No. 79 / Mayo 2015



Poesía, compromiso, ecología*


Por Rodolfo Mata

Me ha resultado de gran dificultad hallar entre mis poemas algunos en los que se pueda leer una intención de orden político, en el más amplio sentido de la palabra. Escribir en pro de una conciencia ecológica compartida es, sin duda, un acto político que colinda con el arte comprometido. Creo que existe toda una gama de compromisos artísticos -exitosos o no-, que establecen distintos contratos. Menciono tres que en este momento me vienen a la mente.

Primero, el compromiso partidista, como el que se dio con la Revolución Soviética, el comunismo y su expansión internacional, con la exigencia de que el arte se apegara a la ideología del partido y a los valores humanos subrayados por ella. Su aliento y su contrato son amplísimos, traen una visión integral de la realidad, y su primordial objetivo es colaborar para alcanzar el poder y desde ahí intentar “cambiar el mundo”.

En segundo lugar está el compromiso con la difusión de una determinada idea, como sucede en el caso de la divulgación de la ciencia. Existe una misión, un apostolado y los problemas habituales de las concesiones que se deben hacer entre la forma y el contenido, la dimensión artística y la científica. En el caso de la literatura, se trata de darle ropaje artístico a ideas científicas o de escribir, digamos por escoger un género, una novela que incluya un tema científico, pero sin distorsionarlo, sin incorporarle fantasía excesiva. Desde luego, este contrato también quiere “cambiar el mundo”, educando al público lego y dándole un mayor relieve social a la ciencia, entre otras cosas. Sin embargo, no pretende llevar a cabo estas tareas desde la estructura del poder político, es decir, desde el Estado. Aunque mi idea no es elaborar una tipología completa de los compromisos artísticos, puedo decir que creo que aquí se incluyen los compromisos con las mujeres, las etnias discriminadas, la preservación de la memoria arquitectónica de una ciudad y, desde luego, la ecología, en sus múltiples aspectos.

El tercer tipo de compromiso, me parece, no es exactamente con una idea y su difusión, y mucho menos con un partido y las estructuras de poder. Es más íntimo e incluso me cuestionaría si se puede hablar de que exista un contrato. En principio quiero llamarlo un compromiso con el arte, porque es justamente ése el lugar en el que por lo común se dice que el arte comprometido falla: pesa más el voluntarioso mensaje y menos la calidad artística. Veo fallar, por ejemplo, a Neruda en su libro Incitación al nixonicidio (1973) pero me siguen convenciendo varios poemas de España aparta de mí este cáliz (1937) y de Poemas humanos (1939) de César Vallejo, y el “poema conversatorio” “Taberna” (1967) de Roque Dalton. Sin embargo, “compromiso artístico” subterráneamente remite a la idea de la “torre de marfil”, del “arte por el arte”, y de ahí, con un paso en falso, se cae en la acusación de “arte alienado”. Tal vez la designación específica “arte enajenado” o “arte alienado” sea ya vieja, y en América Latina muy setentera, pero no lo son los reclamos de la necesidad de una “conexión del arte con la realidad social”. ¿Pero qué es la realidad social? ¿La vida en la ciudad? ¿La vida en el campo? ¿La disparidad en la distribución de la renta? ¿La miseria? ¿La tragedia ecológica? ¿Los grupos marginados: indígenas, mujeres, viejos, gays, ninis, obreros, etc.? ¿La irrupción del ciberespacio en la vida cotidiana y afectiva? ¿La estructura actual de las familias? ¿El mercado del arte? Parece que el reclamo por esa conexión del arte con la “realidad social” puede ser un tanto retórico, pues no hay escape de la realidad social. Solo un eremita podría estar fuera de la realidad social y, aún así, tendrá una idea general de lo que es el ser humano, desde su propia particularidad, misma que lo llevó a alejarse de todo mundo.

