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No. 79/Mayo 2015


 

César Rito Salinas
(Santo Domingo, Tehuantepec, Oaxaca, 1964)



Bolsa del mandado/agua de tiempo

Con la misma actitud con la que voy a la tienda saco palabras de mi corazón.
El hombre debe ser fuerte para trabajar por la sobrevivencia.
Las palabras justas no llevan envoltura especial, como algunos lácteos.
Sólo tropiezan los dedos con ellas, tiran de sus cabellos.
En la tienda de autoservicio un anciano arregla la compra en bolsas de consumo.
Una joven mujer me sonríe tras la caja.
Tomo mis cosas y camino a las puertas automáticas.
Resulta maravilloso comprobar que la presencia humana mantiene su fuerza.
Regreso a casa como santo Cristo, con las manos ocupadas.

Los ángeles habitan tras el cristal claro de la panadería.

Antes del café,
negro café,
la cuchara
del café,
el azúcar
del café
con su cuerpo de porcelana y oro.

Debería ser agua de tiempo el viajar grandes distancias solo por el hecho de encontrarse con amigos, unos tragos, escuchar poemas de autores anónimos. Porque había de ser agua de tiempo el viajar grandes distancias para llegar a departir con desconocidos y decirle al poeta anónimo que lee sus versos: “sólo por tu poesía valió la pena el viaje”.

La poesía camina sobre un puente alto que atraviesa un río sin agua.

Siquisirí. Tarde de pájaros y veredas junto a un río calmo, manso como pierna de mujer que mira pasar a los hombres en el parque del pueblo mientras las campanas llaman a misa o jarana. Suenan las cuerdas de una jarana tercera. Ya vuelan los versos desde el pecho del hombre al mirar el cabello tupido de la mujer, negro, espeso, profundo. Tiembla ahí, donde se esconde la leona. (Hojas de almendro//huellas en la vereda//muro del alba.)   

La poesía viene envuelta esta tarde en bolsas de papel estraza donde sueña su con su infancia el pan de dulce.

Puntual el borracho de la madrugada permanece pegado a las amplias puertas de cristal con un vaso desechable entre las manos, como quien espera confiado en que abrirán las puertas del cielo. Antes del alba el hombre pegado a las puertas de cristal con su vaso de cartón. Falta mucho tiempo para que canten los gallos. El hombre llama, pide ante las duras puertas del aire su cerveza. Ya pasan los trabajadores del campo arriando la carreta. El trabajador de la fábrica anuda sus botas. Mucho antes que la mujer salga al patio a orinar largo el borracho detenido junto a las puertas de cristal. (Largas las vueltas// el camino de noche//luz de la vela.)

La tarde atraviesa el puente que libra las aguas negras de todos los días.

¿Por qué no escribo poemas como gente normal? ¿Por qué no utilizo el poema para enamorar a las mujeres, para convencer a los demás que soy un desvalido emocional y que requiero de su ayuda o como talismán para la buena suerte?

Mi barrio es una manta gris que se extiende para que los niños vean películas de cine callejero.
Los poemas hacen transpirar al lector. Generan dislexias, taquicardias. No son escritos de gente bien que hace subrayar al lector sobre la necesidad de las causas justas en este mundo o sobre la bondad de las instituciones de gobierno y los organismos de la democracia en nuestra vida diaria.

El puente de mi barrio es el espacio que atravieso todos los días para llegar al poema.

El puente del ferrocarril es una hamaca vieja colgada en el patio a pleno sol del mediodía.

                                                                                              San Martín por la Secundaria, Oax., 2013.