Campo de Fiori
Big Bang
Todo comienza con un estallido, una explosión fundacional del éter que pone al mundo en movimiento: esferas ensayando un acorde, un mar de magma, el lento proceder de una espiral —la forma primigenia— igual que humo.
Después se estira el tiempo que ha nacido violentamente. Tensa el cuerpo elástico hasta que, vuelto sobre sí, conforma —en el límite— un ancho mar de astros en perplejo equilibrio de galaxias: ha nacido el espacio, es una curva
pareja de contrarios que se avienen a una impuesta conformidad menguante sobre la cual la luz, igual que un rayo, cabalga impunemente. Son milenios de viaje en soledad, inanes, muertos, entre universos yertos o arrasados.
Planetas, atracciones, nebulosas y órbitas frágiles se conforman. Y todo se propaga sin su por qué ni adónde hasta encontrar un hueco y un lugar en la historia. Súbitamente, entonces, el crecer infinito comienza a refrenarse con una contracción como de cuerda rota...
Hasta que al fin comienza su deriva, su vuelta a la semilla —la primigenia lágrima— y se repliega, amengua e implosiona dejando tras de sí la apabullante nada. Así es amor y todos lo sabemos: un día ocurrirá, ya está ocurriendo.
Ephemera
Del huevo que una tarde de verano depositó en el agua, eludiendo el acoso de las truchas, hoy ha nacido, mínimo y elegante, el más hermoso insecto.
Desplegará las alas, volará apenas unas horas, acaso conociendo las hojas de algún chopo, para luego buscar pareja junto al agua. Hoy, también, morirá.
Su escueta perfección insuperable carece de aparato digestivo, pues nunca ha de comer, su lugar en el mundo es ser cadena sometida a la evolución.
Nace, se reproduce y muere teniendo a su hermosura indiferencia: la breve y plena vida de una efémera.
La tuya no es más larga.
Beatus ille
Dichoso aquel que iguala a su padre y a su madre en el juego embustero de la vida y alcanza una existencia equilibrada en memoria y olvido.
Feliz aquel que encuentra un lugar en el mundo que considera propio, un amor apacible y algo con que escapar del amor y del mundo.
Afortunado quien, sin odio ni acritud, goza de una existencia en paz, no conoce enemigos ni ambiciones y se dedica a cultivar un blog.
Sobre todos dichoso el que todo lo ignora de la felicidad: no ha de sentir su ausencia ni sufrirá su peso.
Plegaria matinal
Que todo sea ahora, que se cumplan tus sueños y los míos al instante —nos corre el mismo sueño por las venas—, que ya reviviremos luego el fuego contemplando los restos de la hoguera. Que sea aquí y ahora el resto de la vida. Esta es mi súplica. Para el final no pido privilegios. Me basta algo común y despreciado por casi todos: la disolución. Bendita enfermedad es el olvido: desierta la conciencia, esperar a la noche sin angustia y nada recordar de cuanto amamos.
Niños buscando nidos
Ser el zorzal que, acurrucado, espera, oculto entre las ramas, rodeado de espinas, a que pase el peligro. En completa quietud, sin temor a la muerte, sólo inquieto por la mano de un niño.
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