Por otro lado, hay poetas que dicen que su compromiso es “con la palabra”. Tampoco me parece una postura convincente. Es demasiado abstracta, obvia e incluso elusiva. Escribir poesía implica un compromiso con la palabra porque la poesía está hecha de palabras. Eso transforma a tal afirmación en una trivialidad sublimada como pretenciosa abstracción. Si Octavio Paz dijo que “el poeta no se sirve de las palabras. Es su servidor”,* dándole una suerte de vida independiente al lenguaje, sabemos que lo hizo en una época en que la fascinación por esta visión casi oracular de las palabras se potenció con la imaginación surrealista, la puesta en práctica del azar y las artes combinatorias y permutacionales. Sin embargo, tal exaltación no justifica restringir a la poesía a un “compromiso con la palabra”.

¿Compromiso con la palabra por qué y para qué? Debe de haber una razón fuerte y tal vez personal de la relación (o compromiso) del poeta con la palabra. Podría decir que en principio es un “placer lúdico”, el disfrute de jugar con las palabras. El juego es una actividad primordialmente infantil que de manera constante nos advierte, a través de los niños, que la hemos olvidado. Recuerdo con curiosidad haberme reído con un compañero, en el salón de clases de cuarto de primaria, de la palabra “pupitre”. No sé qué le encontrábamos de hilarante, pero nos tuvo a carcajadas varios minutos. Hoy los pupitres creo que ya no existen o se les llama “mesabancos” o “paletas” y podría decir, con cierta ironía poética y filosófica, que mi amigo y yo nos reíamos sin saberlo de la educación materializada en el pupitre. Por cierto, me doy cuenta de que odio, detesto la palabra “lúdico” porque ha adquirido un tono impostado. Prefiero decir llanamente “placer por el juego” y no “placer lúdico” y “salón de juegos” y no “ludoteca”.

Todo este rodeo desemboca en dos puntos: primero, que muy probablemente, antes que un domesticado compromiso con la palabra, hay un silvestre placer; y segundo, que existen preferencias personales en la elección de palabras porque se ajustan a la perspectiva que uno tiene de las cosas, definen de una mejor manera la realidad personal. Es decir, la elección implica una discriminación y de esa manera una operación de conocimiento. Tener un vocabulario más amplio es tener una realidad más amplia y más compleja. Las palabras también son herramientas de conocimiento: de ahí el amor hacia ellas como compañeras y guías. ¿Compromiso con la palabras? Creo que antes están la mera degustación material de las palabras -sus sonidos y sus grafías- y el disfrute del conocimiento que traen. Al llegar a este punto, no me queda más remedio que adoptar nuevamente un enfoque particular.

En mi experiencia personal, la poesía se ha ido convirtiendo, cada vez más, en extensión de un ejercicio permanente de autoconocimiento, con la convicción de que uno es más refractario para sí mismo que la más dura de las piedras. Hace poco leía las reflexiones de Carl Djerassi, bioquímico notable y novelista exitoso, en las que cuenta que cuando empezó a escribir, a los sesenta y tantos años, sobre los científicos y su mundo -pues los científicos son grandes observadores pero rara vez se observan a sí mismos y dicen públicamente qué hacen y cómo son-, se dio cuenta de que la escritura resultaba ser una suerte de autopsicoanálisis. Me sentí totalmente identificado, no por los sesenta y tantos años ni por haber empezado a esa edad, claro, sino porque hacía tiempo que recomendaba, a quienes les inquietaba escribir, que lo hicieran, en principio, como ejercicio de autoconocimiento. La literatura llegaría después, si habría de llegar.

Quiero enfatizar que esta convicción surgió tras un periodo importante en que la poesía significó para mí, primordialmente, una especie de instrumento de interrogación de la realidad. Tal vez esto hace eco en las palabras de Djerassi, pues es posible que mi formación inicial como ingeniero me haya situado al principio como observador de la realidad externa y no de las realidades personales e interpersonales, propias y ajenas. Por eso, en mi libro Qué decir subrayo que sentí que di un paso de la contemplación de objetos y situaciones al diálogo con los otros y conmigo mismo. ¿Y entonces dónde queda el compromiso con la palabra? Creo que surge de una manera natural, como una consecuencia de la presencia singular de las palabras en el modo en que nos relacionamos con la realidad. No me cabe duda de que un físico tendrá una relación muy diferente con ellas que la que tenga un psicólogo, por ejemplo. Un físico trabaja con patrones numéricos, dimensiones, percepciones que es necesario ordenar, pero no forzosamente verbalizar. Para un psicólogo, en cambio, es indispensable verbalizar, decir los sentimientos y las emociones con precisión. Y, como decía anteriormente, creo que en este compromiso no hay un contrato sino una fe, una confianza en que las palabras son herramientas de conocimiento y placer que pueden captar aproximadamente lo que sentimos y percibimos, y reproducirlo en los otros. Y esto último produce un momento de intimidad, de genuina identificación, que nos saca de nuestro natural solipsismo.

