las mazorcas
de la milpa del vecino,
ni sus gallinas atrapes,
ni te engullas sus pollitos,
y, en fin, no hagas nunca mal;
a nadie infieras perjuicio;
haz con todos lo que quieras
que todos hagan contigo,
porque sólo de este modo
vive un Coyote bien quisto.
—Así lo haré, señor padre
—respondió el Coyotito—.
El tal padre, satisfecho
de sus consejos prolijos,
se fue ¿a dónde? a un gallinero,
y no dejó animal vivo.
Al amanecer volvió
lamiéndose los hocicos;
mas no tuvo la fortuna
de que su gallinicidio
quedase tan encubierto
que no lo supiera su hijo;
porque éste se fue a una vista
espiándolo muy pasito,
y lo vido consumar
el sangriento sacrificio,
en virtud de cuyo ejemplo
él hizo a otro día lo mismo.
Lo supo el Coyote viejo
y de otro modo le dijo:
—Pícaro, ¿no te he mandado
que a nadie hagas perjuicio?
—Sí, señor padre, es verdad
—contestó el Coyotito—;
usted me dice muy bien;
mas como ayer he visto
que se sopló seis gallinas,
me comí yo seis pollitos,
creyendo, señor, sin duda,
que no era mucho delito
que cuando come las madres
almorzara yo los hijos.
Nada respondió el Coyote
hipócrita fementido,
pues conoció que el consejo
sin el ejemplo es muy frío,
y que para que aproveche
el más saludable aviso,
por los ojos debe entrar
antes que por el oído.


 

Fábula XXXIX

LOS CONSEJOS DE LA RATA

los-consejos-de-la-rata.jpgDecía una Rata a un Ratón
hallándose muy enferma:
—Hay en esta linda casa
mil enemigos que alerta
contra tu vida estarán
en continuo centinela.
Guárdate de ellos;
pero con más diligencia
guárdate del gato viejo,
que siempre en la chimenea,
está tomando calor
con inaudita flojera:
tiene uñas y las esconde
con la malicia más negra;
ve más que un lince, y sus ojos
los encapota y los cierra;
está siempre murmurando,
y tú pensarás que reza.
Últimamente, este bicho
afecta mucha modestia;
pero es el mayor bribón
que en el mundo el sol calienta.
Guárdate de él, hijo mío,
con demasiada cautela,
porque cuando menos pienses,
entonces tu vida acecha,
y si te pilla en sus uñas
te aseguro no la cuentas.
Es un hipócrita, al fin,
y estos viles tienen ciencia
para dañar cuando halagan,
para matar cuando besan.
Dijo la Rata y murió.
Yo venero su advertencia.
El enemigo es temible;
y mucho más si aparenta
la amistad que no conoce
o la virtud que desprecia.


 
Ignoro si este animal es la zorra de la Europa o es solamente propio de estos climas. Él se parece mucho al perro, y es dañoso no sólo a las gallinas sino a las sementeras de maíz, lo que no he leído de la zorra europea