No. 79 / Mayo 2015


Una paciencia salvaje me ha traído hasta aquí

Tienda de fieltro
Por Miguel Casado
 

 

Cuando despertemos de entre los muertos es un título de Ibsen que la poeta norteamericana Adrienne Rich (1929-2012) toma también para un texto, sugiriendo así una tarea –no una esperanza– que quizá sea la suya: su poesía despliega un dinamismo doloroso y nítido que vendría a convertirse en ese simbólico despertar. Releyéndola estas semanas, me parecía que es este poder vital de sus poemas el que siempre me ha ganado y me hace volver a ella. Rodeados de discursos falsos o vacíos, como estamos, sometidos al continuo asedio de las normas de conducta, de las descripciones y prescripciones de esos discursos, Rich propone una lengua capaz de herir la blandura aparentemente elástica de los códigos, revestidos de su aire de naturalidad o su prestigio literario, y traza para ello imágenes vivas, esto es, que incorporan en sí una mirada, implican una opción, un punto de vista propio. O quizá no ya imágenes, sino hechos netos, esquirlas de realidad, que sabe cargar afectivamente con intensidad ajena a énfasis, pues los “actos se te adhieren / como una cicatriz”. No son formas de relatar o de conmemorar, sino de percibir con la precisión –“feroz”, dice– de “los dedos de un niño ciego”.

“Lo que sé lo sé gracias a que escribo poemas”, afirma Adrienne Rich, y su condición de escenario directo de la realidad es el modo de ser del poema: el curso de su escritura es indistinto de un proceso de transformación personal, de una lenta elección y tejido de sí misma. Y eso no porque sus opciones básicas fueran tardías, pues ya a finales de los 50 –premiados, prestigiosos, sus dos primeros libros, que apoyó Auden– decidió dar un giro radical a su trayectoria: el poema “Instantáneas de una nuera” abrió su trabajo de construcción de una voz de mujer y de una conciencia feminista que rompían con ciertos hábitos heredados de esa modernidad. Y la ruptura requería tiempo, la inevitable aspereza de ir componiendo sin concesiones una autonomía íntima y poética: “Una paciencia salvaje me ha traído hasta aquí” –sabio y costoso antagonismo, “ira y ternura”: esta síntesis permite la supervivencia (“la pasión por sobrevivir es el gran tema de la poesía de las mujeres”), en medio de la violencia social, manifiesta a menudo, siempre latente, y hace posible lo singular en un espacio de amparo no solo lingüístico.

“Aquel año –escribe Rich, que siempre sitúa sus textos en el calendario– comencé a entender la expresión peso de la evidencia”. Liberarse de ese peso, llegar a saber que está ideológicamente construido y determinado por una alianza de poderes, exige captar el desajuste entre tal evidencia y lo que podría llamarse realidad. Esta labor, a la que el pessoano Alberto Caeiro denominaba desaprender, es la de los poetas; pero es también, en la lucidez feminista de Adrienne Rich, una necesidad existencial. Deslindar entre los hilos que traman la historia el grueso haz marcado por una práctica de discriminación, opresión, menosprecio, y aquellas hebras que podrían ir tejiendo otro rumbo. Y esta poesía muestra que, si es necesario discernir en la trama de hilos, hay otros que van inevitablemente asociados: los de la definición personal y el encuentro colectivo, la voz propia de la poeta y la búsqueda de un plural genérico, un poder decir nosotras.

Toda la escritura de Rich, también sus certeros y tensos ensayos, se proyecta en esta empresa múltiple, en la nueva evidencia –que supo convertir en fórmula hace ya décadas– de que lo personal es político. Por eso presiente un futuro, pero también mira hacia atrás para descifrar la genealogía de los códigos masculinos de poder (social, literario, personal), las estructuras de dominación y control constituidas a partir de ellos. Y las vidas que los han negado, “heroínas”: “Excepcional / incluso marginada / arrastras tus largas faldas / por el siglo diecinueve / Tu inteligencia / arde más allá de la muerte / no como el faro del puerto / sino como una hoguera de madera flotante / en la playa”.

Por ejemplo, Claire Démar. Encuentro unas escuetas citas en el Libro de los pasajes de Walter Benjamin, mientras trabajaba yo sobre Baudelaire; busco después su historia, sus textos. Publicó apenas dos folletos; uno muy breve, en 1833, Llamada al pueblo sobre la liberación de la mujer; el segundo, de unas decenas de páginas, Mi ley de futuro, al año siguiente, ya póstumo: la autora se suicidó en circunstancias llamativas, quizá movida por su experiencia del abismo abierto entre los discursos y las prácticas de quienes la rodeaban. Miembro de los activos círculos sansimonianos de París, con su mezcla de socialismo utópico y religión sectaria, colaboradora en periódicos como La Tribuna de las mujeres, su entorno rechazó por radicales sus posturas. Para Démar, la liberación de las mujeres, su efectiva igualdad de derechos en todos los planos, solo se lograría suprimiendo instituciones como el matrimonio o el poder paternal; la energía y contundencia de su crítica ­–“la mujer debe obediencia a su marido. Sería absurdo concebir cualquier clase de contrato en estos términos, y los siervos de Rusia se reirían en las narices de un francés si se atreviera a proclamarse de un país libre, en el que cosas así fueran toleradas”­– arraigan en la convicción de la prioridad de este conflicto por encima de todos los que sufre la sociedad, pues, según apuntó Levi-Strauss, el dominio de los hombres sobre las mujeres fue el modelo para las demás formas de dominación. No sorprenderá entonces que textos de tan notable vitalidad e inteligencia hayan sido largamente silenciados: la primera reedición posterior a 1834 se hizo en 1976.

Conecta con ellos el proyecto de Adrienne Rich, el plural cuya materialización persigue. Y veo que el título que tomaba de Ibsen y cité al principio, no tiene ­–“When we dead awaken”– marca de género; sin embargo, María Soledad Sánchez traduce “Cuando nosotras las muertas despertamos”, y la fisura que introduce en el roce de los idiomas sugiere los desplazamientos con que los edificios más sólidos –incluso los que se dicen neutrales, como la lengua– pueden agrietarse.

 

Lecturas.-
Adrienne Rich, Antología poética 1951-1981. Traducción de Myriam Díaz-Diocaretz. Madrid, Visor, 1986.
Oscuros campos de la república (Poemas 1991-1995). Traducción de Jorge Yglesias. Santafé de Bogotá, Norma, 2000.
Poemas (1963-2000). Traducción de María Soledad Sánchez Gómez. Sevilla, Renacimiento, 2002.
Sobre mentiras, secretos y silencios. Traducción de Margarita Dalton. Barcelona, Icaria, 1983.
Sangre, pan y poesía. Traducción de María Soledad Sánchez Gómez. Icaria, Barcelona, 2001.
Claire Démar, Textes sur l’afranchissement des femmes. Édition de Valentin Pelosse. Paris, Payot, 1976.
[No he podido leer antes de escribir este artículo la antología preparada por Eva Cruz (Adrienne Rich, Qué clase de tiempos son estos. México, Literatura UNAM, 2014) de la que daba cuenta el número de marzo de este Periódico de Poesía.]

(Este texto ha sido publicado en “La sombra del ciprés”, suplemento del diario El Norte de Castilla)

 

 




 


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