Después de lo que hasta aquí he dicho, quiero agregar que lo que me parece más importante en el ejercicio de la poesía es el espacio de libertad que proporciona. Por eso, la imposición o autoimposición de un tema, de un compromiso, es un asunto delicado, ya que puede distorsionar ese momento de intimidad que, a su vez, depende de la sensibilidad que tengamos para percibir a los distintos otros que nos rodean, y de la habilidad de empatía que tengamos para con ellos. Con lo anterior no quiero decir que todo intento en este sentido esté condenado a fallar. Ya mencioné a Vallejo y a Dalton y hay muchos artistas más que se han propuesto escribir dentro de un compromiso y lo han logrado. Sin embargo, esta era de espectáculo y simulación que vivimos abre muchas tentaciones a perder el piso.

Creo que finalmente he logrado explicarme por qué me ha resultado tan difícil encontrar entre mis poemas algunos que tengan una clara intención de orden político y, en el caso específico que nos tiene aquí reunidos, de orden ecológico. Nunca me impuse un programa pero esto no significa que las preocupaciones colectivas acerca del medio ambiente y la ecología me sean lejanas y ajenas, y no hayan aflorado en lo que escribo. Si de naturaleza hablamos, lo han hecho de una manera natural, digamos, sin invernaderos, hidroponias, insecticidas, herbicidas y demás. Porque la interdependencia es algo que asimilamos desde el amor materno. Por eso existe el lugar muy específico de la madre, la madre tierra, Gaia, que nos marca de una manera ancestral, instintiva. Los bebés de probeta los soñó Huxley y ahora son parcialmente una realidad desde la invención del ICSI (intracytoplasmic sperm injection), pero el amor materno, los vínculos con el terruño particular y con el planeta en general son insustituibles y no hay tecnología que los suplante.

Vivimos una época difícil, no sé si más difícil que otras épocas. Sin embargo, la sensación de apocalipsis, de fin del mundo, es más común y entendible. Son tiempos más acelerados que limitan nuestra percepción y nuestra posibilidad individual de reacción y eso produce una gran angustia, potenciada por el exceso de información. Las ideas de Arcadias impolutas son cada vez más inverosímiles y más contrastantes con los pronósticos de cambios radicales, catastróficos, aniquiladores. La sensación de desequilibrio o de equilibrios precarios y volátiles es una de las más pertinaces y ominosas que tenemos hoy. La modernidad, posmodernidad, hipermodernidad y todos los prefijos que podamos agregarle, no cesa en su empuje. Si entendemos la ecología, en una definición simplísima, como ciencia que estudia las relaciones de los seres vivos entre sí y con su entorno, en la que se procura preservar los múltiples equilibrios, la podemos situar en diversos contextos. Empezamos con la contaminación radiactiva, después de Hiroshima y Nagasaki; pasamos luego a la atmosférica, cuando nació la palabra smog, a la acuática con el envenenamiento de los Grandes Lagos (y aquí con Pátzcuaro, Chapala, Xochimilco), y hemos llegado hoy a los agujeros atmosféricos de la capa ozono y al cambio climático general. Todos son desequilibrios. Pero en el cuerpo humano se han propiciado más equilibrios y ahí tenemos como resultado el crecimiento poblacional. Hay más vacunas y más recursos médicos y creo que no hemos vuelto a tener plagas tan devastadoras proporcionalmente como las pestes medievales. ¿Será que los ciclos son más largos y nos espera un colapso descomunal, después de una serie de reestabilizaciones? No lo sé, nadie lo sabe a ciencia cierta. Lo que es una realidad es que la ciencia nos metió en estos problemas y la ciencia nos tendrá que sacar de ellos. No hay otro camino y -como dijo Elsa Cross- solo nos queda tener esperanza. Claro, no todo lo hará la ciencia, pues los egoísmos individualistas tendrán que ceder ante la conciencia de la comunidad y las medidas de regulación que logre imponer. Mientras eso sucede poco a poco, vemos cómo la sensación de desequilibrio se ha ido infiltrando en otros campos. Quizás uno de los perturbadores es el genético y biotecnológico: ahí tenemos los genomas, los transgénicos, los productos orgánicos, etc. Furias y fobias, hoy podemos hablar también de “ecología informacional”, “ecología emocional”, etc. ¿Pero qué más ecológico que la poesía?

Me queda una última cuestión por decir para redondear mi inquietud inicial. Si no escribí poemas comprometidos con la causa ecológica, la invitación a participar en este evento me llevó a hacer una lectura de mis poemas en ese contexto. Como dijo Jerome Rothenberg acerca de la etnopoesía, “si quieres ver en la poesía de los pueblos indígenas una trivialidad, la ves”. Quise hallar conciencia ecológica -mejor dicho, mi subconsciente ecológico- en mis poemas y lo logré. Veo también que, en mi caso particular, no ha habido ecopoesía ab ovo, pero sí ecocrítica que genera ecopoesía. Para terminar quiero decir que mi recomendación más ecológica para estos tiempos difíciles es leer literatura y, en especial, poesía. La poesía abre un espacio a la desaceleración, a necesitar menos -como apuntó Fernando Solana-, para aliviar el forcejeo entre Eco y Ego y poner algún paliativo al epistemicidio. El poder de la poesía como vía de conocimiento y autoconocimiento es alto, pues permite cuestionar la realidad, dialogar con los otros y compartir una intimidad que nos conmueve y nos mueve. Con alegría me doy cuenta de que todo este cuestionamiento que tantas y tantas vueltas dio en mí, y espero que en ustedes, bien podría estar resumido en uno o varios poemas, y creo que lo estará, pues el poder de concisión de la poesía es otra de sus virtudes. Aquí acabo, creo que hoy va a llover y, como bien observó René Garduño, será buen tiempo en este Día Internacional del Agua.

 

Primera palabra

Ni un “mamá” de auxilio
ni un “papá” de desamparo

La primera palabra de mi hijo
es agua
¿Qué sed tiene
que todo le parece prescindible
excepto el agua?

¿Será que ahí nació
y ahí flotó por nueve meses
de insondable calma?
¿Será que ella es su madre
y su padre verdaderos
y nosotros tan sólo
sus hermanos
compañeros de camino?

 

La primavera pasada

Vuelvo aquí
como si fuera mi hogar

Las jacarandas conversan
en su color
con las buganvilias

Hace tiempo que partimos
y la puerta quedó de par en par

¿Habrán entrado los ladrones?

 

Virtual

               Mentira la verdad
                        Manu Chao

Fotos de flores verdaderas
como flores de verdad
Palabras escritas
como pronunciadas,
movimientos en videos
que no desplazan aire
a su alrededor
Pájaros volando
en cámara lenta
como el colibrí
sorda y mudamente

El derecho a la mentira
es algo inalienable
una verdadera lección
de estética
que cada día gana
más terreno al mar
como una Holanda

Hay que ejercerlo
sin temores a las suspicacias
o a las represalias
que la paranoia nuestra
de cada día
pueda traer

Quizá sea una acción
condescendiente
casi piadosa
con el tiempo
nuestro primer
amor

 

Ballenas

Negras y lustrosas almas
cabalgando su parsimonia
en el vasto limbo de agua
cantan en lenguas

 

Beluga

Como un proteico fantasma
la beluga
corcova sobre corcova
de marfilina piel
me mira ladeando
la cabeza

Su ojerosa sonrisa
casi extraterrenal
es la alegría capciosa
de la naturaleza
monalisa al fin encarnada
que huye de su vida
meramente ornamental

 

 



1 Octavio Paz, El arco y la lira, p. 47.

* Leído en el 1er Encuentro de Ecocrítica y Ecopoética en México “En ti la tierra”. Diálogos sobre el medio ambiente entre las artes y las ciencias, organizado por la Universidad Veracruzana, en el Museo de Antropología de Xalapa y Ágora de la Ciudad de Xalapa, Xalapa, 21 al 23 de marzo de 2014.